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“Miel de verdad” en Sevilla: el preciado resultado de una vida entre colmenas

Carmelo Rodríguez con sus colmenas en un campo de jaramagos  (La Golimbra)
25 de octubre de 2024 10:48 h

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“La miel de eucalipto es buena para el resfriado, la de azahar es relajante y la de romero viene bien para la garganta y el estómago. Todas son buenas y depende del sabor y las propiedades”, va detallando Rosario Pérez de cara a los clientes que se acercan a su puesto.

Es la propietaria junto a su marido, Juan Ignacio López, de Loramiel, una empresa de Lora del Río. “¿Quiere probar la chocomiel? ¿La meloja?”, prosigue. Su función didáctica atrae a los clientes y les abre la puerta a conocer los distintos beneficios de la miel. Pérez y López forman la cuarta generación de apicultores en la familia, algo que no es extraño en el sector.

En La Puebla de Los Infantes, los hermanos Manuel y Antonio Santana son un referente en el trabajo artesanal con las abejas. Son ya la quinta generación de apicultores en una localidad donde ha habido miel “desde siempre”. “A nosotros en el pueblo se nos conoce como los de la miel”, dice Antonio. “Mi familia ha tenido colmenas de toda la vida”, cuenta Andrés Fernández. Ahora acompaña a su mujer, Yolanda Muñoz, en el proyecto Sierra del Castillo que inició su andadura comercial en 2017 cuando ella se asentó en el municipio de El Castillo de las Guardas.

La apicultura también es el proyecto de vida que comparten Pilar Merchán y Carmelo Rodríguez desde Cazalla de la Sierra con La Golimbra o el de la familia Martín Martín (Reyes y José) con La Alameña en el pueblo más pequeño de toda la provincia sevillana, El Madroño. “Soy parte de la tercera generación de apicultores en mi familia y sigo con la tradición desde 2000”, cuenta José Martín que tomó el relevo de su padre.

Un futuro incierto

Para obtener una miel fresca y de calidad, los apicultores están en constante contacto con las abejas. El mantenimiento de las colmenas es diario e incluye tareas como el traslado, la reparación y el control de plagas. “No todo es enjambrar”, dice Martín. “Ahora, después de la cosecha de verano, estamos liaíllos con el envasado y los pedidos”, detalla Muñoz.

“El problema grave del sector es el relevo generacional. A mi hijo le gusta, va al campo, vende en los mercadillos, pero no hace lo que hacía yo con mi padre. Le interesa, pero todo es una incertidumbre”, comenta Santana. “Me gustaría que mi hijo hubiera sido político”, bromea López. Pero ya es tarde. Este forma parte de la quinta generación y se ha unido a Loramiel para continuar trabajando con las abejas. Por delante, se enfrenta a los retos derivados de la acción del hombre sobre la naturaleza.

El escenario no es nada halagüeño y Martín advierte de las nuevas enfermedades que afectan a estos insectos como el ácaro Varroa destructor, que se ha convertido en la amenaza más común en la apicultura mundial, o la avispa oriental. Estas plagas se unen a las consecuencias del cambio climático. “Los dos últimos años han sido especialmente malos por la sequía. Esto provoca abejas más estresadas y con una nutrición menos eficaz debido a que hay una menor variedad de flores”, apunta Merchán. 

Con unas floraciones cada vez más cortas y una mayor presencia de insecticidas en el campo, la producción de miel se resiente. “Apenas quedamos dos o tres personas con colmenas en El Madroño”, advierte Martín que no recomienda a nadie montar una explotación apícola en estos momentos. 

“Miel de verdad”

Miel de mil flores, de azahar, de romero, de eucalipto, de encina… “todas las mieles son buenas”, dice Muñoz. “El problema está en los sucedáneos”.

