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Los niños de Chernóbil en España: del miedo a la experiencia inolvidable

Los niños de Chernóbil en España: del miedo a la experiencia inolvidable

EFE

Madrid —

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Aliaksandra es bielorrusa. Fue una de las niñas de Chernóbil que cada año viajaba a España para mejorar su estado de salud y conocer la cultura española. Recuerda la experiencia como “inolvidable”, como lo es cada año para las familias que acogen a estos pequeños y que reconocen sus temores antes de comenzar la aventura.

Al igual que Aliaksandra -que ya tiene 27 años y pasó en España los veranos hasta que cumplió la mayoría de edad- centenares de menores -unos 900 al año- procedentes de las regiones más afectadas por el accidente nuclear tanto de Ucrania como de Bielorrusia, los conocidos como “niños de Chernóbil”, siguen llegando a nuestro país.

Y es que a pesar de que no habían nacido cuando explotó en 1986 el reactor número cuatro de la central nuclear, en la ciudad ucraniana de Prípiat, los efectos de la radiación aún afectan a la salud de las nuevas generaciones, según relata a Efe Justo González, presidente de la Asociación “Solidaridad con niños bielorrusos Belén”.

Desde mediados de la década de los noventa esta asociación es una de las que organizan temporadas de acogida entre familias, en este caso, de la localidad madrileña de Fuenlabrada y con la que empezó a vivir su aventura Aliaksandra, tal y como cuenta la joven a Efe.

SALUD FRÁGIL Y PROBLEMAS DE TIROIDES

La primera vez que viajó a España contaba, como la mayoría de sus compañeros, con “una salud más frágil” y problemas de tiroides, y solo tiene palabras de agradecimiento a su familia de acogida. Lo malo, dice sonriendo, es que “te acostumbras a lo bueno”.

En su país se acostumbraron a vivir con el desastre nuclear pero “no se habla mucho de esto”, reconoce la joven aunque apunta que eso no significa que las consecuencias hayan desaparecido.

Recuerda, por ejemplo, como cada vez que iba a visitar a su abuela, que vivía en un pueblo fronterizo con Ucrania en el que solo quedaban poco más de diez personas porque el resto lo había abandonado tras el accidente nuclear, las hortalizas y las frutas que cultivaba en la tierra “eran enormes”.

Y era gente que no tenía otra cosa que sus tierras aunque estuvieran y estén contaminadas, tal y como apunta también Justo, quien reproduce las palabras de algunos de los habitantes con los que pudo hablar en su primer y único viaje a Bielorrusia: “Esta es nuestra tierra, sabemos que está contaminada. El aire, el agua, todo lo que respiramos, producimos y bebemos nos afecta pero hay que vivir, y hay que comer”.

ALIMENTOS CONTAMINADOS

Los lácteos, las verduras y las frutas frescas son las más peligrosas y que más agentes radiactivos conservan incluso 32 años después de la explosión nuclear, según explica a Efe Nieves Sánchez Venega, presidenta de la Federación Pro Infancia Chernóbil.

Por eso, continúa Sánchez Venega, cuando los niños llegan a sus familias de acogida, a pesar de que están asustados y miran con recelo la comida, se adaptan, empiezan a chapurrear el español y... a comerse todos los yogures, batidos y quesos que encuentran“.

“El cesio radioactivo no se desintegra, no se reabsorbe, está siempre presente en superficie y la cadena alimentaria está contaminada”, comenta Sánchez Venega, quien ya acogía a niños de Chernóbil en su casa de Huelva antes de presidir la Federación.

Tras 45 días de vacaciones en España, “se desintoxican, se recuperan y se refuerzan para el siguiente año”, señala.

SOBRE TODO, BIENESTAR

Por eso, las familias españolas de acogida les ofrecen “bienestar, sobre todo”. Respirar un aire más puro, comer alimentos no contaminados, el sol, son cosas que les hacen mejorar tanto que, con que estén un mes en España, les supone una “regeneración de un año y medio de vida”, coincide Justo.

Él reconoce que cuando empezó con el proyecto tenía cierta incertidumbre. “Lo que es la vida, cuando uno conoce a la gente, te mira a los ojos y te dice quiero vivir, quiero ser feliz, necesito curarme, quiero hablar y tener amigos y quiero bañarme y tomar el sol; pues nos comprendemos”, señala el párroco.

Los niños que vienen de su asociación a pasar un mes de verano -en concreto, este año han venido 19 niñas- proceden en su mayoría de Gomel, una región al sur de Bielorrusia de las más afectadas. Allí, el cáncer de tiroides creció un 100 % y la leucemia un 90 % después del desastre.

Durante su estancia, y gracias a un proyecto de colaboración con la clínica universitaria de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, estos niños también pasan una revisión odontológica gratuita.

ACOGER NO ES FÁCIL NI BARATO

Que esos niños puedan disfrutar del verano en España es posible porque hay familias que quieren acogerles a pesar de que tienen que someterse a un proceso de verificación para expedir los visados, además de pagar unos 900 euros por niño, más los gastos de su estancia.

“Es lo más bonito que he hecho en mi vida; una experiencia que al principio asusta, pero que te da mucho más de lo que tu das”, dice convencida Sánchez Venega que, como todos los años, ha recibido hace unos días a una treintena de niños que pasarán el verano con familias de Huelva gracias a la Asociación Niños de Acogida (ASNIA).

Por su parte, Begoña Garay, presidenta de Acogida de Niños Bielorrusos (Acobi) trabaja en el País Vasco y Cantabria, y solo este año ha traído a unos 100 menores.

“Al principio da miedo, pero es más antes de hacerlo que cuando lo haces. Al final, buff, les coges un cariño que no te imaginas”, asegura Garay, que comenzó hace cinco años invitando a veranear a Igharde, de 14, y ahora le aloja durante todo el curso escolar y en verano recibe a su hermana Verónica, de 11.

“Es un poco complicado, pero mucho más bonito y gratificante de lo que te imaginas. Todo el mundo debería hacerlo”, afirma.

Berta Pinillos y Elena Requejo

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