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España dice adiós a las mascarillas 700 días después

Unos ancianos conversan protegidos con mascarillas. EFE/Juan Herrero.

Sofía Pérez Mendoza

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“El uso de mascarilla será obligatorio en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros”. El BOE publicó este texto el 20 de mayo de 2020. España empezaba a salir del confinamiento, no había vacunas y el país estaba atravesando una enorme crisis económica y emocional. 700 días después, y con el 92% de la población inmunizada, su uso pasa de ser una obligación a una elección personal, salvo en contados espacios como el transporte público, los centros o establecimientos sanitarios y las residencias de mayores [en esta guía pueden consultarse todas las excepciones y recomendaciones].

Los expertos coinciden en que no se trata de la decisión más relevante en la pandemia, pero sí la más vistosa. La más icónica porque se ha producido una “fetichización” de un objeto ajeno para la mayoría, más propio de excéntricos o hipocondríacos, que ha terminado ocupando un espacio central en nuestras vidas en los dos últimos años, explica el epidemiólogo Pedro Gullón, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares.

“Se ha convertido en un símbolo de control de la pandemia y parece que ahora se acaban las restricciones cuando desde hace tiempo la vida económica, el turismo y casi todo está reactivado, elementos importantes en la transmisión”, prosigue Gullón. Siguiendo este ejemplo, el fin de los aislamientos de los casos positivos se decidió hace un mes. Su impacto mediático y político fue mucho menor. Ni siquiera la ministra de Sanidad, Carolina Darias, salió a anunciarlo.

Esto no significa que se ponga en cuestión su eficacia, sino un paso más –que no será el último– en la normalización de la convivencia con el virus por el “contexto favorable” actual y el alto nivel de inmunidad de la población, señaló Darias tras la aprobación del decreto. Los técnicos de la Ponencia de Alertas que asesoran al Ministerio de Sanidad indican que es la “principal medida de prevención” de la COVID-19, confirman su eficacia y recuerdan que su uso, independientemente de las normas en vigor, “está en gran parte sujeto a la responsabilidad de cada persona”.

Quien quiera llevarla puede continuar haciéndolo y, de hecho, es recomendable para todas las personas vulnerables (mayores, enfermos, embarazadas) y cuando se esté en eventos multitudinarios o en reuniones privadas si hay alguien con factores de riesgo. La lista de recomendaciones al margen de la norma emitidas por la Ponencia es larga y los técnicos marcan diferentes niveles de riesgo en función de la circunstancia y del sujeto. Sobre la base de esos niveles rojos, naranjas, amarillos y verdes se han trazado las salvedades a la norma. El “vector” que ha conducido estas decisiones es la protección a los vulnerables, según Sanidad.

“Que los no vulnerables protejan a quienes sí lo son”

Para tener éxito en la implantación de la medida es clave “que quienes no son vulnerables protejan a quienes sí lo son con su comportamiento y el cumplimiento de esas mínimas medidas”, sostiene Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología. Ponérsela si hay personas de riesgo cerca, coinciden la mayoría de especialistas.

No obstante, la sociedad científica que agrupa a los epidemiólogos es escéptica con el momento elegido y habría preferido esperar unas semanas a evaluar el impacto en la transmisión de las vacaciones de Semana Santa. Los expertos en salud pública están divididos: mientras una parte de los salubristas están convencidos de que ha llegado el momento de avanzar para recuperar una cierta normalidad en los espacios donde se considera que la balanza entre riesgo y beneficio puede justificarlo –en toda decisión se asume cierto nivel de riesgo–, otros opinan que la incidencia sigue siendo elevada y creen que mantener un poco más la mascarilla tiene poco coste.

La transmisión ahora solo se mide en los mayores de 60 años y el último dato la sitúa en 505,86 casos, 70 puntos más que hace una semana. La leve tendencia al alza ya es una realidad pero esta no se replica de momento en la ocupación hospitalaria, estabilizada en el 4% en el caso de las UCI desde hace unas semanas. “Hace un año, la incidencia acumulada era la mitad pero la ocupación de camas llegaba al 21% en las UCI”, señaló la ministra para justificar que la vacunación “está marcando la diferencia” y permite pensar en tomar estas medidas.

