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La radio más femenina y menos feminista: cuando el franquismo propagaba patriarcado por las ondas

Una mujer junto a la radio.

Ray Sánchez

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La ya centenaria radio española vivió su edad de oro en la década de los 50, cuando la televisión aún no la había desbancado de un espacio privilegiado en los hogares del país. “Durante años, al tratarse de equipos enormes de válvulas y madera (con unos muebles preciosos, de hecho), ocuparon el centro de los salones familiares como una especie de sustituto del antiguo fuego”, explica José Emilio Pérez Martínez, experto en historia de la radiodifusión.

En aquella España triste de posguerra, la “caja mágica” ofrecía alegría y entretenimiento con concursos como La melodía misteriosaFiesta en el aire o ¿Lo toma o lo deja?, que cosechaban audiencias millonarias. El otro formato de éxito de la “década de la radio” fueron las radionovelas, “uno de los fenómenos mediáticos más consumidos y característicos de la España del franquismo”. Contenidos populares y aparentemente inofensivos, aunque cargados de ideología. Porque la dictadura, que controlaba con censura previa todas las emisoras del país, utilizaba las ondas hertzianas como una aguja hipodérmica con la que inocular nacionalcatolicismo a los radioescuchas.

Para el franquismo, la radio era una valiosa herramienta que le permitía acceder hasta los espacios más íntimos de los españoles y adoctrinarles durante su tiempo libre. “Es fruto del contacto con otros regímenes fascistas como el alemán y el italiano, que crearon instituciones para controlar el ocio después del trabajo, y el franquismo lo copia a través de la Obra Sindical”, expone Claudio Hernández Burgos, profesor de la Universidad de Granada y editor, junto a Lucía Prieto Borrego, del libro Divertirse en dictadura. El ocio en la España franquista (Marcial Pons), una obra colectiva que recopila los trabajos de una docena de autores que indagan en cómo se las apañaban los españoles para evadirse en una época de libertades cercenadas y penurias económicas para la mayoría de la población.

En el índice se mezclan las verbenas, la copla, películas prologadas por el NO-DO, tascas y tabernas, salones de baile o el turismo del desarrollismo. “El ocio como parte de la vida cotidiana durante la dictadura era algo poco estudiado, también la manera en la que el franquismo intenta controlarlo, y la radio no podía faltar, porque sobre todo en las décadas de los 40 y 50 no tenía rival, ni siquiera el cine”, apunta Claudio Hernández Burgos.

En el libro se aborda, en concreto, la estrecha relación de la radio y las mujeres, sus oyentes más fieles durante el franquismo por estar generalmente recluidas en el hogar. Un vínculo sin demasiada historiografía. “La activista e investigadora Caroline Mitchell decía que si la radio es el medio 'cenicienta' por la poca atención que recibe de la academia, el papel de las mujeres en la radio es directamente la calabaza del cuento, aunque en los últimos años esta tendencia se está revirtiendo”, afirma José Emilio Pérez Martínez, que es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del capítulo titulado Más que un electrodoméstico, una compañera: mujeres, ocio y radiodifusión durante la dictadura franquista junto a Sergio Blanco Fajardo.

“La radio no era solo un medio de información, sino un dispositivo cultural que entretenía y evadía a la población española, especialmente a las mujeres”, subraya Blanco Fajardo, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Málaga. “La radio se convirtió en un dispositivo eminentemente femenino, en un complemento perfecto para el espacio doméstico”, añade el investigador. Aunque aquella radio en apariencia “compañera” era “un dispositivo de control que reprimió a las mujeres y cinceló su imaginario, sus identidades y sus cuerpos” con “discursos patriarcales y esencialistas”, que las trataba como “eternas menores de edad, subyugadas al varón, destinadas al matrimonio y a la maternidad”. En definitiva, como “perfectas amas de casa”.

“Desde que las mujeres encendían el aparato radiofónico para disfrutar de sus programas favoritos, una aparente actividad banal y cotidiana, se introducían en una dimensión política. La carga ideológica y el carácter adoctrinador de las emisiones reproducían funciones similares a las enfermeras visitadoras de Sección Femenina o a la labor moral que defendía Acción Católica de la Mujer”, sostiene el investigador andaluz, porque “a través de la escucha radiofónica, las mujeres aprendían cómo amar, qué platos preparar, a observar la conveniencia de confeccionar ropa en casa de manera más económica o bien qué pautas debían seguir para educar a sus hijas e hijos”.

