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26 años después de sufrir una violación: “Decir que no se supera nunca es culparnos por haber sobrevivido”

Una mujer en una foto de recurso

Marta Borraz

Dice Rupi Kaur en su poemario Otras maneras de usar la boca que “la violación te partirá por la mitad, pero no terminará contigo”. La apología de la supervivencia y el empoderamiento tras una agresión sexual contradice el relato de que una violación “no se supera nunca”. No son poco habituales los mensajes que vinculan las agresiones sexuales a un futuro inamovible de vergüenza y trauma. Un mito extendido que no deja hueco a la superación y que Rocío (nombre ficticio), violada hace más de dos décadas, cuando era una adolescente, quiere desafiar. 

Ya lo hizo Virgine Despentes en su famosa Teoría King Kong al radiografiar la manera en que la sociedad pone en la diana a las víctimas de una violación. “Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme”. Despentes se refería así a su propia agresión sexual: “Si verdaderamente hubiéramos querido que no nos violaran, habríamos preferido morir, o habríamos conseguido matarlos. Desde el punto de vista de los agresores, se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto”. 

Rocío recuerda haberlo leído más de 20 años después. Conocía a su violador de vista porque era un compañero de instituto un par de años mayor que ella al que veía de vez en cuando en una discoteca para adolescentes que organizaba el Ayuntamiento de Bilbao los fines de semana. Uno de esos días él le invitó a salir. “Yo había quedado con mis amigas para ir al cine, pero me pareció buen plan y quedamos unas dos horas antes. Cuando nos vimos todo parecía normal. Me dijo que se le había olvidado coger algo de abrigo en casa y que tenía frío. Fuimos hasta allí y me invitó a subir, que era un momento”, explica a eldiario.es.

Empezó a tener miedo cuando el chico cerró la puerta con llave y se la guardó en el bolsillo. Eso ya no era tan normal. Le dijo que hablara en bajo porque su hermana estaba en casa y, a partir de ahí, los recuerdos son borrosos: “Sé que me obligó a hacerle una felación, me tocó, le toqué, a veces movía mis manos como sin vida. Sé que le dije varias veces que me quería ir, que había quedado con mis amigas e iba a llegar tarde, que no quería. Al final no sé ni cómo ni cuándo salí de allí. Cuando llegué mis amigas ya habían entrado en el cine”.

Rocío se acuerda de la sensación de shock, de no saber muy bien qué había ocurrido y de estar más preocupada por inventarse una excusa que sonara convincente para que sus amigas no supieran lo que había pasado. “Recuerdo los días siguientes, las noches sin dormir, el dolor, la sangre, el silencio, las lágrimas y el miedo”. Entonces no era capaz de ponerle palabras a que lo que había sufrido era una agresión sexual. Quizás, dice, por la concepción tradicional que el imaginario colectivo asocia a la violación: un asalto por parte de un desconocido por la noche y en la calle. Y por esa misma idea, Rocío cree que su violador no sabe que la violó.

Si lo superas, tan mal no lo pasarías

Sin banalizar las consecuencias de una experiencia tan brutal, Rocío está convencida de que en violencia sexual son necesarios más relatos empoderadores. Y es el que ella pretende transmitir.

“Es la historia que nos venden, que no se supera nunca. Es lo que nos quieren hacer creer, pero decir esto es culpabilizarnos a las víctimas por haber sobrevivido, por habernos sobrepuesto. Es una forma de seguir echándonos la culpa a las mujeres. 'Si has sido capaz de superarlo, tan malo no sería, tan mal no lo pasarías...'. Pero claro que se puede, somos muy fuertes. Lo primero es quitarse la culpa y la vergüenza. Y a partir de ahí el camino es mucho más fácil”.

Este tipo de ideas preconcebidas son constatadas por el informe El abordaje de las violencias sexuales en Catalunya, del grupo de investigación Antígona de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Estereotipos que se relacionan “con la consideración de que la violación es una de las cosas más terribles que le pueden suceder a una persona”. De esta manera, prosigue el estudio, “suponer que la

víctima / superviviente debe estar avergonzada y traumatizada“ son estereotipos que están ”muy presentes“. 

El informe avala exactamente lo que cuenta Rocío al asegurar que “la recuperación de una víctima / superviviente o la rapidez de su recuperación –por ejemplo, que se ”vea bien“ o continúe con su vida y actividades normales–, puede interpretarse como si ella no hubiera sido víctima”. La realidad muestra, sin embargo, “que aunque se trata de un delito muy grave, la mayoría de las víctimas optan por sobrevivir y continuar con sus vidas”.

“Haz como si nada”

26 años después de aquel día de 1992, Rocío entendió que las mujeres pueden ser víctimas de una agresión sexual sin violencia, en una casa en la que ellas han accedido a entrar tras una noche de fiesta o una tarde de cafés. Sin embargo, para llegar hasta aquí ha atravesado todo este tiempo con ello enterrado. “Y la vida pasó, olvidando, negando, ignorando...”.

“Haz como si nada”, se decía a sí misma mientras de vez en cuando seguía encontrándose con él en los pasillos del instituto. “No le cuentes esto a nadie porque como me entere contaré mi versión y todo el instituto me creerá”, le dijo. “Y yo le creí a él y no confíe en nadie. Ni en mis padres, ni en mis amigas...Solo pensaba en que yo había accedido a ir a su casa, en que había quedado con él, creía que si alguien se enteraba se arruinaría mi vida”. Ahí estaban: la culpa y la vergüenza.

Rocío, que ahora tiene 41 años y está casada con un hombre, asegura que si hubiera sido en la actualidad habría denunciado sin dudarlo. Ahora que se ha sacudido la culpa tras un largo proceso de terapia psicológica y de trabajo personal que empezó con la denuncia a 'La Manada' por la violación múltiple en los Sanfermines de 2016. “Cuando el caso salió en medios comenzó la culpabilización: que si no se tenía que haber ido con ellos, que sabía lo que iba a pasar...”. Le sonaba de algo.

“Entonces inicié otra etapa de mi vida, fui a la psicóloga, entré en contacto con el movimiento feminista y con obras de autoras que me ayudaban a entender que no había sido mi culpa”. Le puso nombre a su violación el año pasado y también empezó a abrirse y a contárselo a su entorno más cercano. 

Si se imagina que tiene a la víctima de la violación de Sanfermines delante le gustaría decirle que la cree. Al resto, a todas, les diría que escuchen al feminismo, que busquen ayuda y que se despojen de la culpa. “Se supera. No llevamos escrito en la cara que nos han violado”.

Esta historia forma parte de la serie  Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio

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