¿Cuándo vacunar a niños y adolescentes? Claves sobre el grupo que se queda fuera de la estrategia de inmunización
En el calendario español de vacunación contra la COVID-19 ya están colocados los usuarios de residencias, los sanitarios y sociosanitarios, los grandes dependientes, los mayores de 80, de 70, de 60, las personas entre 45 y 55 y hasta los considerados por el Ministerio de Sanidad trabajadores esenciales. Y ya se ha anunciado que se seguirá completando, conforme llegue suministro, por franjas de edad. Los niños y adolescentes están incluidos en sendos grupos poblacionales a inmunizar de entre los 15 que que preparó el Ministerio en diciembre –y que finalmente no se están siguiendo con exactitud–. Pero, según la lógica establecida hasta ahora, ¿serán los últimos?
La Unión Europea ha marcado como objetivo que todos los estados miembros tengan al 70% de su población vacunada en septiembre. La primera meta era conseguirlo a principios de verano, pero hace un mes la Comisión Europea lo aplazó a finales, y precisó que se refería a adultos, aunque en España el Gobierno sigue hablando de población en general. En la teoría no se excluye del cálculo a los menores, pero en la práctica, sí. Los expertos asumen que estarán entre el porcentaje de población al que todavía no se habrá alcanzado en otoño.
En España, la población de 0 a 17 años suma alrededor de 8 millones de ciudadanos, el 16% del total de 47 millones. En el Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría lo resumen con esta frase: “La vacunación de los menores va para largo”, sobre todo la de los que están por debajo de los 12 años. Porque los casos de enfermedad grave en gente joven son minoría, como apunta la evidencia del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU y del Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades –y hay cada vez hay más indicios de que funciona igual para la variante británica, pese a lo que se temía–.
Desde el Ministerio de Sanidad explican algo parecido: la vacunación de los menores se contempla, y en algún momento se hará, pero por ahora no se puede concretar. Y el primer motivo que exponen es que no hay ninguna vacuna autorizada para su uso en niños: el mínimo de edad recomendable son los 16 años. Esto es porque en los ensayos finalizados no se les ha incluido. Por motivos éticos no se cuenta con ellos en los primeros ensayos de ningún medicamento. Además de por prudencia, “no puedes asegurarte de que toman la decisión de participar de manera libre como los adultos. Se les suele incluir luego, y con otro tipo de investigaciones, como ensayos aleatorizados”, explica el doctor Javier Álvarez, miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría.
“Los niños van a tardar en vacunarse, ya me gustaría a mí como pediatra que no fuese así, pero hay que centrarse en los mayores y eso es una decisión acertada desde la salud pública”, continúa Álvarez. Y resume los tres motivos por los que se pospone la inmunización en menores: la falta de ensayos y certezas con ellos; que hay que priorizar a los vulnerables al no haber dosis para todos; y que hay que confirmar que las vacunas previenen la transmisión, y no solo la enfermedad grave.
Álvarez sitúa la vacunación de los menores, como mínimo, en 2022. José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Enfermería y Vacunas, cree que “no tardarán más allá de tres o cuatro meses más” que la población adulta, aunque también anticipa que serán los últimos; ellos y las embarazadas, con las que tampoco se hacen ensayos. “Aunque hubiese ensayos, los íbamos a dejar para el final. No tenemos suficientes vacunas para las personas de riesgo”, zanja.
Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología, se declara “incapaz de dar un marco temporal. Falta la variable del ritmo de llegada de vacunas”. Para cualquier cálculo hay que tener en cuenta los vaivenes con el suministro de AstraZeneca, “otro elemento indeseable en el escenario de vacunar al 70%”, señala. Juan Ayllón, director del Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, dice que proteger a los niños será “la puntilla final”. “Cuando tengamos una sociedad ya con inmunidad de rebaño y transmisión limitada, habrá nichos donde aún se den brotes. Es decir, se los vacunará no tanto para que no se infecten sino para crear callejones sin salida para el virus. Pero es ficción, porque aún no tenemos ni esas vacunas ni esa capacidad”. En la Federación de Asociaciones Médicas y Científicas lo que sugerían es que se adelantase la vacunación de niños grandes dependientes, y cuando se haya alcanzado a más población adulta, se priorizase a los que tengan trastornos neurológicos y cognitivos.
No son supercontagiadores, pero sí transmisores
Los menores hacen falta para la inmunidad de grupo –la que se alcanza cuando tanta población está inmunizada que el virus ya no tiene apenas por dónde circula– porque forman parte de la sociedad, igual que los demás ciudadanos. Por eso, sobre la necesidad o urgencia por inocularles, la otra pieza muy importante del puzle que mencionan todos los expertos es asegurar que las vacunas frenan la transmisión y no solo vuelven la enfermedad leve, que es mayoritariamente como ellos la cursan de manera natural. Sí hay indicios de que lo hacen las de Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen, pero estos datos se tienen que consolidar. “Si se confirma que las vacunas evitan totalmente la transmisión”, señala Álvarez, “sí sería más importante vacunarles. Es el motivo por el que se piensa y se sigue pensando que vacunar a la población infantil de gripe para proteger a los abuelos y cuidadores es una buena estrategia. Parece que no está pasando tanto con el coronavirus, aunque sobre esto seguimos especulando”.
Parecen lejos los tiempos –ha pasado un año– en los que se tildó a los niños de supercontagiadores. “No tienen un papel tan relevante como se pensó”, explica García Rojas, “aunque en la tercera ola han sido un poco más afectados que en la segunda”. En enero de 2021, con las escuelas abiertas, la incidencia sí creció entre los menores de 15. Aun así “no son el principal problema de los contagios, no tanto como las reuniones familiares y los intercambios entre adultos”, sostiene García Rojas. Especialmente los más pequeños, “que asumen de forma ejemplar las medidas preventivas en la escolarización”. Él y otros especialistas, como Álvarez, consideran que antes que en los más pequeños, habría que pensar en vacunar a los adolescentes y preadolescentes, “que por las relaciones sociales que tienen” sí pueden ejercer más de vector y correr más riesgos.
Según la OMS, los adolescentes tienen tasas de contagio similares a los adultos. El doctor José Luis del Pozo, jefe de Microbiología de la Clínica Universidad de Navarra y director ahí de los ensayos de Janssen, planteaba que “es un segmento de población que requiere de más atención de la que le hemos dado y quizá sí esté actuando en la epidemiología de la infección. Ahí sí la vacunación sería algo obvio y prioritario”.
El primer escollo para las vacunaciones de los menores, la falta de resultados clínicos, está en vías de resolverse. Pfizer comenzó en enero ensayos con personas de entre 12 y 15 años en Estados Unidos, Moderna comenzó a reclutar participantes de entre 12 y 17 en diciembre, y AstraZeneca inició pruebas este febrero, ampliando el grupo a niños de hasta 6 años. Sin embargo, no hay previsiones oficiales sobre cuándo habrá datos consolidados de eficacia y seguridad.
Los pronósticos más a futuro sobre la COVID-19 sí implican directamente a los pequeños. Un famoso estudio de la revista Science concluía que, precisamente, la vacunación masiva de los adultos hará que, con el virus ya más atenuado, en un plazo de entre 10 y 15 años se quede con nosotros pero convertido en un leve catarro que les afecte principalmente a ellos: a los que todavía están por nacer y a los que no hayan sido inmunizados.
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