Dos lobbies de cardenales rivales lucharon para colocar a su Papa tras la muerte de Juan Pablo II
Lo que va a leer a continuación no forma parte de la tercera parte de El Código Da Vinci. Es un relato real, aunque hasta hora jamás oficializado, sobre las tensiones, luchas de poder y alianzas secretas en la elección de un Papa. Reuniones reservadas, pactos de poder y presiones. En el cónclave no sólo se deja paso al Espíritu Santo, sino también a intenciones mucho más mundanas. Con partidos claramente definidos.
Que los lobbies existen en la Iglesia es un hecho incontrovertible, así como las sociedades secretas. Que están prohibidas y que sus miembros pueden ser excomulgados, también. Ello, sin embargo, no es óbice para que en el seno de la Iglesia, también en la española, surjan grupos, apoyados por algunos obispos, como El Yunque, que tratan de generar un discurso ultraconservador y alejado del Evangelio y de la actitud del Papa Francisco.
Estamos hablando del Partido de la Sal de la Tierra frente al Grupo de San Galo. Estas fueron las luchas de poder que se vivieron en el cónclave que, tras la muerte de Juan Pablo II, aupó en 2005 a Joseph Ratzinger al pontificado. Un secreto a voces que ahora ha revelado el secretario de Benedicto XVI, Georg Ganswein, durante la presentación del libro Más allá de la crisis. El pontificado de Benedicto XVI. Según Adelante la Fe, Ganswein puso nombres y apellidos a los partidarios de una y otra facción. El cardenal Antonio María Rouco Varela formaba parte del grupo que, en ese momento, salió vencedor.
La elección de Francisco, ¿inválida?
El Partido de la Sal de la Tierra lo formaban, entre otros, el todopoderoso Rouco Varela, y los cardenales López Trujillo, Medina, Herranz, Ruini o Medina, todos ellos pertenecientes al sector más ultraconservador del colegio de cardenales. Frente a ellos, entonces en minoría –no había llegado aún el tiempo de Francisco–, el Grupo de San Galo, del que formaban parte el fallecido cardenal Martini y los purpurados Daneels, Kasper, Lehmann o Silvestrini, mucho más cercanos a la Iglesia del Concilio Vaticano II y el “aggiornamento”.
Aunque Ganswein habla de una “dramática lucha”, lo cierto es que Benedicto XVI fue elegido en cuarta votación. Fue uno de los cónclaves más cortos de la historia reciente. Como también lo es que el Grupo San Galo (denominado así porque las reuniones solían mantenerse en la abadía suiza del mismo nombre), que comenzó a reunirse en 1996, dejó de hacerlo poco después de la elección de Ratzinger, de modo que no existió lobby posible para el cónclave que, ocho años después, designó a Bergoglio como Papa de Roma.
Lo que todavía no ha quedado claro es el papel de estos “partidos” en la histórica renuncia de Benedicto XVI. De hecho, los más críticos aseguran que las presiones contra Ratzinger hicieron que su renuncia no fuera libre y, por tanto, según el Derecho Canónico, “inválida”, por lo que Benedicto seguiría siendo el único Papa legítimo, y no Francisco. La diatriba nos retrotrae a los siglos XIII a XV, y a aquellos tiempos en los que hubo varios papas, en Roma y Avignon. El más conocido, el español Pedro Martínez de Luna, más conocido como Benedicto XII o “el Papa Luna”.
Sobre la misma, Ganswein sostuvo en declaraciones recogidas por Rome Reports que “Benedicto no renunció por culpa del pobre y mal aconsejado mayordomo (Paolo Gabrielle), ni por los cotilleos sobre su apartamento y que en el caso Vatileaks circularon por Roma como moneda falsa y se comerciaron en el resto del mundo como lingotes de oro”.
Para el secretario de Ratzinger, “ningún traidor, cuervo o periodista cualquiera habría podido empujarlo a tomar esa decisión. Era un escándalo muy pequeño para algo tan grande”.
Respecto a la salud del anciano Papa, Ganswein apuntó que “es un hombre lucidísimo, pero con la salud de un hombre de 89 años, con problemas en las piernas. Le cuesta caminar, pero con el andador puede andar muy bien porque le da seguridad y estabilidad”.
De hecho, el próximo 29 de junio, con motivo de su 65º aniversario sacerdotal, Ratzinger podría aparecer de nuevo en público, para desterrar los rumores que han llegado a sugerir un empeoramiento de su salud y, en algún caso extremo, hasta su fallecimiento.