España acusa nuevas dificultades en el rastreo en pleno ascenso de contagios
A medida que la sexta ola avanza, vuelve a cobrar relevancia la necesidad de contar con un sistema de rastreo robusto y exhaustivo. Es una de las demandas de los expertos desde el principio de la pandemia, pero España tardó en incrementar el número de efectivos y las dudas sobre si el sistema tiene suficiente músculo han sobrevolado desde entonces. Aunque ya siete comunidades se han lanzado a pedir rastreadores militares al Ministerio de Defensa con el ascenso de contagios, el rastreo afronta, un año y nueve meses después del estallido del virus, nuevos retos que se unen a la incertidumbre por la variante ómicron a escasas semanas de Navidad.
Actualmente los contactos de positivos que estén vacunados no deben hacer cuarentena, según el protocolo de Sanidad, excepto si se han infectado con la variante ómicron. Sí deben estar bajo vigilancia y lo ideal es que se sometan a una PCR y que eviten eventos masivos. Como siempre, las personas contagiadas sí deben aislarse. Pese a los cambios, la laboriosa tarea que desempeñan los rastreadores sigue implicando contactar a cada positivo, reconstruir sus últimos pasos y avisar a sus contactos estrechos. Y a medida que avanza la pandemia es cada vez más difícil, coinciden los profesionales.
“Hay una gran fatiga pandémica, se ha confiado mucho en la vacuna, en que suponía volver a nuestras vidas, y es normal, por eso cada vez es un poco más difícil que se cumplan los aislamientos, incluso localizar a la gente, porque ven un número largo e igual ni te cogen. No es la gran mayoría, pero estamos todos y todas muy cansados”, asegura Raúl, rastreador en Euskadi. Coincide Ana Darias, subdirectora médica en la gerencia de Atención Primaria de Tenerife, que percibe una relajación: “No son la mayoría, pero igual llamas y escuchas ruidos detrás, sabes que no se están aislando. Aquí además tenemos una tasa de no vacunados importante y ellos, si son contactos, sí deben hacer cuarentena. Pero no está siendo fácil”.
La responsable del equipo de rastreo de la isla ya advirtió de este desafío durante la quinta ola, ahora intensificado con el hartazgo que va calando cada vez más en la población tras haber puesto toda la esperanza en la vacuna. “Entonces coincidió con el inicio del verano, pasaba lo mismo y mucha gente lo que te decía es que cómo estando vacunado les pasaba esto. Hay que tener claro que la vacuna no te exime”, recalca. Raúl suma también el agotamiento en el que están sumidas las redes de vigilancia tras más de un año de intenso trabajo: “Al final es como el día de la marmota, parecía que iba a bajar y vuelve a subir, pero aquí seguimos, conscientes de que esto es muy importante”.
130 rastreadores militares para apoyar a las comunidades
En plena sexta ola y a las puertas de la Navidad, las comunidades están eligiendo como receta para amortiguar la subida de casos el pasaporte COVID, que los expertos ponen en cuestión para este fin, y varias han echado mano de los rastreadores militares debido al “pico de trabajo” que están viviendo las plantillas. Según fuentes de Defensa, son 12 en Canarias y Navarra, 20 en Asturias y Aragón, 28 en Castilla y León y 30 en Balares y Cantabria, informa Irene Castro. Esta última comunidad tras haber prescindido de la mitad de los actuales profesionales, una decisión que les ha puesto en pie de guerra y que el Gobierno regional justifica por una cuestión presupuestaria.
José Martínez Olmos, experto en salud pública y ex secretario general de Sanidad, apremia a las comunidades a “no bajar la guardia” y “reforzar” el rastreo ante el incremento de los casos. “Cuanto más baja está la incidencia es más fácil de hacer, pero la carga de trabajo ha subido”, asegura. Con la variante ómicron bajo estrecha vigilancia, las redes de rastreo recobran “un valor adicional”, cree Olmos, porque “necesitamos detectar precozmente los casos con el objetivo de que no se extienda”.
Sanidad, de hecho, ha introducido una actualización en el protocolo y aquellos contactos que hayan estado a menos de dos metros, sin mascarilla y más de 15 minutos de una persona contagiada con variante ómicron sí deben guardar los diez días de cuarentena. Ana Darias explica que cuando hacen la llamada pertinente a un contagiado, si se trata de alguien procedente de Sudáfrica “pasa a ser sospechoso, sus contactos se aíslan y lo ponemos en observaciones” para la posterior secuenciación.
Otra de las particularidades del rastreo en la sexta ola es que los niños y niñas menores de 12 años son, por el momento, el único grupo de población sin acceso a vacuna. Y, por lo tanto, si son contacto estrecho de un contagiado, tienen también que aislarse. “Nos encontramos con padres y madres que, como ellos no tienen que hacer cuarentena por estar inmunizados, no van a dejar al niño en casa”, señala Darias. Raúl asegura que esta franja de edad implica “una buena parte del trabajo” porque “conlleva hacer rastreo escolar y es complejo porque hay que aislar a mucha más gente”. Además, “uno de los grandes hándicaps” es que no hay una medida para “ayudar a los progenitores que trabajan y deben cuidar a sus hijos al aislarse”.
El contagiador, una incógnita en uno de cada tres casos
La apuesta de las comunidades autónomas por el rastreo ha estado en entredicho desde el inicio de la crisis sanitaria, un sistema “demasiado débil” en España, según la evaluación que hizo The Lancet de la respuesta a la pandemia, a pesar de ser “la pieza clave” para contenerla. Sin embargo, el rastreo no es solo una cuestión de número de efectivos y los expertos en Salud Pública llevan tiempo reclamando una estructura que haga un análisis profundo del mapa de contagios.
Pone en ello el acento todavía como un reto pendiente de nuestro país el epidemiólogo Pedro Gullón, para el que “más que contratar rastreadores que llaman por teléfono a los contactos” sería especialmente útil en este momento de la pandemia implantar un sistema basado en la prevención: “Movernos del rastreador como lo concebimos hacia el epidemiólogo de campo, que pueda evaluar dónde ocurren los brotes, trabaje específicamente en esos lugares o espacios y pueda implantar medidas de prevención”, detalla.
Los especialistas llevan también tiempo reclamando la utilidad del rastreo llamado “retrospectivo”, es decir, que junto al modelo imperante de rastreo hacia adelante por el que se identifican los contactos de un caso, se haga también otro hacia atrás, que implique intentar averiguar quién ha infectado al caso primario. Una labor profunda que sirve para identificar dónde se producen los contagios. Aunque ha habido momentos de la pandemia en los que era más alto el número de contagios del que se desconocía su origen –el pasado enero llegó a ser la mitad–, ahora mismo no vinculamos a otro infectado el 30% de los positivos.
Los expertos coinciden en que desconocer el origen de uno de cada tres casos “es una cifra normal para esta pandemia”. “Pero lo ideal sería que fuera mucho menos y fuésemos capaces de detectar más enlaces epidemiológicos”, señala Gullón. No todo depende del rastreo; hay espacios e interacciones sociales más difíciles de trazar y a más transmisión comunitaria, más complicado es seguir los contagios, pero un sistema robusto de vigilancia epidemiológica contribuye a localizar y romper más cadenas de transmisión.
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