“Con glucosa y colorante ya lo tienes. Aquí no es como en China donde se produce miel sin abejas. Sin abejas, aquí no haces nada”, explica López ante una competencia de lo artesanal frente a lo ultraprocesado fuera de nuestras fronteras. Sin materia prima: “Recientemente, he leído que hay una sustancia parecida a la miel que se encuentra por 1€, pero que no proviene de las flores”, dice Merchán, que insiste en que las grandes superficies no tienen “miel de verdad”. Además, en precio saben que no pueden competir: “Todo está cada vez más caro y la gente va a lo mínimo”, recalca Pérez.

Pese a los obstáculos, los consumidores están cada vez “más concienciados” por los tipos de miel, sus propiedades y sus beneficios y estos apicultores sevillanos no decaen en el empeño de seguir transmitiendo su labor. “Mucha gente se acerca al pueblo porque tenemos una miel de calidad extrema gracias al combinado de flores silvestres de la sierra”, dice Santana. “Lo único que se puede hacer es explicar qué es la miel y que la que se encuentra en los supermercados puede ser de arroz o manzana. Igual ocurre con la miel de caña, que no es miel ya que las abejas no intervienen”. “Es una competencia desleal porque en el etiquetado debería poner sucedáneo de miel”, remata Santana.

Sin intermediarios

“Qué buena está la miel del Castillo”, era la cantinela más sonada para Muñoz y Fernández. Ellos agradecían las alabanzas, pero en sus envases no incluían su marca o la procedencia. “Tenía buena fama gracias al boca-boca, se consumía mucha miel, pero no tenía identificación”, cuenta Muñoz.

El escenario cambió en 2018 cuando se permitió vender “productos agrarios y forestales directamente desde las explotaciones a los consumidores finales, mejorando la diversificación económica de miles de pequeños agricultores y ganaderos”. 

La nueva normativa facilitó el acceso a “productos más frescos y de gran calidad, obtenidos de manera tradicional” y desde entonces en Sierra del Castillo pueden lucir orgullosos su miel en pequeños comercios y mercados de abastos.

De esta medida también se beneficiaron en La Golimbra, que inició su particular andadura apícola hace casi una década. Ellos centralizan su venta en Cazalla de la Sierra y se puede encontrar en tiendas locales, panaderías e incluso algunos bares. La marca también acude a mercadillos, pero “el 80% es del pueblo donde tenemos mucho apoyo y aceptación”, dice Merchán. También el nombre conecta con los vecinos. “Es una palabra que se usa mucho en mi pueblo y que significa persona que le gusta lo dulce, lo exquisito. Mi padre me llamaba así”.

Y de un vecino, precisamente, ella tomó su afición. “Las abejas son algo apasionante”, recalca a la vez que insiste que sigue siendo “un mundo muy desconocido y donde en España faltan muchos estudios y bibliografía al respecto”. 

De las abuelas

La miel es parte esencial de la repostería típica local siendo un edulcorante natural y se usa en recetas tan populares como pestiños, gañotes, torrijas, mostachones, rosas de masa frita, piñonates, entre otros. Otro elaborado común entre los apicultores es la meloja que es el resultado de una cocción de agua y miel a la que se le añade cidra troceada.

El polen es otro producto clásico que se utiliza para endulzar bebidas como la leche, el café o el té y se puede añadir a yogures y batidos. Y no hay que olvidar que los caramelos, las velas y la cera también forman parte del catálogo de estos pequeños productores.

“Hemos abierto el abanico de la cosmética natural”, cuenta Muñoz que deriva parte de su producción a empresas de su zona para hacer jabón, gel, champú o crema de manos. En La Golimbra incluso hacen su propio ungüento de propóleo que actúa como cicatrizante.

Estos apicultores han sabido dar el paso del autoconsumo propio y familiar a la venta directa; de la alacena a los negocios de barrio e incluso a través de sus páginas web. En sus manos está el legado colmenero de la provincia de Sevilla y pese a los obstáculos del mercado y los desafíos del cambio climático, aguantan. “Al final somos gente atraída por el campo y las abejas”, concluye Rodríguez.

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