Ciegos guías de ciegos
Estamos en un momento crucial para la historia del mundo. Se trata de un principio de los años veinte lleno de señales preocupantes: la tensión en el Medio Oriente está llegando, una vez más, al punto crítico de una desastrosa guerra por la utilización ya descarada de drones y misiles teledirigidos para asesinar a personas seleccionadas y romper con tuits todo esfuerzo diplomático por rebajar la tensión en la zona. Esa misma histérica e infantil gobernanza de la potencia estadounidense está llevando las relaciones económicas a una nueva crisis mundial que aumentaría la pobreza y el hambre en todo el mundo. Y la batalla mediática de la ignorancia y las mentiras repetidas está a punto de adormecer cualquier posible reacción crítica y democrática de los ciudadanos para dirigir el futuro de sus países.
Pero parece que nada de eso preocupa a los obispos católicos españoles. ¡Qué horrible es el jerarquismo (gobierno de personas “sagradas”) vigente en nuestra Iglesia católica! Sobre todo, cuando esas personas, que se creen y hacen creer a los demás que son “sagradas”, son ciegas a la realidad. Ya nos había hablado de ello Jesús de Nazaret, según el evangelio de Mateo: “Dejadlos; son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo” (MT. 15,14).
Eso mismo me permito decir yo hoy, como un miembro seglar de la Iglesia Católica. La mayor parte de los obispos están desobedeciendo a las líneas pastorales del actual papa y tomando una opción política de hecho en favor del criminal sistema económico neoliberal que él denuncia. Siento que no me puedo callar cuando leo las declaraciones de algunos la sesión de envestidura que se está desarrollando en el Parlamento español. Y más en concreto la carta pastoral del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, que invita todas las parroquia a “orar por España”. Porque esas campañas de oración, consagraciones al Sagrado Corazón o peregrinaciones de imágenes de Fátima para salvar a España del comunismo están ya totalmente fuera de lugar. Otros desafíos y otros medios son los que tienen que afrontar los cristianos hoy.
La última carta pastoral de Cañizares me ha hecho retroceder más de cuarenta años. Eran las primeras elecciones del año 1977. El arzobispado de Valencia había publicado una tajante nota recordando la prohibición canónica a votar por el comunismo. Un candidato por Valencia, Emérit Bono, me pidió mediar para tener una entrevista con el obispo auxiliar de Valencia, Jesús Pla: “el Jesús del gran poder”. Fue un espectáculo la discusión entre un obispo que se acogía solo a un decreto de Pío XII, en los años cuarenta, para los católicos italianos y un catedrático instruido y conocedor de la transición (Emèrit Bono) que le citaba otros textos de Juan XXIII, del Vaticano II y de teólogos como Metz y Gustavo Gutiérrez, sobre la libertad de los creyentes para elegir opciones políticas de izquierdas que persigan mayor justicia social. El obispo aquel desconocía en absoluto los problemas sociales de fondo y esa teología política de la que le hablaba el candidato economista. Desgraciadamente eso sigue pasando hoy.
También hoy muchos creyentes oramos, esperamos y nos comprometemos para que tengamos un futuro con más libertad, igualdad, justicia y paz. Y en esta víspera de la “gran votación” en el parlamento español, sintonizamos con los sentimientos de los primeros cristianos, aquellos que precedieron al matrimonio (o concubinato) entre Iglesia e Imperio romano, cuando eran llamados ateos y tenían que escribir en clave simbólica para comunicarse en la clandestinidad. Eso es, según una fundada interpretación, el sentido del libro del Apocalipsis. Allí se dice: “El dragón se quedó delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando naciera”.
Hoy somos muchos los cristianos, situados en las periferias de esa Iglesia jerárquica sacramental, llena de ritos y signos pseudosagrados (vestimenta principesca, anillos, mitra imperial...) que deseamos y pedimos que nazca por fin para España un gobierno de coalición progresista y que resista al dragón de las derechas ultramontanas que intentan devorarlo, si es que ya no pueden impedir que nazca.
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