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The Guardian en español

¿Cuánto tiempo podrá aguantar Phoenix, la ciudad menos sostenible del mundo?

Ciudad de Phoenix desde las alturas. Jerry Ferguson (CC).

Joanna Walters

Phoenix —

Jennifer Afshar y su marido, John, empujaron sus bicicletas por la hierba y se pararon para disfrutar de los rayos del sol, mientras sus dos hijos iban a mirar el estanque de los patos. Otros niños estaban jugando al fútbol o haciendo trucos con en la zona para los monopatines, y las familias merendaban sobre mantas o encendían barbacoas junto a la piscina.

“Nos mudamos aquí desde Los Angeles para alejarnos del aumento del coste de la vida y del tráfico”, cuenta Jennifer. “Cuando vimos este parque, pensamos que nos estaban tomando el pelo de lo genial que es. Las tasas de criminalidad son muy bajas, las asociaciones de propietarios cuidan del césped y de los árboles. Nos gusta esto”.

Los Afshars viven en el inmaculado barrio residencial de Anthem, en Arizona. Es parte de una inmensa zona urbana de ciudades satélite que rodean Phoenix, y es un ejemplo clásico de por qué esta área metropolitana –o megapolitana– es tan tentadora.

Hace 20 años, Anthem surgió del desierto, una comunidad “planificada” desde cero con escuelas, tiendas, restaurantes y espaciosas casas –muchas detrás de altos muros y puertas electrónicas–, y con club de campo y club de golf propios. Su población ahora es de 30.000 personas.

Mirar los alrededores de Anthem podría llevar a imaginar que no existe tal cosa como escasez de agua. Pero esa exuberante vegetación y los estanques no son naturales. Phoenix recibe menos de 20 centímetros cúbicos de agua cada año; la mayor parte del suministro de agua que recibe el centro y el sur de Arizona se bombea desde el lago Mead, alimentado por el caudal del río Colorado a unos 480 kilómetros de allí.

El promotor privado de Anthem pagó a una tribu de nativos americanos para que arrendase algunos de sus derechos históricos sobre el agua, y canalizó el agua desde el cercano embalse del lago Pleasant, que también recibe agua del Colorado.

Ese río se está secando. Este invierno, la nieve de las Montañas Rocosas, que es la fuente principal del caudal del Colorado, fue un 70% menor que la media. El mes pasado, el Gobierno de EEUU calculó que dos tercios de Arizona actualmente se enfrentan a una sequía severa o extrema. El verano pasado, 50 vuelos se quedaron en tierra en el aeropuerto de Phoenix porque la alta temperatura –que alcanzó los 47 grados– hizo que el aire fuese muy poco denso como para despegar con seguridad. El efecto “isla de calor” mantiene las temperaturas en Phoenix por encima de los 37 grados en las noches de verano.

Phoenix y sus áreas circundantes son conocidas como el Valle del Sol, y el centro de Phoenix –que en 2017 superó a Filadelfia como la quinta ciudad más grande de EEUU– es una zona de tránsito agradable, con restaurantes, bares y ambiente nocturno. Pero se trata de un moderno santuario elevado de hormigón, y da paso a una planicie interminable que se extiende hasta 55 kilómetros hasta lugares como Anthem. El área sigue creciendo y se acerca peligrosamente al límite de su capacidad, alertan los expertos.

“Existen planes para un importante crecimiento, pero simplemente no hay agua para poder llevarlo a cabo”, explica el investigador climático Jonathan Overpeck, coautor de un informe en 2017 que vincula la disminución del flujo del río Colorado con el cambio climático. “La zona metropolitana de Phoenix está a punto de alcanzar niveles peligrosamente extensos. Es el blanco urbano del calentamiento global de América del Norte”.

Uno de esos planes es la nueva “ciudad inteligente” de Bill Gates. El fundador de Microsoft invirtió recientemente 65 millones de euros en una empresa de desarrollo que quiere construir 80.000 nuevos hogares en terrenos no urbanizados al oeste de Phoenix, y una nueva autopista directa a Las Vegas.

Otra empresa quiere contruir una “comunidad planificada” al estilo Anthem al sur de Tucson, inspirada en las ciudades de las colinas de la Toscana. Se prevé que incluya cinco campos de golf, un viñedo, parques, lagos y 28.000 hogares. El vídeo promocional no contiene detalles de dónde tiene pensado obtener el agua, pero presume: “Este es el sueño americano: todo lo que deseas lo puedes tener”.

