El armario sigue bien cerrado en el mundo rural
“En los pueblos, la gente habla”. Lo dice Cris, una vecina de un pequeño pueblo extremeño de poco más de 2.000 habitantes, pero su opinión la comparten todos los nombres que aparecerán bajo estás líneas. Es lesbiana y, cuando se mudó desde Madrid “donde haces lo que quieres”, a esta población, se sintió como “un bicho raro”.
“A los homosexuales que viven aquí les cuesta mucho ser visibles, porque hay una tradición muy marcada”, reconoce. “No pasa nada porque sea lesbiana o porque tenga pareja… pero que no se me vea. En casa puedo hacer lo que quiera, en la calle, mejor no”. Pepa Tascón, que vive con su mujer en el valle del Tiétar, comparte esta teoría. “Sabemos que hay bastantes gais y lesbianas que no se atreven a exteriorizarlo”. Las costumbres, la familia y el miedo a la homofobia y el estigma son los principales temores a los que deben hacer frente, sobre todo, aquellos homosexuales que viven en zonas donde todos se conocen.
No ocurre lo mismo en todos los pueblos, pero en algunos “es un lastre”, indica Diego Rendueles, desde una parroquia asturiana. Él es bisexual pero, en su caso, “ni siquiera existo como tal; soy el maricón del pueblo”. En otras, “tienes que estar escondido o, incluso, irte”, lamenta Tascón. De hecho, ella llegó a la sierra madrileña desde un municipio de Cuenca donde le hicieron “la vida imposible”. “Llegaron a volcarnos el coche, nos agredieron en varias ocasiones… hasta que nos fuimos –dos denuncias después- porque pensábamos que nos iban a matar”.
El temor a vivir situaciones como estas hace a muchos jóvenes plantearse el traslado a una gran ciudad y, aunque no hay estudios que arrojen cifras de afectados, porque las asociaciones pro-derechos LGTB “no tienen un duro” para realizarlos, estas agrupaciones notan el éxodo a los núcleos urbanos, explica Tascón, que es activista y expresidenta de Lesgávila. Tanto es así que, cuando el año pasado se celebró por primera vez la manifestación del Orgullo LGTB en Valladolid, el lema que agrupaba a todos los homosexuales, bisexuales y transexuales de la región fue 'Queremos quedarnos'.
Los colegios en las zonas rurales también son una asignatura pendiente. “A nivel local, no hemos conseguido dar ni una charla sobre el tema. Siempre te encuentras con un muro”, señalan desde Lesgavila. José Pérez, un joven de 24 años que creció en la sierra de Madrid da fe de esta realidad. “En el instituto solo recuerdo una charla sobre educación sexual en la que te explicaban cómo ponerte un preservativo, a las chicas una tampón y mencionaban la homosexualidad”. Todo junto.
Intolerancia en las aulas
Tal vez por eso el paso por las aulas fue una de las etapas donde Pérez más cerca sintió la homofobia. “En el instituto sí que había, pero no me corté por ello. Al llegar lo primero que te preguntan es si tienes novia; cuando les dije que tenía novio la noticia corrió como la pólvora”, explica. “Aunque yo no daba esa asignatura, me enteré de que la profesora de religión empezó a tocar el tema de manera insistente durante varias semanas, hasta que un día entré en su clase y le pregunté qué pasaba. Intento salir del paso, pero estaba claro cuál era su intención: decir que eso estaba mal y punto”, relata.
Además, los jóvenes que quieren salir del armario y viven en zonas rurales se encuentran con otro problema: cómo afecta su visibilidad a sus familias. “En una ciudad nadie te conoce, pero en un pueblo no eres tú solo, representas a tu familia”, indica Rendueles. “A mi me da igual lo que la gente diga, pero el día en que un hombre me insultó por ser gay, a mi padre fue a quien más le afectó”, explica Pérez.
En el mundo rural, encontrar trabajo tampoco es fácil. “No creen que puedas hacer un trabajo que consideran de tíos, piensan que solo puedes ser peluquero” y, eso, “a la hora de buscar trabajo, lo notas”, explica Rendueles, que vive del sector agrario.
Por eso, “las zonas rurales son uno de los retos de las asociaciones”, indica Cristina, que forma parte de Extremadura Entiende. “Hacen falta referentes y visibilidad para que las chicas vean que no son un bicho raro”. Además, estas agrupaciones permiten la creación de zonas de encuentro común en lugares donde es más difícil relacionarse y, entre otras cosas, “cuesta encontrar pareja”. Pero “es complicado”, indica Rendueles, que es activista de Xega, porque “tienes que estar preparado para ponerte en la plaza de un pueblo sin saber como va a reaccionar la gente, cuando conoces casos de personas que se han tenido que ir porque han llegado a tirarles piedras”, dice.