París dará el mayor reconocimiento al fotógrafo español de Mauthausen
“Boix merece un monumento. Tenía la cara más dura que el cemento, pero ayudaba todo lo que podía en el campo de concentración”. Quien así habla es Ramiro Santisteban, un cántabro que sobrevivió a Mauthausen y que aún puede contarlo. A sus 95 años de edad la memoria a corto plazo le juega malas pasadas, pero lo que no olvida son los casi cinco años que pasó en el infierno de los campos nazis junto a su hermano Manuel y a su padre, Nicasio.
“Mi padre era mayor y si hubiera trabajado mucho tiempo en la cantera de Mauthausen habría muerto como tantos otros. Yo quería colocarle en la cocina, pelando patatas, y Boix lo hizo posible. Él tenía buena relación con algunos SS porque les conseguía cosas en el mercado negro del campo. Coincidió que sorprendieron a un cocinero alemán robando un salchichón; así que le mandaron a la cantera y mi padre cubrió su hueco pelando patatas. Eso le salvó la vida y fue gracias a Boix”, recordaba Ramiro con los ojos enrojecidos por la emoción.
El viejo luchador de Laredo tiene previsto desafiar una vez más a sus achaques para asistir en primera fila al gran homenaje que París prepara al fotógrafo de Mauthausen. En el mediodía del próximo 16 de junio, los restos mortales de Francesc Boix serán trasladados desde su humilde tumba de la necrópolis de Thiais hasta un privilegiado sepulcro del Père Lachaise, el cementerio de las celebridades de la capital francesa.
Reposar en este lugar no es una posibilidad al alcance de cualquiera porque simboliza el más alto reconocimiento de la ciudad. Buena prueba de ello será la presencia de la alcaldesa, Anne Hidalgo, de la asistencia de representantes del Gobierno central y de los honores de Estado con que contará la ceremonia.
Este apoyo institucional no ha sido espontáneo, sino que es fruto del intenso trabajo realizado durante años por la Amicale de Mauthausen de París. Desde su sede central en la capital francesa, se realizó una colecta popular para sufragar los gastos del traslado y se negoció hasta la saciedad con el Ayuntamiento parisino para conseguir ayudas, permisos y hasta su implicación directa en el evento. “Es un mérito de toda la asociación”, afirma una de sus dirigentes, que insiste en no ser identificada para no apropiarse de un éxito que, asegura, “tiene muchos nombres”.
Olvidado en España, reconocido en Francia
Analizando el simbolismo del acto, Juan Ocaña, hijo de un deportado español superviviente de Mauthausen, afirma que este reconocimiento a Francesc Boix tiene dos lecturas: “En clave francesa es un paso extraordinario porque, tras la guerra, De Gaulle ocultó el decisivo papel que los republicanos españoles habían jugado en la Resistencia y también el sufrimiento de miles de ellos en los campos nazis. Si Boix fuera francés, tendría desde hace muchos años una estatua en París. Esa injusticia, poco a poco, se va corrigiendo y ahora este acto servirá para poner en primer nivel la figura de ese gran hombre. En clave española, el acto creo que dejará más en evidencia al Estado español que sigue ignorando a todos estos hombres y mujeres que lucharon contra el fascismo”.
Otros hijos y nietos de compañeros de Boix en Mauthausen también se preguntan por qué no tiene una estatua en Madrid, Sevilla o Barcelona. Su vida, que muy pronto se convertirá en película, atravesó dos guerras. En la de España trabajó como fotógrafo en las filas republicanas; en la europea apenas pudo hacer nada antes de ser capturado por las tropas nazis y deportado a Mauthausen. Fue en este campo de concentración donde el catalán escribió sus páginas más gloriosas.
Los SS aprovecharon su experiencia como fotógrafo para colocarle como ayudante en el laboratorio fotográfico. Allí, junto al también español Antonio García, empezaron a robar copias y negativos en los que se veían los crímenes cometidos en el campo. Boix organizó un plan para sacar del recinto ese material con la ayuda de tres jóvenes prisioneros españoles: Jacinto Cortés, Jesús Grau y José Alcubierre. El paquete acabó en las manos de una vecina del pueblo de Mauthausen, simpatizante antifascista, que lo guardó hasta el final de la guerra.
Tras la llegada de las tropas estadounidenses, Boix recuperó los negativos que acabarían siendo exhibidos en los Juicios de Núremberg en los que se juzgó a la cúpula del régimen nazi. El fotógrafo catalán fue el único español que testificó ante ese histórico tribunal, armado con sus fotografías.
Además de todo tipo de crímenes, en las imágenes se veía a algunos de los jerarcas nazis recorriendo Mauthausen. Entre ellos estaba el Jefe de la Oficina de Seguridad del Reich, Ernst Kaltenbrünner, que había negado previamente haber visitado el campo de concentración. El general de las SS enmudeció al verse en las fotos exhibidas por Boix. Meses después pagaría sus crímenes en la horca.
Boix volvió a testificar en el juicio de Dachau en el que comparecieron algunos de los responsables nazis que dirigieron Mauthausen. La tuberculosis y otras secuelas que le dejó el campo le acompañaron hasta su fallecimiento, el 7 de julio de 1951. Estaba a punto de cumplir los 31 años de edad. Sesenta y seis años después, sus restos mortales realizarán un último viaje hacia el cementerio de las celebridades.
Morada de personalidades, lugar de conmemoraciones
Una de las calles del gigantesco Père Lachaise está dedicada a recordar a las víctimas de los campos de concentración nazis. En medio de un conmovedor silencio y entre los árboles, se alza un monumento por cada campo. Esqueléticas figuras de bronce arrastran un carro con un compañero muerto para conmemorar el sufrimiento en Auschwitz III; dos grandes manos, atadas, recuerdan a las mujeres cautivas y asesinadas en Ravensbrück; un agónica figura, acarreando una piedra por una inacabable escalera, representa el sufrimiento vivido por los deportados de Mauthausen.
Este cementerio es el más visitado del mundo y es la última morada de cientos de celebridades históricas como Molière, Georges Bizet, Frédéric Chopin, Marcel Proust, Oscar Wilde o más contemporáneas como Jim Morrison o Édith Piaf. El que fuera presidente de la República española, Juan Negrín, y la mítica fotoperiodista Gerda Taro, colega y compañera de Robert Capa, también descansan en un rincón de sus más de 40 hectáreas. Difícil imaginar un lugar mejor para que reposen los restos mortales del fotógrafo de Mauthausen.