Mitos y realidades sobre el efecto de las pantallas en el desarrollo de los menores
En las últimas semanas varios medios se han hecho eco de un estudio que afirma que los niños que pasan demasiado tiempo delante de una pantalla tienen más problemas de desarrollo. Apenas una semana antes, otro estudio realizado sobre adolescentes aseguraba que las nuevas tecnologías no tienen ningún efecto significativo en el bienestar de los jóvenes. Aunque ambos estudios se realizaron sobre franjas de edad diferentes, son una muestra de cómo las investigaciones realizadas durante las últimas décadas ofrecen, a menudo, resultados contradictorios.
A pesar de las contradicciones, la mayor parte de las asociaciones pediátricas reconoce que la interacción con una pantalla ofrece tanto beneficios como riesgos para la salud de los niños y adolescentes. Una revisión de estudios publicada el pasado año por la Sociedad Pediátrica Canadiense (SPC), incluye entre los beneficios el aprendizaje temprano, la exposición a nuevas ideas y conocimientos o mayores oportunidades de contacto y apoyo social, mientras que entre los riesgos señala posibles problemas de sueño, de atención y de aprendizaje, además de una mayor incidencia de obesidad o de la posible exposición a contenidos inapropiados.
Sin embargo, el principal problema de estos estudios es que es difícil establecer una relación de causalidad entre el uso de los dispositivos y los problemas o los beneficios detectados. En otras palabras, no es posible saber si los supuestos problemas o beneficios mencionados pueden estar causados por otros factores y no con el tiempo que pasa el menor delante de la pantalla.
Evitar las pantallas antes de los 18 meses
Lo que sí es cierto es que el escenario se ha complicado con las nuevas tecnologías, dado que a la televisión se le han ido uniendo el ordenador, los teléfonos inteligentes, las tabletas y los videojuegos, lo que ha provocado una serie de cambios en los patrones de uso de las pantallas. Según una revisión de estudios elaborada por la Asociación Americana de Pediatría (AAP), en 1970, los niños comenzaban a ver la televisión con regularidad a los 4 años, mientras que hoy en día, los menores comienzan a interactuar con dispositivos digitales a los 4 meses de edad.
Esta realidad, unida al hecho de que el cerebro de los pequeños de entre 0 y 3 años se encuentra en un período crítico para el desarrollo del habla, o de habilidades emocionales, sociales y motoras, ha provocado que los especialistas empiecen a alertar sobre los posibles riesgos de la exposición a edades tan tempranas y que lo desaconsejen prácticamente hasta los 2 años de edad.
En España, la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP) recomienda evitar la exposición de los bebés a las pantallas hasta los 18 meses y, a partir de ahí, iniciar el visionado bajo supervisión de los padres. Unas recomendaciones muy similares a las que realizan la sociedades canadiense o la estadounidense.
Sin embargo, esta última eliminó en 2016 el consejo de no permitir que los niños menores de 18 meses pasen tiempo frente a una pantalla y las nuevas directrices permiten que los bebés puedan ver videollamadas, dado que las conversaciones, aunque sean a través de una pantalla, pueden ayudar a los menores a desarrollar habilidades del lenguaje.
Resultados ambiguos a partir de los 2 años
Pero a partir de esas edades los resultados son más controvertidos. Según uno de los estudios más recientes, publicado el mes pasado en la revista JAMA Pediatrics, “el exceso de tiempo frente a las pantallas puede afectar la capacidad de los niños de entre 2 y 5 años para desarrollarse de manera óptima”.
La novedad de esta investigación no está en esta afirmación, que ya se había realizado en muchos estudios anteriormente, sino en el hecho de que es uno de los primeros en afirmar que existe una “asociación direccional entre el tiempo frente a una pantalla y el desarrollo del niño”, es decir, que los científicos aseguran que es el exceso de horas delante de una pantalla lo que ha provocado problemas en el desarrollo de los menores.
En promedio, los niños de 2, 3 y 5 años de edad que participaron en el estudio veían aproximadamente 17, 25 y 11 horas de televisión por semana respectivamente, lo que equivale a 2’4, 3’6 y 1’6 horas al día. “Cuando los bebés están delante de una pantalla, pueden perder la posibilidad de practicar y dominar ciertas habilidades”, afirman los investigadores, por lo que recomiendan a los pediatras que “guíen a los padres sobre las cantidades adecuadas de exposición a las pantallas y discutan las posibles consecuencias del uso excesivo de las mismas”.
Aunque los resultados de este estudio no se pueden considerar definitivos, sí que suponen un importante paso que parece confirmar las correlaciones observadas en estudios anteriores y que habían llevado a las asociaciones pediátricas a recomendar ciertas limitaciones sobre el tiempo que los menores pasan delante de una pantalla.
De esta forma, los pediatras aconsejan que los menores de entre 2 y 5 años pasen un periodo máximo de una hora diaria y “desde los 6 años se debe buscar el equilibrio entre el uso de pantallas y otras actividades propias de sus edades”, según la SEPEAP. Además, recomiendan evitar las pantallas durante las comidas, horas de estudio y antes de dormir, y limitar la presencia de pantallas en el dormitorio.
Mejor centrarse en la calidad, no en la cantidad
Sin embargo, no todos los investigadores consideran que este tipo de recomendaciones sean realmente útiles para mejorar el bienestar de los menores a partir de los dos años. En este sentido, un estudio publicado en 2017 en la revista Child Development no encontró una correlación consistente entre los padres que siguieron estas pautas y el bienestar de los niños con edades comprendidas entre los 2 y los 5 años.
El autor principal de ese estudio, el investigador de la Universidad de Oxford, Andrew Pryzbylski, aseguró que sus hallazgos “sugieren que el contexto familiar, cómo los padres establecen las reglas sobre el uso de estos dispositivos y si están activamente involucrados en explorar el mundo digital juntos, son más importantes que el tiempo que pasan ante la pantalla”.
Pryzbylski no es el único apuntar en esta dirección. Otro estudio publicado en 2017 sobre niños de entre 4 y 11 años encontró que “el factor predictivo más fuerte de los problemas emocionales o sociales relacionados con la adicción a las pantallas” no es el tiempo que pasan con un dispositivo, sino la forma en que se usan y aportaba algunas pistas sobre cuándo puede estar justificada la preocupación por parte de los padres, como que el tiempo frente a una pantalla interfiera con las actividades diarias, cause conflicto para la familia o el menor o sea la única actividad que le produce alegría.
Las nuevas tecnologías y los adolescentes
Respecto a los problemas que pueden generar estos dispositivos durante la adolescencia, otro estudio reciente publicado en la revista Nature Human Behaviour y realizado con jóvenes de entre 12 y 18 años sugiere que “la asociación entre el uso de la tecnología digital y el bienestar de los adolescentes es negativa pero pequeña”, ya que tan solo explica, como máximo, un 0,4% en la variación del bienestar, lo que lleva los investigadores a afirmar que “estos efectos son demasiado pequeños para justificar un cambio de política”.
Este estudio tampoco es el primero en señalar la falta de datos que justifiquen un perjuicio de las nuevas tecnologías a los adolescentes. En 2014, otro equipo de investigadores realizó un análisis de 43 estudios previos y concluyeron que había “una ausencia de investigación causal sólida sobre el impacto de los medios sociales en el bienestar mental de los jóvenes”.