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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Larga vida al braille

Una persona utiliza la Máquina Perkins (máquina de escritura en braille)

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El 4 de enero se conmemora el Día Mundial del Braille. Ese código de signos en relieve que usamos las personas ciegas para escribir y leer. Esos seis puntos maravillosos que, combinados, marcaron un antes y un después en la alfabetización de los que no tenían vista.

Desde que aprendí braille de niña, ha llovido bastante. Aquel mundo era analógico, pero no hay nada más digital que el sistema braille. En los ochenta el braille se leía en papel y se escribía con pauta y punzón o máquina de escribir cecografía , las famosas Perkings, tan robustas como ruidosas. Cualquiera que haya tenido un compañero ciego en su clase en aquellos años lo sabe.

Pero el braille y las personas ciegas no nos quedamos atrás y el salto a la era digital lo afrontamos con tecnologías que llevaron el braille de la mano. Anotadores electrónicos como el Braillen Speak o Braille Hablado y líneas braille, que aligeraron nuestras vidas poniéndonos alas en los dedos para seguir estudiando. ¿Qué creen? Existen, incluso, rotuladoras para hacer etiquetas Dymo en braille. Así tengo identificados los botes de especias en casa, por ejemplo. O las carpetas con los múltiples documentos en papel, con los que es tan fastidioso lidiar para una persona ciega.

Ciertamente el ordenador ha desplazado al braille considerablemente en el día a día. Pero no puedes meter la vida entera dentro de un ordenador. El mundo ahí fuera sigue palpándose y eso es puro braille.

¡Qué inconsciente era a mis 12 años, cuando mi madre insistía para que aprendiera el braille y yo le respondía, con la rebeldía propia de quien se enfrenta a lo desconocido, que por qué, que para qué tenía que aprender otro código, si con una grabadora y audio ya podía tomar apuntes! ¿Para qué tendría yo que escribir nada cuando fuera mayor? Escribo esta columna con una sonrisa, tecleando en el portátil, rememorando aquellos años iniciáticos, en homenaje a esos seis puntos maravillosos que tienen algo de mágicos, por cuanto abren ventanas y permiten volar a cuantos no podemos leer la letra impresa.

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