La radio era una “válvula de escape para la interminable jornada laboral doméstica”, aunque al mismo tiempo alentaba a “realizar las mil y una tareas diarias” como “limpiar hasta los más nimios rincones, como los pequeños espacios entre las baldosas del suelo”. El aparato ejercía una “hipervigilancia” que “restaba cualquier capacidad subjetiva para abstraerse y pensar en sí mismas”, y lo hacía a lo largo de la jornada con programas que “dinamizaban y dirigían los tiempos domésticos”, señala.

“Obediencia y sumisión”

Ante la escasez de grabaciones conservadas de la época, los profesores Pérez Martínez y Blanco Fajardo han exprimido como fuentes primeras los cuadernillos de programación de Radio Nacional de España (RNE) y Radio Madrid, de la Cadena Ser, para analizar las parrillas de aquella radio franquista atiborrada de contenidos dirigidos a la audiencia femenina, como consultorios, espacios dedicados al hogar, a la “puericultura” y crianza, que se mezclaban con consejos de belleza y moda, como Emisión para la mujer, de RNE, conducido por la célebre locutora de la época Julita Calleja. “Un modelo de programación que llevaba consigo una evidente función ideológica: formar a sus oyentes en el modelo de feminidad franquista de la perfecta casada y ama de casa”, se señala en el libro.

Una mujer que salía de casa a trabajar, que pasaba tiempo fuera del hogar y no prestaba la atención familiar que se presumía a una mujer cristiana y abnegada, recibía un correctivo por parte de los conductores radiofónicos en los consultorios sentimentales, que no salían de las coordenadas de castidad, obediencia y sumisión

Voces amigas“ como las de Julita Calleja favorecían la recepción del discurso ideológico del franquismo porque lo pronunciaba una persona que las radioescuchas sentían como de familia. De ese modo, el régimen introducía en los hogares, a través de las ondas, ”numerosos mecanismos de control“ con los discursos de los locutores y locutoras de los programas para el público femenino.

“En cada programa de radio —relata Blanco Fajardo— se recordaba a las mujeres qué modelo de feminidad abanderar, aquellos que eran sancionados, cómo debía comportarse una señora de moral cristiana e intachable en cada situación y qué papel le pertenecía en el esencial concierto familiar. Una mujer que salía de casa a trabajar, que pasaba tiempo fuera del hogar y no prestaba la atención familiar que se presumía a una mujer cristiana y abnegada, recibía un correctivo por parte de los conductores radiofónicos. De este modo se revelaba en los consultorios sentimentales cuando a las diferentes misivas que enviaban las mujeres, las respuestas no salían de las coordenadas de castidad, obediencia y sumisión”, expone Blanco Fajardo, especializado en historia de las mujeres y de género.

Los autores de esta investigación recuerdan que, para el franquismo, “las mujeres eran las encargadas de transmitir los esquemas defendidos por el nacionalcatolicismo a las nuevas generaciones” por quedar relegadas a la “tarea reproductiva y el trabajo del hogar”. Precisamente por eso eran importantes para la “pervivencia” del régimen; también para asentar la falsa idea de “normalidad y de paz” tras la Guerra Civil: “Fueron ellas quienes cargaron en sus hombros con esta ambiciosa empresa y, con su esfuerzo y sacrificio, al desarrollo mismo del país”. Con ese objetivo, la radio franquista inculcaba esos roles de género desde la infancia, con programas como el serial Matilde, Perico y Periquín o el  el consultorio sentimental Hablando con la Esfinge, uno de los preferidos de las adolescentes de la época.

“Cargar con la cruz” del maltrato

“El machismo, el paternalismo, la carga ideológica que sulfuraba algunos programas espantaría hoy a gran parte de la población, sobre todo a las nuevas generaciones”, afirma Blanco Fajardo, que pone como ejemplo el espacio llamado Pares o nones, en el que había “sketches de humor en los que se hacían chistes amenazando de muerte a las mujeres”. 

Un tipo de “humor macabro y tenebroso” que era habitual en otros programas supuestamente cómicos, y que reflejaba la violencia física que sufrían muchas mujeres en sus hogares, cómo transmitían a los consultorios radiofónicos, “una de las emisiones femeninas más interesantes por su capacidad de diálogo entre la audiencia y los locutores”, aunque desde los micrófonos se animaba a las mujeres a resignarse y “cargar con su cruz” cuando llegaba a antena algún caso de malos tratos, algo inusual porque la censura solía impedirlo. Los locutores y locutoras de los consultorios radiofónicos “eran considerados por las radioyentes como una figura de autoridad durante la dictadura y, por tanto, como una instancia oficial del régimen”, porque marcaban pautas morales: si se leía la carta de una mujer con amores no permitidos o atracciones hacia personas casadas, se hacía para reprenderlas como “un aparato represivo”.