Se ha hecho, añadió Darias, de manera “consensuada” y siguiendo la propuesta de los expertos que forman la Ponencia de Alertas tras unas semanas de poca información y mucha expectativa en las que el Gobierno tuvo el impulso de acelerar la decisión. Finalmente, el Ministerio ha seguido solo a medias lo que decían los expertos. Dio por definitivo un documento de la Ponencia que aún tenía algunos puntos en debate, aseguran fuentes de dicho organismo a elDiario.es.

Uno de ellos era el uso de la mascarilla en entornos de trabajo, finalmente sujeto a lo que evalúen los servicios de prevención de riesgos laborales. Este ámbito se vislumbra como el terreno más resbaladizo en la aplicación de la norma, que en ningún caso obliga a llevarla de manera generalizada. Millones de trabajadores están a la espera de recibir instrucciones de las empresas o las administraciones para las que trabajan.

Lo esperado es una retirada progresiva

En todo caso, la experiencia previa hace pensar que la población no se quitará la mascarilla de un día al otro en todos los interiores. Estas medidas requieren de un tiempo de aclimatación en el que cada persona vaya valorando el nivel de riesgo que está dispuesta a asumir. Todavía es frecuente ver a personas mayores usarla por la calle cuando la obligación decayó en marzo. “Se modulará bastante según evolucione la situación. Hemos visto que en momentos de subida la gente ha restringido su vida social antes de que se tomaran medidas”, ejemplifica el epidemiólogo Pedro Gullón. En el Ministerio de Sanidad no se descarta que en algún momento haya que volver a las mascarillas. Es el espíritu que impregna cada nuevo paso en la gestión ante la posibilidad de que el virus dé sorpresas desagradables y se necesite retroceder.

España ha tardado más que algunos países de su entorno (Francia, Países Bajos o Bélgica) en retirar la obligatoriedad de la mascarilla, pero sin embargo ha sido uno de los primeros en levantar los aislamientos a los positivos leves y asintomáticos. Italia y Portugal todavía la mantienen. Ahora pasa como a lo largo de toda la pandemia: cuesta comparar decisiones porque los contextos varían mucho. “España, en general, ha sido un país con pocos vaivenes en el uso de la mascarilla, salvo este último cambio para reinstaurarla en exteriores. Otros territorios han adoptado decisiones más dinámicas, no han mantenido la misma norma tanto tiempo”, valora Gullón.

Los cambios en la norma

Hay en total cinco decretos –o modificaciones– redactadas por el Gobierno. La primera regulación es una orden del 4 de mayo de 2020 y solo afectaba al transporte público. Era entonces un bien escasísimo y se acababa de topar su precio. El siguiente documento está fechado en el 20, cuando se extendió a los interiores aunque siempre que no se pudiera mantener la distancia de 1,5 metros. En marzo de 2021 tomó forma de real decreto y la distancia interpersonal dejó de ser determinante: era obligatorio llevar cubrebocas en cualquier espacio público. Unos meses después, entrado el verano, se prescindió de su uso en exteriores, pero a finales de año se regresó a la obligación en plena escalada de la sexta ola sin que la decisión estuviera avalada por ningún órgano técnico.

En todo caso, la medida forma parte de un camino progresivo hacia la eliminación de restricciones que no se ha detenido desde diciembre de 2021: limitación de pruebas forzada por la avalancha de contagios, contabilización de solo casos graves, fin de los aislamientos y ahora, retirada de las mascarillas en la mayoría de interiores. Los epidemiólogos advierten de que la medida no puede llevar al engaño de que la pandemia ha finalizado. “Un día importante, un paso más”, así definía la decisión la ministra de Sanidad. Hace solo unos días la OMS confirmó que sigue considerando la propagación del coronavirus como una emergencia sanitaria internacional y asegura que “no es el momento de la guardia”.

Sanidad recuerda que la ciudadanía ha tenido un “comportamiento ejemplar” en la pandemia. La adherencia a la mascarilla ha sido muy buena, aunque ya llevaba meses decayendo de manera muy evidente en espacios como los bares, restaurantes o el ocio nocturno. En la próximas semanas se comprobará cómo respiran los ciudadanos ante este nuevo cambio. La despedida de la mascarilla, en todo caso, será en la medida que cada uno desee.

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