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Cansancio, sonrisa y una bolsa de basura: Sara deja el hospital de campaña de Ifema, que ya tiene más altas que ingresos

Trabajadores del Hospital del Ifema, en Madrid, durante el ya tradicional aplauso en apoyo al personal sanitario que se hace diariamente a las 20 horas. / OLMO CALVO

Marta Maroto

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“Ha sido un bicho malo… malo, malo”, cuenta Sara con la voz tapada por una mascarilla de papel azul. Sus ojos cansados dan cuenta de las dos semanas que lleva ingresada en el hospital de Ifema, de donde hoy sale con paso lento pero satisfecho, a sus 64 años, habiendo superado el golpe de la COVID-19. Poco después de que se decretase el confinamiento, llegó sin poder respirar al Hospital de La Paz, y de sus urgencias abarrotadas fue trasladada a los pabellones de Ifema, donde ha pasado los días en duermevela. “Cuando me dijeron que tenía neumonía bilateral me quedé…” Hace un silencio. “Esa noche la lloré”, dice para resumir aquellos momentos; los peores.

Pasan las diez de la mañana y grupos de voluntarios acompañan a los pacientes curados a la puerta de salida del recinto ferial, flanqueada por un pasillo de banderas que ahora ondean a media asta. Esta imagen, la de familias sonriendo y saludándose de nuevo a dos metros de distancia, es cada vez más habitual y desde hace unos días gana a la de los autobuses trayendo enfermos de otros hospitales, cuenta a eldiario.es Fernando Prados, coordinador del hospital de Ifema.

Después de días de caos, con las urgencias, UCI y plantas de hospitales abarrotadas, la Comunidad de Madrid, la más afectada de España, parece estabilizarse y entrar en una meseta en la curva de contagiados por coronavirus, a la espera de conseguir doblegarla. Este domingo, la región se despertaba con 738 contagios confirmados más que el día anterior, el menor incremento de esta semana, con un total de 46.587 casos de COVID-19 registrados desde el principio de la epidemia y 6.278 muertes.

De estos casos, 3.000 han sido ingresados en el hospital de campaña de Ifema desde que comenzó a recibir pacientes hace veinte días. Después de las críticas de varios trabajadores, que se quejaban de la desorganización y malas condiciones del pabellón cinco, el primero que se abrió, los pacientes fueron progresivamente trasladados al siete y al nueve, donde hay ocupadas más de un millar de camas y hay otras 300 habilitadas aunque todavía libres. Las balas de oxígeno fueron sustituidas por un sistema de tubería similar al de los hospitales que llega a cada paciente.

“El pabellón cinco fue un poco de 'me cago en diez”, recuerda Amor, todavía con su ropa de médica, sentada en las escaleras y tomando un café –hay varios puestos de comida y refrescos gratuitos dentro de Ifema–, “necesitábamos echar a rodar”. El ambiente y el ritmo de trabajo es ahora diferente y se ha superado el desconcierto inicial, coincide su compañera Tamara, médica también. Además, la disminución del ritmo de los contagios “está relajando todos los hospitales, que están notando que 'esto' ha descargado mucho”, continúa, señalando a los pabellones.

Cierre previsto para mayo

Ahora que parece que la epidemia está más controlada, Ifema será utilizado en una segunda fase para descongestionar los centros sanitarios y permitir que los hospitales recuperen cierta normalidad. La Comunidad de Madrid calcula el cierre de las camas del recinto ferial para finales de mayo. Pero el futuro, aunque sea cercano, continúa siendo una incógnita, que depende del comportamiento de un virus al que seguimos sin conocer del todo. “Es lo que hemos establecido porque estamos preparados. Igual que también estamos preparados para un posible repunte”, confirmaba Prados.

La idea es que el desmantelamiento sea progresivo y no definitivo, mantener la infraestructura y guardar los materiales para que en el caso de un nuevo brote en los próximos meses, el hospital de campaña pueda volver a estar listo en cuestión de horas.

“Aquí lo que se rumorea es otra cosa. Esto no ha acabado, todavía queda. Hay pacientes que llevan entre 15 y 20 días desde el inicio de los síntomas, así que van a seguir saliendo casos. No me atrevería a decir que está controlado”, puntualiza Amor. “Habrá que verlo”, apunta David, enfermero, que no se atreve a pronunciarse.

Otra de las críticas recurrentes durante esta crisis de la COVID-19 está siendo la escasez de equipos adecuados para la protección del personal sanitario. “Tenemos muchísimos problemas de este tipo, el material que estamos gastando es una barbaridad, no hay stock en el mundo”, continúa Prados. El pabellón número 10 actúa de almacén, y cada día recibe cajas y cajas que redistribuye a toda la red de hospitales de la región. “Con lo que ha llegado, que es mucho, vamos al día”, reseña.

En cuanto a las camas de cuidados intensivos, Prados explica que de las 16 disponibles solamente hay cinco utilizándose desde que se abrieron a principios de la semana pasada. Aunque en un primer momento, al decidirse la reconversión del recinto ferial en hospital, se habló de que habría capacidad de desplegar hasta 500, Ifema no aspira a sustituir a los hospitales, donde hay capacidad para intervenciones de gravedad y, además, no hay plantilla suficiente de intensivistas para cubrir las necesidades de la pandemia, justifica el responsable.

Más altas que ingresos

Se escuchan aplausos desde el final del corredor. Segundo, que arrastra casi seis décadas de vida en sus zapatos, sonríe en la entrada del pabellón nueve, curado. “Me han tratado de maravilla”, cuenta emocionado. Quizá sea eso en lo que todos, pacientes, personal y autoridades, coinciden. En el buen equipo y la solidaridad que existe entre personal y pacientes.

La música suave de los altavoces de la megafonía solo se ve interrumpida cada cierto tiempo por un mensaje de ánimo –“Esto lo superaremos unidos”–, al mediodía por el himno nacional en doloroso homenaje a los muertos y a las ocho de la tarde por los aplausos que cada tarde estallan en todos los rincones de España. “Se aplauden entre ellos, aplauden por ellos y por nosotros”, asiente David.

El jueves fue el cumpleaños de un paciente, toda la planta lo celebró y dos mujeres que se encargan de la limpieza y desinfección que además son cantantes de ópera dejaron a todos con la boca abierta, recuerda Luis, celador. “Esto nos cambia la vida. Nos ha parado la vida a todos, aunque es verdad que aquí nosotros seguimos en la dinámica de trabajo”, remarca.

Siguen marchándose pacientes, un autobús y una ambulancia llegan vacíos y casi a la vez al punto de limpieza de los bomberos, donde siguen un estricto protocolo de desinfección. Junto a Luis, que a sus 56 años ha estado más de veinte días en el hospital, sale Sara. Arrastra cara de cansada y una bolsa de basura con algo de ropa que un familiar acertó a llevarle al hospital cuando cayó enferma. Cuenta que no sabe si más allá de Ifema hay confinamiento o no, que lo peor de todo es la falta de pruebas e información –“¿Podré volver a coger ”el bicho“?, se pregunta–, y que está deseando que pasen rápido las dos semanas de cuarentena para volver a abrazar a su marido. Él le espera en la puerta y, riéndose, se saludan chocando el codo.

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