Cuando el colegio es de los profesores y las familias
El problema llegaría un par de años después. Pero en 1970 la cooperativa de viviendas Trabenco (Trabajadores en Cooperación) entregaba sus primeros pisos en Entrevías, un barrio obrero en el extremo sureste de Madrid, y por entonces la cosa marchaba.
En 1972, muchos de estos jóvenes ya habían tenido hijos, pero la oferta escolar del tardofranquismo en la zona, además de escasa, no encajaba en absoluto con las creencias y valores de este grupo de personas, unidas en torno a un “proyecto social, incluso filosófico”, según cuenta Jorge García Arranz, en el libro ‘Colegio Trabenco, una ilusión de 50 años’. Es decir, en román paladino: “No querían mandar a su descendencia a un colegio en el que les pegaran en las manos con una goma, como aún sucedía, o donde tuvieran que cursar Religión”, recuerda hoy Isabel Serrano, que acabaría siendo profesora de estos pequeños.
Los cooperativistas tenían la solución en sus manos. Como habían hecho con las viviendas, se hicieron cargo del problema, contrataron a un puñado de profesores y los pusieron a dar clase en sus propios sótanos. El embrión de lo que sería la primera cooperativa de enseñanza de la Comunidad de Madrid, el Colegio Trabenco, en Puente de Vallecas, estaba dando sus primeros pasos.
El Trabenco partió de una cooperativa de trabajadores, pero gestionar un centro educativo enseguida se reveló como una empresa por encima de sus posibilidades. En 1978 los profesores que habían contratado dieron un paso al frente, crearon Esenco (Enseñantes en Cooperativa) y se quedaron con el colegio, recuerda Serrano. El proceso se acabó de completar cuando cuatro años después pudieron abandonar sus sótanos e instalarse en el edificio abandonado que había alojado al Colegio Enrique Herreros, cedido por la administración. El Trabenco desembarcaba en el Pozo del Tío Raimundo, donde hoy sigue siendo una referencia que articula el barrio.
La magnitud del movimiento
El Trabenco es una de las 592 cooperativas de enseñanza que hay actualmente en España, según el último dato de la Unión Española de Cooperativas de Enseñanza (UECoE).
Están en todas las comunidades autónomas excepto en La Rioja: hay 130 en Andalucía, 107 en Madrid, 88 en Euskadi, 64 en la Comunitat Valenciana, 56 en Murcia, 41 en Catalunya, 27 en Galicia, 20 en Castilla-La Mancha, 13 en Baleares, 11 en Cantabria, cinco en Asturias y Aragón, cuatro en Ceuta y Melilla, tres en Castilla y León, dos en Navarra y una en Canarias.
Los centros que se rigen por este modelo se definen a sí mismos como una tercera vía educativa, aunque formalmente pertenezcan a la escuela privada y en su mayoría funcionen bajo el régimen del concierto educativo (centros a los que la administración paga un módulo económico que se supone cubre los salarios del profesorado y los gastos del colegio).
“Somos una [escuela] concertada diferente. La titularidad es la cooperativa, no hay un dueño. Algunos pensamos que deberíamos tener nuestra propia marca” entre la privada y la pública, reflexiona Enric Masià, vicepresidente de la Federació de Cooperatives de Catalunya y director pedagógico del Colegio Elisabeth, en Salou (Tarragona).
Bajo esta fórmula trabajan hoy unas 50.000 personas (30.000 cooperativistas y 20.000 contratados) y en las aulas de estos centros aprenden 295.800 alumnos, el 12% de toda la educación concertada del país. Son un sector fuerte dentro de la economía social: uno de cada siete trabajadores de cooperativa en España lo hace en educación.