Lo que esas ciudades quieren es agua. El área de Phoenix se nutre de aguas subterráneas, de pequeños ríos al este y del poderoso Colorado. La presa Hoover alberga gran parte del caudal del Colorado en el vasto embalse del Lago Mead, pero el río en sí está profundamente agotado.

El agua ha bajado a tales niveles que California, Nevada y Arizona, zonas que dependen directamente de este caudal, tienen una escasez oficial declarada. El lago Powell, la reserva que está al otro lado del Gran Cañón, también promedia la mitad de sus niveles históricos.

Y aunque el Federal Bureau of Reclamation (encargado de gestionar los recursos hídricos en la zona oeste) informó en 2012 de que cada década durante los próximos cincuenta años habría sequías de cinco o más años, la zona de Phoenix no ha declarado ninguna restricción sobre el uso del agua. Tampoco el Gobierno estatal ha decidido sus planes oficiales para sequías.

“Hay una gran batalla en todo esto”, señala Jim Holway, vicepresidente del Distrito de Conservación de Agua de Arizona Central. “El cambio climático está teniendo un impacto, pero esta es una cuestión polémica y sin resolver en la zona oeste”, añade.

La expansión es la norma

Mientras un colibrí revolotea en un arbusto cerca de la piscina de Holway –desde arriba, Phoenix es un mosaico azul de piscinas en jardines traseros–, el vicepresidente explica que puede que el Valle del Sol tenga que elegir entre agricultura y más urbanización.

Hace 20 años, cuando Holway se mudó aquí, su casa daba a las plantaciones de cítricos y flores. Ahora el valle está dominado por megacultivos de plantas de invierno para la exportación y de la alfalfa sedienta para el mercado de la alimentación de ganado. “¿Queremos plantar casas o cosechas?”, se pregunta.

En Arizona, la conversación vuelve de forma recurrente a la estrafalaria idea de traer agua desde los Grandes Lagos, a 2.700 kilómetros de distancia, o de construir caras plantas de desalinización en el Océano Pacífico en lugar de imponer restricciones al uso del agua.

A Phoenix se le da bien reciclar las aguas residuales, pero la mayoría se utiliza para enfriar la central nuclear de Palo Verde al oeste de la ciudad, la más grande de EEUU y la única sin su propia fuente de agua cercana (las centrales se suelen construir cerca de fuentes de agua como mares, lagos o ríos). En cambio, el departamento de agua es el mayor consumidor de electricidad de Arizona porque tiene que trasladar el agua del río Colorado por canales kilométricos hasta Phoenix y Tucson. Y la mayor parte de esa energía viene de la contaminante central eléctrica de combustión de carbón de Navajo, al norte del Estado.

Mientras tanto, a pesar de gozar de más de 330 días de brillante sol al año, Holway calcula que Arizona solo genera entre el 2% y el 5% del total mediante energía solar.

Phoenix es extrema, pero no está sola. “La mayoría de las ciudades estadounidenses utiliza más recursos de los necesarios y así fueron diseñadas”, explica Sandy Bahr, directora de Sierra Club en Arizona. “Hay un exceso de consumo y una mentalidad de usar y tirar. Nuestra basura se lleva a vertederos remotos, las ciudades están diseñadas para los coches y la expansión es la norma”, añade.

En su libro Bird on Fire, publicado en 2011, el sociólogo de la Universidad de Nueva York Andrew Ross calificó Phoenix como la ciudad menos sostenible de la Tierra. Ross sigue sosteniendo aquella afirmación y advierte de un 'ecoapartheid', mediante el cual los vecinos de bajos ingresos en la zona más contaminada al sur del río Salt (que en su momento corría con fuerza por la ciudad y que actualmente es un riachuelo) tienen más difícil protegerse del calor y la sequía que los ciudadanos más ricos.

“Hay una gran disparidad”, señala. “Los lugares paradisíacos, con sus coches híbridos, sus paneles solares y sus chismes ecológicos; y la gente al otro lado que lucha por respirar aire limpio y por beber agua no contaminada. Es una predicción de hacia dónde va el mundo”, añade Ross.

Puedes verlo en el pasado, señala el profesor. El pueblo hohokam era el irrigador del valle que posteriormente albergó a Phoenix. Su sociedad, de unas 40.000 personas, desapareció en el siglo XV por razones que se cree que están relacionadas con disputas sobre la falta de agua.

Traducido por Javier Biosca y Cristina Armunia

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