Vivir en la calle y tener miedo a denunciar una agresión: “Me rompieron las costillas y pensé que nadie me creería”
A Luis le rompieron varias costillas mientras dormía en la calle. Un grupo de hombres, que le conocía por ser usuario habitual de un centro de Proyecto Hombre de Córdoba en el que daban comidas, le pegó durante varios minutos hasta dejarle inmóvil para robarle todo el dinero que tenía junto a las pastillas que toma cada día. “Estuve ingresado un mes. Cuando volví a la calle, apenas conseguía conciliar el sueño por las noches por el dolor y tenía que dormir también por la mañana, que me daba más vergüenza. Sentí mucho miedo e impotencia, lo que me hicieron es inhumano. Vivir en la calle es muy muy duro, nadie se imagina lo que nos pueden llegar a hacer”, explica este madrileño de 49 años.
Aunque ahora acude a un espacio para la recuperación de la salud para personas sin hogar de la ONG Hogar Sí a raíz de una operación de córnea, Luis estuvo viviendo durante siete meses en las calles de Córdoba. Siete meses en los que sufrió agresiones físicas y verbales casi cada día, según cuenta: “Me gritaban e insultaban tanto que acabé normalizando una violencia diaria hacia mí por mi situación de vulnerabilidad”.
Aquel día en el que le rompieron las costillas, había testigos que llamaron a la policía y una cámara de seguridad que lo grabó todo. Aún así Luis, como en todas sus anteriores agresiones, decidió no denunciar. “Ahora que me siento a salvo, quizá sí lo haría pero en ese momento creí que nadie me podía ayudar. Siempre he pensado que la policía no me iba a creer y que plantarme en una comisaría nunca me serviría de nada, sino que me sentiría peor y juzgado por mi situación”, reflexiona.
Según un estudio de la ONG Hogar Sí, que ayuda a las personas en situación de vulnerabilidad por no tener alternativa habitacional, la sensación de abandono y la falta de crédito ante la policía y las instituciones a la hora de denunciar una agresión es algo común en las personas sin hogar. Cifran en un 47% las personas en situación de sinhogarismo que han sufrido algún tipo de agresión o delito. Principalmente, insultos, amenazas, robos o agresiones. De estas víctimas, el 83% no ha denunciado. Sobre todo, por miedo o por falta de confianza en los servicios disponibles, según la entidad. También señalan que el 60% de los casos se produce en el lugar donde duermen las personas sin hogar, y que más del 80% lo ha sufrido en más de una ocasión. Todos estos datos se corresponden con la historia de Luis.
Me dieron un porrazo en la cabeza con una barra de cobre forrada. Acabé con la arteria de la cabeza seccionada
Hogar Sí calcula que en España existen 37.000 personas sin hogar y que, de ellas, aproximadamente 17.000 de ellas han pasado por al menos una experiencia de violencia parecida a la de Luis, o a la de Consuelo (nombre ficticio). Esta mujer de 44 años sufrió un esguince de tobillo producto de la violencia gratuita y basada en el odio de una patada que le propinó un hombre que pasaba por donde ella estaba durmiendo. Ella no lo denunció, ni se lo contó a nadie. Ni siquiera acudió al centro de salud o al hospital porque pensó que por sus “pintas” no iba a ser bien acogida. Aunque se lavaba todos los días en una fuente, ya había recibido críticas hacia su higiene en un centro médico, así que prefirió el dolor a enfrentarse otra vez a esa situación.
Según Gonzalo Caro, coordinador de la Unidad de Causa de Hogar Sí, “son ‘víctimas ideales’ ya que su elección por parte del agresor tiene que ver con el hecho mismo de su vulnerabilidad, sabiendo que la mayoría no van a denunciar por la situación en la que se encuentran”. Caro explica que se trata de casos en los que las personas están en situación administrativa “irregular o son víctimas de violencia machista”.
Si vivir en la calle supone una amenaza para la vida de las personas sin hogar, en el caso de las mujeres sin hogar los riesgos son más acuciantes: el 19% de las mujeres sin hogar afirma haber sufrido agresiones sexuales por estar en esta situación, otro 19% son víctimas de violencia de género anterior. “La ropa era una prueba de la violación que había sufrido. Así que me quedé desnuda, vestida con un pijama de hospital. Me llevaron a declarar así vestida. Tuve que contar mi violación en pijama. Nunca me he sentido tan humillada”, narra una mujer sin hogar de 40 años que fue desahuciada de su vivienda.
