De armarios, bifobia y activismo: 'Me cuesta bivir', una novela gráfica para entender la bisexualidad
El 27 de enero de 2021 el siguiente audio de Whatsapp viaja de Sants a Poble Sec (Barcelona):
«Holi, estoy aquí con tu fanzine maravilloso, te mando audio, espero que te parezca bien (...) ¡Por favor, la viñeta del Ministerio del Monosexismo, jajaja, es genial! (...) Me muero de amooooorrr, noooooo (...) Ay, Maria, la viñeta del síndrome de la impostora, ¿puede ser más tierna? O sea, es tan real todo esto... tía, estoy flipando con este fanzine, de verdad, no te lo digo por decir, es increíble».
Cuesta mucho expresar el viaje que supone leer la novela gráfica Me cuesta bivir (Melusina) para una persona que, como yo, está acostumbrada al formato ensayo y a tener todo bien argumentadito y justificado. Esta primera reseña que hice sin saberlo del trabajo de la autora, en formato audio cutre, trataba de transmitirle el cóctel de emociones que sentí al leer el primer borrador —que tuve la suerte de recibir en primicia— frenado por el miedo de atosigar con mi entusiasmo a una persona que se estaba convirtiendo en amiga. Afortunadamente, no logré asustarla y hoy tengo la suerte de poder recorrer y ordenar un poco esas sensaciones que he vuelto a sentir al releerlo ahora, por enésima vez, un año y pico más tarde.
Me cuesta bivir es la versión extendida, en formato de novela gráfica, del fanzine autoeditado Me cuesta bi-vir, publicado en 2021 y seleccionado para el festival de fanzines Pichi Fest de ese mismo año. Su autora, Maria Queraltó, comenzó a elaborar el borrador a partir de viñetas sueltas que había ido esbozando durante el innombrable año de la pandemia, a modo de desahogo sobre su propio proceso de salida del armario como bisexual. En su versión final, seguimos a la protagonista en un viaje que recorre cuatro fases clave: introspecciones, armarios, bifobias y activismos. Siguiendo esta estructura, Queraltó consigue, de una forma tan tierna como divertida, condensar en viñetas breves situaciones difíciles de desgranar y así contarnos su historia, que es la de muchas más.
En una de las viñetas, la protagonista oye hablar de la bisexualidad y piensa: “¿Será que...? Nah, estoy demasiado en la mierda como para ser eso tan guay”. Maria tiene un sentido del humor tan sarcástico y es tan capaz de dar en el clavo riéndose de sus propios miedos e incoherencias que es imposible no sentir que algo te sana por dentro. Es imposible no engancharte, seguir leyendo y sentir que no solo podemos aliviar lo que un día nos dolió, sino también revisitarlo desde el humor.
A lo largo de la lectura, los estigmas de la bifobia aparecen en boca tanto de la protagonista como de su entorno, mientras se muestra el daño que pueden causar, haciéndonos comprender que, incluso con la mejor intención, podemos retrasar la salida del armario de una persona bisexual. Y ahí está el secreto de esta novela gráfica: la autora no intenta dar una lección, es una narración generosa y honesta de cómo ha sido su proceso, sin intentar universalizarlo, aunque para muchísimas de nosotras sea un reflejo calcado de nuestras propias vivencias.
Uno de los elementos más valiosos de esta lectura es que en la historia la protagonista no se enrolla con nadie. Es decir, la historia narra el proceso de reconocerse como bisexual sin pasar por el trámite de las prácticas. Iba a pedir perdón por el spoiler, pero creo que el impulso de hacerlo es, otra vez, un reflejo del protagonismo que le damos siempre a lo sexual, que parece que tiene que ser la columna vertebral de toda historia sobre diversidad sexoafectiva. Esto, que el colectivo asexual está harto de repetir, es de vital importancia aplicado a lo bi, dado que una de las violencias que forman la bifobia es la hipersexualización.
Solo hace falta escucharse
De hecho, muchas de nosotras aún seguimos cayendo en aferrarnos a nuestras prácticas sexoafectivas para “demostrar” nuestra identidad. Apenas he leído libros de temática LGTBIQA+ (incluidos los politizados, y me atrevería a decir que especialmente esos) que no las trataran como punto de inflexión, como rito de paso, como final inevitable del proceso identitario o como momento de comprobación: ahora que ya lo he probado, ya puedo nombrarme con toda seguridad. Me cuesta bivir nos recuerda que la respuesta no está necesariamente en las prácticas. Solo hace falta escucharse, prestar atención a cómo responde nuestro cuerpo en determinadas situaciones, algo tan terriblemente sencillo que duele pensar lo difícil que se nos hace en este contexto capitalista de inmediatez, competición y medición de lo que una es en función de la comparación externa y no del termómetro visceral.
Este libro es un recordatorio amable al que volver siempre que lo necesito, un pequeño valle de calma para cuando se nos olvida que la certeza de quiénes somos se encuentra en el cuerpo, por mucha palabrería en la que una se intente refugiar. Ojalá haber podido leerlo hace años, mientras me perdía en artículos y libros para dar una explicación a lo que me estaba pasando, como ese meme del señor desquiciado con el corcho lleno de recortes de periódicos unidos por hilos rojos. Este libro, más allá de la bisexualidad, trata en último término de las emociones y de la importancia de estar en contacto con ellas.
Sin embargo, todo este recorrido puede resultar muy duro si una lo hace sola. Y la protagonista, que de nuevo podría haber caído en “pues me busco una novia y p'alante”, encuentra este acompañamiento en lo colectivo. En unas pocas viñetas, la autora descentraliza el amor romántico, desgrana emociones complejas, retrata la importancia del activismo, envía una carta de amor a las amigas y, cuando ya está asomando la lagrimita, nos hace reír otra vez. Por eso, es ahí y no antes cuando se abren las puertas para hacer eso que tanto miedo daba: armarte de valor y decirle a alguien “me gustas”.
Me cuesta bivir es un lugar al que volver en momentos de saturación o soledad, para transportarte suavemente a la casilla de inicio y recordarte que todo es más sencillo, que no caminamos solas, que estaremos bien.
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