Dios los cría, y Franco los junta: la Iglesia española, tras la exhumación
Cuando Franco murió, la Iglesia española había dejado 'atados y bien atados' sus privilegios en una sociedad que intentaba avanzar, lentamente, hacia la democracia. En Roma, diez años atrás, había concluido el Concilio Vaticano II, que trató de poner a la Iglesia católica en hora con el mundo, pero los obispos españoles seguían con el reloj parado en 1953, momento en que el régimen consagró la alianza entre la Cruz y la Espada que hizo posible la 'Sagrada Cruzada' (así llamaron los obispos en 1937 a la Guerra Civil).
Hoy, 44 años después, con Franco reinhumado en Mingorrubio, los obispos españoles continúan mirando con dificultad al futuro. Igual que sucediera tras el Concilio, pocos prelados se animan a seguir el impulso del papa Francisco y acabar con una Iglesia clericalizada, que oculta en un armario los estigmas de los abusos de poder y sexuales, se afana en conservar privilegios anacrónicos y sigue sin darse cuenta de que hoy, en pleno siglo XXI, España ha dejado de ser católica y su influencia en la sociedad resulta prácticamente insignificante.
Los obispos no se oponen a la exhumación de Franco, pero sí al fin de las prebendas que les dio el dictador. El nuevo Concordato (ahora llamado Acuerdos Iglesia-Estado), que se negoció a la par que la Constitución y fue aprobado ahora hace 40 años, continúa dotando a la Iglesia de múltiples beneficios fiscales, económicos, jurídicos y de presencia social.
La religión en las aulas
En muy pocos países de nuestro entorno la Iglesia católica (y sólo la Iglesia católica) recibe, sin dar nada a cambio, un porcentaje de los Presupuestos Generales del Estado, cuya finalidad no detalla con precisión. La enseñanza de la religión católica es de oferta obligatoria y sus profesores son designados por el obispo del lugar (que puede despedirlos sin dar razón alguna), pero pagados por la Administración. Con el personal religioso en hospitales públicos, el Ejército o las prisiones sucede tres cuartos de lo mismo.
La Iglesia está exenta de multitud de impuestos y, por si fuera poco, las administraciones todavía no han dado el paso de exigir el pago de aquellos que sí debería pagar, como el IBI para aquellas actividades que no tengan fin estrictamente pastoral o de culto (garajes, pisos de alquiler, museos, etc...). Pero, además, los obispos han logrado registrar a su nombre, con el único aval de su firma, 35.000 bienes en el período 1998-2015. Unas inmatriculaciones que (al menos la mitad) no tienen que ver con templos, sino con inmuebles o terrenos que, en su día, fueron enajenados por otros intereses oscuros, en buena medida gracias al dictador que, desde hoy, descansa en Mingorrubio.
¿Es esta la verdadera función de la Iglesia? Son pocos, muy pocos, los obispos que tratan de revertir esta situación de privilegio. No lo tienen fácil, y el 'caso Franco' lo ha demostrado. Los cardenales Osoro y Omella (Madrid y Barcelona), los hombres puestos por el papa Francisco para cambiar el rostro de la Iglesia de nuestro país, no cuentan con la fuerza suficiente para acometer las reformas que les pide Bergoglio. Un Bergoglio que, por cierto, no visitará España mientras los obispos sigan “en guerra” entre ellos, como admitió durante un vuelo papal. Las elecciones a la presidencia de la Conferencia Episcopal marcarán definitivamente si los obispos españoles se quieren quitar el sambenito con el que les bautizó en su día el dictador –“España, Faro de Occidente, martillo de herejes, luz de Trento”– o, por el contrario, prosiguen en la deriva de división y enfrentamiento al Papa, en Roma, y a los valores democráticos, en nuestro país.
Los que hablan de “profanación”
La exhumación de Franco, además, ha puesto de manifiesto la existencia de un sector, minoritario pero muy potente, de ultracatólicos que siguen vinculando su fe a la extrema derecha, y consideran la salida del dictador del Valle “una profanación”, y la posición oficial de la Iglesia (cumplir con la legalidad vigente) una traición al hombre que les salvó de la persecución y la desaparición.
Y es que los mismos que pintarrajearon decenas de iglesias de Madrid acusando a Osoro de traidor –en una imagen que recuerda, muy poderosamente, a los gritos de '¡Tarancón, al paredón!', tras la muerte de Carrero Blanco– e invitan a dejar de marcar la 'X' en la declaración de la renta son los que este jueves salieron a defender la actitud obstruccionista del prior Santiago Cantera y la homilía del cura hijo del golpista Tejero, en la que faltó poco para 'canonizar' a Francisco Franco. “Dios los cría, y Franco los junta”, lamenta, en privado, uno de los pocos obispos que admite que, a lo largo de estos meses, la Iglesia española debería haberse pronunciado claramente, enmendando la plana al prior falangista y colocándose del lado de las víctimas.
Porque del otro lado se sitúan grupúsculos como HazteOir o Máslibres, situados en la órbita de Vox y de sectores ultracatólicos como los kikos, el Opus Dei o los Legionarios de Cristo (e incluso más allá, a través de sectas como El Yunque), que lo mismo organizan una sentada para protestar contra la exhumación ante la sede del PSOE como acosan a las mujeres que van a abortar a las puertas de la clínica Dator.
Los católicos 'de toda la vida', que añoran una España en la que Franco dio todo el poder a la Iglesia, y donde los únicos valores que podían defenderse eran los de la firme ortodoxia, la continencia sexual y las familias numerosas. Herederos de aquellos que en otro tiempo quemaban mujeres en la plaza pública acusadas de brujas u obligaban a judíos, musulmanes o protestantes a abjurar de su fe si no querían perder la vida. Los mismos que, tal vez, hace unos años hubieran mandado a Jesucristo a picar piedra en la cantera de Cuelgamuros. A mayor gloria de Francisco Franco, que en Mingorrubio descanse.
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