Una contradicción fundamental
Los cooperativistas son conscientes de la contradicción que supone elegir y fomentar colegios privados para un grupo de personas defensoras de la escuela pública, laica y gratuita. García Arranz aborda el asunto en su libro: “Entendemos que un colegio jurídicamente privado puede no serlo en realidad. Incluso supone una fórmula de propiedad más avanzada que la enseñanza estatal –reflexiona–. La realidad educativa del país presenta una contradicción fundamental entre gratuidad, calidad y cogestión de la enseñanza. Salvo encomiables excepciones es muy difícil que se den juntas. La enseñanza estatal ofrece gratuidad, pero su sistema de funcionariado hace muy difícil la formación de auténticos equipos de trabajo, la investigación y el fomento de nuevos métodos. La privada podría teóricamente permitir esta orientación, pero su supeditación a otros intereses también lo hace difícil y la gratuidad no existe. En cuanto a una auténtica cogestión del centro, resulta tan lejana en una como en la otra”.
Concluye el cooperativista su razonamiento: “Partimos de que la escuela pública, que sintetizaría la contradicción, aún no existe [ellos hablan de escuela estatal]. Hemos optado por la calidad y la profunda participación de los padres en el colegio, en detrimento de la gratuidad, siempre que esta sea temporal y dentro de límites no discriminatorios”.
Desarrollo en tres actos
Como el Trabenco, las primeras cooperativas se crearon a finales de los 60 o principios de los 70 del pasado siglo gracias, entre otras cuestiones, a la combinación en el tiempo de ciertos elementos: la eclosión en el país, aún tímida pero suficiente, de los Movimientos de Renovación Pedagógica (MPR), que abogaban por modernizar la enseñanza; la escasa, conservadora, religiosa y monolítica educación pública; y una normativa lo suficientemente ambigua como para que los inspectores no pudieran actuar contra una escuela que iba prácticamente contra todo lo que representaba el franquismo.
El segundo empujón vino a mediados de los 70. Aprovechando la combinación de crisis en la educación privada motivada por la recesión económica y que el Estado necesitaba ofrecer plazas públicas, algunos trabajadores de los colegios –profesores o no– optaron por quedarse con los centros que algunos empresarios no querían pero la administración no les dejaba cerrar.
El tercer momento histórico de creación de cooperativas, ilustra UECoE, surgió a partir de los 80, cuando ante el alto desempleo en el sector, grupos de entre siete y 15 docentes se juntaron para crear su propio puesto trabajo bajo la protección de los conciertos educativos.
Como el colegio Trabenco, la mayoría de las cooperativas de enseñanza (95%) son de trabajadores, es decir, de profesores que definen su propio destino: se crean su puesto de trabajo y además deciden entre ellos el modelo de colegio que quieren, según explica Javier Martínez, presidente de UECoE.
Este modelo, en el que el profesorado puede asociarse o no a la cooperativa, tiene la ventaja de la estabilidad, explica sentada en su despacho Marta Bonilla, actual directora del Trabenco y que antes fue alumna. La propia naturaleza de estos centros empuja en esa dirección, añade a su lado Juanma Oviedo, jefe de estudios y presidente de Esenco, la cooperativa propietaria del centro.
Esto es porque para ser cooperativista hacen falta básicamente dos cosas, más allá de que exista una vacante laboral: unos 16.000 euros (en el caso del Trabenco), que se recuperan cuando se abandona la cooperativa, y querer formar parte del colegio. Para esto último es básico estar en línea con el proyecto educativo del centro, y con ese filtro de entrada la dirección ideológico-educativa de este modelo de colegio fluye sin mayores problemas.
Esta fortaleza de las cooperativas de trabajadores es una de las principales debilidades de las mucho más escasas cooperativas de familias, explica Enric Masià, director del Colegio Elisabeth, en Salou (Tarragona). Su centro precisamente es uno de los pocos que en vez de pertenecer a los profesores es propiedad de las familias: padres y madres lo gestionan todo, aunque en el enfoque educativo lo hacen a través de la dirección escolar. “En este modelo las familias nombran un consejo rector, que dirige la escuela en general. El equipo directivo, conmigo al frente, lleva el tema pedagógico, y yo tengo libertad para nombrar a mi equipo y hacer el plan, pero ellos lo tienen que aprobar. Esta es la clave”, resalta Masià. “Ha habido cooperativas familiares que han desaparecido por no tener esa confianza entre las partes”, ilustra.
