El ébola se lleva por delante a los políticos marcados por su “extraordinaria” gestión
El 6 de octubre de 2014 España confirmó el primer contagio de ébola en el mundo fuera de África. En la rueda de prensa organizada para informar al país estaban presentes los máximos reponsables sanitarios al cargo: la ministra Ana Mato y el consejero madrileño Javier Rodríguez. Presentes pero silentes ya que ninguno dio explicaciones mientras hablaban sus subordinados. Dos meses después, los dirigentes que manejaron el caso y cuya gestión mereció, según el presidente Mariano Rajoy, la felicitación internacional, no están ya en sus puestos. “Mis colegas me han dicho que las cosas se están haciendo muy bien”, expresó Rajoy el 8 de octubre al salir de una cumbre europea en Milán.
Aspectos periféricos o bien alejados del manejo de la crisis del ébola –el lucro obtenido de la trama Gürtel y la incontinencia verbal– han sevido para que sus jefes los hayan sacado de sus equipos sin mencionar siquiera sus acciones de aquellas semanas. Y esa distancia ha actuado como cortafuegos respecto a la responsabilidad de los presidentes central y autonómico.
El consejero Javier Rodríguez no ha tardado en darle una excusa al presidente madrileño Ignacio González, para deshacerse de él. Y eso que González se aventuró a calificar de “extraordinaria” la gestión de este asunto. Si sus acusaciones contra la enferma Teresa Romero le pusieron al borde del precipio político –pidió disculpas– el análisis final que él mismo ha hecho sobre su gestión del caso le ha dado el empujón: “Si lo hubiese hecho mal”, Teresa Romero “no estaría hablando”. 24 horas después ha dejado su puesto en Sanidad.
Rodríguez estuvo a la cabeza del sistema sanitario que ha atendido a los infectados por el virus del ébola. Pero no en las decisiones médicas, evidentemente. De su coordinación dependieron la preparación de los profesionales, la dotación de material aislante para manejar a los pacientes e, incluso, seguir adelante con el desmantelamiento del hospital Carlos III como centro de infecciosos para convertirlo en internamiento de enfermos crónicos. De su labor pendía que se tuviera una unidad similar operativa antes de cerrar el ala en la que terminaron por ingresar los misioneros repatriados a toda prisa desde África, Teresa Romero y los contactos de ésta. La Consejería de Sanidad fue la encargada de habilitar a toda prisa el Carlos III en agosto ante la inminente llegada de enfermos.
Más tarde, con el ébola ya en el organismo de Romero, Rodríguez admitió que un médico la interrogara en medio de su proceso febril y compareciera ante los medios para informar del famoso toque de cara con el que se argumentó la responsabilidad de la sanitaria en el contagio. El consejero la acusó de mentirosa.
La otra pata de la coordinación sobre el ébola estaba en el Gobierno central. Desde la decisión de repatriar a los misioneros enfermos, designar un centro de destino para ellos en España y contener una posible expansión de virus por el territorio nacional. A pesar de que Mariano Rajoy apoyó a Ana Mato, “si no no sería ministra”, dijo, en cuatro días, (el 10 de octubre) la relevó al frente de la crisis para situar a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Aun con las aireadas congratulaciones de sus colegas de la Unión Europea, la acción de la entonces titular de Sanidad en España no fue suficiente para mantenerla como cabeza visible en un asunto de su primerísima competencia. El caso Gürtel le dio a Rajoy la chispa perfecta para prender la pira de la ministra y dejarla arder sin mencionar siquiera su trabajo relacionado con el virus.
Sustitutos útiles
Así las cosas, el presidente del Gobierno ha hallado la manera de meter en el Ejecutivo a un hombre con facilidad de palabra para vender los logros gubernamentales en el periodo pre-electoral. Y la vicepresidenta se ha rodeado en el Gabinete de otro fiel a su causa. Nadie echa de menos a Ana Mato.
En Madrid, a seis meses de las elecciones autonómicas, la legislatura está vencida. El Gobierno del PP madrileño va a necesitar tres consejeros de Sanidad para completarla. Si Javier Fernández-Lasquetty salió disparado en enero de este año por el fracaso de su proyecto de privatizar la gestión médica de seis hospitales –otra buena porción de su plan de entrada de contratistas en la labores de la consejería sí se ha llevado a cabo–, Javier Rodriguez aterrizó con el propósito de apaciguar a los profesionales sanitarios que se habían revuelto contra las privatizaciones. Arremeter contra una de esas profesioanales y su manera de trabajar no ha parecido la mejor estrategia.
Para llegar hasta mayo de 2015, González ha designado como sucesor al viceconsejero Javier Maldonado. Maldonado sustituyó a Patricia Flores que había sido imputada por una querella contra las primeras fases de externalización de hospitales en manos de contratistas. Maldonado llegó a la consejería desde la gerencia del hospital madrileño, Ramón y Cajal. Antes, fue director médico de La Paz (el hospital desde donde se coordina actualmente el Carlos III). Allí lo había llevado el gerente Rafael Pérez-Santamarina. Ambos llegaron a ese centro tras perder las elecciones generales de 2004 el Partido Popular. Los dos provenían del Ministerio de Sanidad que dirigía Ana Pastor. Pérez-Santamarina era secretario general de Sanidad y Maldonado su jefe de Gabinete.