Por otra parte, un 54% de las personas sin hogar tiene miedo a ser deportado y un 36% tiene barreras idiomáticas. Pero, ¿qué pasa con los que sí denuncian? Gonzalo Caro señala que “los estudios reflejan que muchos de los que se animan a contarlo ante la policía acaban saliendo del proceso en algún punto sin llegar a judicializarse por diversos motivos”.
Sentimiento de abandono, miedo y estereotipos
Según los datos recogidos por Hogar Sí, entre aquellas personas sin hogar que acudieron a algún servicio u organización para denunciar un algún tipo de violencia, agresión o delito de odio hacia su persona, un 57,1% y un 54,8% contaron con la atención de servicios policiales y sanitarios, respectivamente.
A la organización le sorprende especialmente “el alto porcentaje de experiencias en el que las personas entrevistadas refieren que tuvieron contacto con los servicios de atención”, ya que “la experiencia ha demostrado que, aparte de encontrar una falta de detección del problema por parte de las instituciones, muchos de estos delitos son considerados como hechos de trascendencia menor por policías, jueces y fiscales y es relativamente frecuente que se reputen como meras faltas o infracciones leves, no agotándose en algunos supuestos toda la antijuricidad o reprochabilidad penal que merece la conducta, conforme al marco jurídico vigente”.
Cuando te ven con pertenencias, no te dejan entrar en el bar, o te dicen que te quedes fuera. Yo quiero solo tomar café, lo voy a pagar igual que todos
Desde la ONG, después de estudiar los distintos casos que les han llegado, concluyen que existen ciertas barreras que se repiten a la hora de iniciar un proceso de denuncia por una persona sin hogar. Señalan problemas que van desde una falta de formación específica en sinhogarismo de los servicios sanitarios, jurídicos y policiales, a un laberinto de las derivaciones entre estamentos o algo tan simple como que las citas para un juicio se hacen por correo cuando muchas personas sin hogar no están domiciliadas en ningún sitio, entre otras cuestiones.
La entidad también indica que en el éxito del proceso tiene un gran peso las acciones emprendidas por la primera persona que en comisaría o en el juzgado tenga conocimiento del incidente e inicie las diligencias y entrevistas y, señalan, que “las coordinaciones de las asociaciones con las distintas Unidades de Gestión de la Diversidad de la Policía Municipal de cada municipio cada vez son mejores”, aunque se han encontrado “en muchas ocasiones con malas prácticas y conductas por parte de los cuerpos de seguridad” cuando uno de sus usuarios ha querido denunciar, lo que hace que la “falta de confianza en que sirva para algo y miedo o desconfianza en la policía por parte de las víctimas, aumente”.
Quise poner una denuncia [durante la pandemia] pero me dijeron que tenía que ser por internet así que no la pude poner
“Sufrí una agresión mientras dormía, dos personas me robaron. Me di cuenta y cuando me enfrenté a ellos me dieron una puñalada. Llamé al 112 y cuando la Policía se presentó en el lugar de la agresión, me indicaron que me tirara al suelo. Me jodió muchísimo que supusieron que era yo el agresor. Les tuve que enseñar el teléfono para que vieran que era yo quien había llamado al 112”, cuenta un cliente de 40 años de Hogar Sí que no quiere que su nombre aparezca en este reportaje.
“La creación de confianza, tanto en el sistema como en las personas que representan la institución desde su puesto de trabajo, es una deuda pendiente con las personas en situación de sinhogarismo”, apunta Caro. Es por ello por lo que repite varias veces en conversación con elDiario.es la importancia de los testigos. Lo más habitual en estas situaciones es que la denuncia la ponga o una organización con la que tienen relación la persona sin hogar o las propias víctimas acompañadas por la propia entidad (pública o privada), pero el proceso también se puede iniciar por denuncia de testigos.
Una vecina del barrio donde duermo me insulta y llama continuamente a la Policía para que me echen de allí. Me insulta e increpa cuando pasa. Casi ningún vecino hace nada cuando lo ven
Pero los datos no son buenos en este aspecto, según Hogar Sï: dos de cada tres de las experiencias analizadas fueron vistas por otras personas y en un 68,4% de estos casos los testigos no hicieron nada; sólo un 2,7% llamó a la policía.
“Más allá de estas consecuencias directas, denunciar tiene un importante valor simbólico contra la injusticia y deja claro que los comportamientos violentos y de intolerancia cometidos contra las personas sin hogar no son ni normales ni aceptables. Acercar la realidad de las personas sin hogar a la ciudadanía, rompiendo estereotipos y fomentando la empatía es un paso imprescindible para prevenir los incidentes y delitos de odio”, concluye Caro.
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