La radio de la dictadura no dejó de ejercer esa labor coercitiva sobre las mujeres ni siquiera en la década de los 60, cuando España se abría al mundo y la economía se modernizaba. Blanco Fajardo destaca la aparición entonces de alguna voz aparentemente discrepante con el discurso oficial, como Luisa Fernanda Martí en el programa Vosotras, donde se aplaudía la salida de las mujeres del hogar y las entrevistaba en puestos de trabajo. En cualquier caso, era una excepción que confirmaba la regla de las programaciones radiofónicas. Una rareza como las colaboraciones de Ava Gardner en programas de Radio Madrid cuando la actriz estadounidense residía en la capital. En la emisora de la Gran Vía madrileña, Gardner “hacía gala de su libertad al hablar de cómo debe una mujer prepararse para conducir su coche, con la particularidad de tratarse de un modelo descapotable y, qué remedio, el pañuelo en la cabeza era indispensable para mantener su peinado”. Algo impensable (el conducir un descapotable) para la inmensa mayoría de las españolas del momento.

Fuego para la 'femme fatale'

Lo que encarnaba Ava Gardner para el nacionalcatolicismo más retrógrado quedaba representado como la mujer “vamp” o la “femme fatale” en las populares radionovelas, que tenían un seguimiento masivo. Tanto que “los cobradores por letras del aparato radiofónico pasaban por casa la mañana antes de la emisión del drama de sobremesa o, en las peluquerías, las mujeres pedían apagar las máquinas de la permanente para escuchar sus seriales preferidos”, relata el historiador Blanco Fajardo.

“Las radionovelas eran también una emisión cargada de elementos ideológicos donde las mujeres comprendían qué tipo de mujer debían ser y las que eran rechazables, convirtiéndolas así en agentes autorreguladoras de las políticas de género del franquismo”, apostilla este especialista en historia de las mujeres y de género. Por un lado, en estos adictivos culebrones se proyectaba cierto ideal de mujer española, como la “muchacha pobre de moralidad intachable” o la mujer casada cuyo marido era seducido por otra mujer antagonista a la que nunca le aguardaba un final feliz: “En los compases finales de la historia, la buena mujer abnegada y sumisa era emparejada con un atractivo caballero de valores cristianos y familiares mostrando a las mujeres el más alto objetivo que podían perseguir en sus vidas: el matrimonio. Por contra, a las mujeres fatídicas eran castigadas simbólicamente con la muerte, en algunas ocasiones en accidentes donde el fuego ejercía como elemento purificador de sus pecados”.

Las radionovelas fueron desapareciendo de la programación radiofónica tras la muerte de Francisco Franco. Las grabaciones del serial más escuchado durante la dictadura, Ama Rosa, se daban por perdidas hasta que un día se las encontró en un viejo despacho la entonces jefa de documentación de la Cadena Ser, Ángeles Afuera. “Es verdad que en los guiones de esa época se plasmaba un paternalismo feroz, el clasismo más rancio, la abnegación como máxima cualidad femenina y grandes dosis de moralina final, pero se justifica en su contexto histórico”, explica Afuera.

“Ama Rosa era un mito y es una joya del drama radiofónico, empezando por la magistral interpretación de Juana Ginzo”, detalla Afuera, hoy jubilada y dedicada a la investigación, y que empezó en la radio en 1977 conduciendo el programa Las Ciudadanas junto a la diputada de UCD Carmela García Moreno: un espacio donde se trataban “todos los temas que bullían en la Transición”, como la igualdad en el matrimonio, el divorcio o los derechos laborales de las mujeres.

“Al programa vinieron todas las diputadas de la primera legislatura, abogadas, médicas, activistas vecinales, asociaciones de mujeres separadas... Y es verdad que Las ciudadanas sustituyó a uno de los últimos seriales que se emitieron en la Ser, y eso fue un gesto absoluto de cerrojazo a los programas de niños, de cocina y de belleza”, rememora Ángeles Afuera, que reivindica a todas sus antecesoras en la radio, mujeres que “pelearon por hacerse un hueco en un mundo de hombres”. Mujeres como Juana Ginzo, una de las actrices que daban voz a Ama Rosa,  aunque repudiara las radionovela como cuando, ya en democracia, dijo: “¡Odiaba hacer los seriales! ¡Me avergonzaba! Pero no podía dejarlos. Porque tenía que comer. Yo siempre he sido una roja feminista que detestaba esas mierdas. Pero en este país no había opciones”.

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