Un modelo propio
Aunque 592 centros dan para muchas realidades educativas, el movimiento cooperativista suele compartir unos valores. A nivel interno, “cuando hablamos de principios cooperativos hablamos de una adhesión voluntaria y abierta por parte del trabajador, control democrático por parte de los miembros, participación económica de los socios, autonomía en la gestión e independencia política”, sostiene Martínez.
En la parte educativa, continúa Masià, “los proyectos buscan crear ciudadanos críticos, con vocación social, en una escuela inclusiva, transformadora, dinámica, con implicación de las familias, un uso moderado de la tecnología, trabajo en red, y la construcción de una comunidad participativa”.
Las historias se repiten, con un argumento común: los cooperativistas buscaban algo que el sistema no les ofrecía. Un centro sin Religión o con un proyecto moderno o en el que poder educar en la lengua propia en el caso de Catalunya y Euskadi, explica Enric Masià.
Los inicios no fueron fáciles para estas escuelas, que en aquel momento iban a contracorriente. “El franquismo no lo llevaba muy bien”, comenta Masià en referencia al uso del catalán en la escuela. Isabel Serrano, que estuvo en el grupo fundador del Trabenco, recuerda las visitas del inspector. “Venía con mucha desconfianza. Empezaba a preguntar y nosotros le hablábamos de cosas que no conocía, como las metodologías activas, y le pedíamos su opinión. Como no sabía nada, empezó a no venir”, cuenta divertida.
La participación de las familias es fundamental para que estos centros lleguen a tener éxito, relata Miguel Ángel Aroca, conocido como Roco, uno de los veteranos del Trabenco. La ventaja es que, como sucede con los trabajadores, el filtro es anterior y para entrar en estos centros es casi obligatorio estar alineado previamente el modelo. “Sin el compromiso de los padres no habríamos hecho nada”, asegura este profesor. “Siempre han ido de la mano, ponen su trabajo cuando el colegio lo necesita, vienen a pintar, a hacer una caseta, a remodelar al patio...”. La sensación de pertenencia es diferente.
“El modelo de colegio nos afecta en positivo. Es gente que se ha metido en este proyecto porque cree en él, porque tiene confianza y porque quería buscar un espacio de trabajo donde desarrollarse como maestro con unas líneas concretas”. Sentadas en un banco en el patio, Camilia y Estefanía, dos de las responsables del AMPA, dan fe de las palabras de Roco y de la comunión que impera en las cooperativas.
Las AMPAs juegan un rol fundamental. Formar parte del asociación de padres y madres del Trabenco cuesta 230 euros al año (23 por mes lectivo), pago que incluye básicamente todos los materiales escolares y descuentos en las excursiones que se realizan durante el año. No es obligatorio, aclaran, pero el 90% o 95% de las familias lo hacen.
Esos fondos dan, por ejemplo, para que el AMPA haya contratado a un auxiliar técnico para que eche una mano en las aulas de Infantil. “Las familias estamos muy involucradas –explica Camilia–. Cada uno viene cuando puede y el que no, se adapta a otro momento. Aquí siempre tenemos las puertas abiertas”.
Es martes 20 de febrero y mientras Camilia y Estefanía explican su labor como AMPA, en el patio del Trabenco crece la agitación, inusual para una tarde cualquiera entre semana aunque el centro suela tener sus puertas abiertas. Hoy se presenta el libro que Jorge García Arranz ha escrito rememorando los 50 años del colegio, y antiguos y actuales alumnos, profesores y familias se mezclan y rememoran el camino recorrido hasta el punto donde están hoy.
Es una tarde de fiesta y de recuerdo, de poner el valor el esfuerzo hecho para situar al colegio Trabenco como un centro de referencia para tanta gente del barrio. Años de lucha que empezaron en los sótanos de unos locales de viviendas para crecer hasta lo que es hoy el colegio, un centro completo que ofrece toda la etapa educativa obligatoria. Aún así, no es posible acomodarse y los retos se siguen acumulando en una zona obrera de Madrid donde buena parte del alumnado no pasará de la ESO, suponiendo que lleguen a titular. Pero esa es una preocupación para mañana, para las otras 364 mañanas y tardes del año. Hoy toca celebrar medio siglo de trabajo conjunto y de cooperación, las palabras más repetida esta tarde en el Trabenco.
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