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Estos últimos días me levanto sin energía, el confinamiento parece que ha venido para quedarse alguna semana más. Ya ha desaparecido la sensación de novedad de los primeros días donde uno experimentaba sentimientos nuevos. Supongo que este es uno de los peligros, abandonarse a la rutina y que a un día le siga otro, y así sucesivamente.
Me pongo a escribir sin fe y sin rumbo, con la leve esperanza de que este ejercicio me ayude a huir de la melancolía y la tristeza, al menos de esa tristeza pasiva que te reduce al rincón más cómodo del sofá. Hoy siento que la casa absorbe toda mi energía, me vampiriza y me deja exhausto para enfrentarme al día y a la noche.
Siempre me queda la lectura y los DVD. He abandonado de momento la escritura de mis guiones, los dejo reposar, las ficciones también necesitan reposo, es un modo natural de sedimentarse y madurar.
Ayer me solucionó el día la colección de cuentos Las biuty queens, de Iván Monalisa Ojeda. Suena a libro de travestis y trans y eso es lo que es, pero no sólo eso. Monalisa es chilena y cuenta en estos relatos el día a día, más bien la noche a noche, de un grupo de trans y travestis latinoamericanas que hacen la calle en barras de bares y callejones poco recomendables de la ciudad de Nueva York. El sueño americano visto desde la altura de unos buenos tacones que la realidad convierte en pesadilla, pesadilla cotidiana. Para estas biuty queens la muerte violenta es un gaje del oficio. Los relatos podrían ser muy sórdidos, pero Iván Monalisa tiene el talento de dotar de vitalidad y gracia a sus personajes, te cuenta sus miserias como algo inevitable con humor y sin victimismo, son relatos de supervivencia a las políticas migratorias de Trump, de personajes que bordean todos los peligros urbanos con humor y mucha solidaridad entre ellas. Comparten drogas, chulos, premios de belleza, síndromes y delirios, pero son una comunidad muy unida. Me recuerdan a las vecinas de mi madre, cuando se fue a vivir al pueblo sus últimos años. Las vecinas la cuidaban mucho mejor que lo hubiéramos hecho nosotros. La solidaridad y cariño entre las vecinas viudas de la calle de mi madre es de las cosas más hermosas que recuerdo de mi pueblo natal. No es extraño que Julieta Serrano le dijera a su hijo que no quería que sacara a sus vecinas en sus películas. Las vecinas son sagradas, en toda la amplitud de la palabra.
No tiene nada que ver, ambos libros muestran paisajes humanos muy distintos y entornos sociales opuestos, pero Las biuty me recuerdan mi libro de relatos de Patty Diphusa y otros textos. El mío es todo ficción hedonista, y las historias de Las biuty queens irradian realidad en cada frase.
Recomiendo los dos, si no tenéis nada mejor que hacer. Os aseguro diversión y ligereza.
Pero hablando de hispanos, víctimas de las leyes migratorias de Trump, debo recomendaros un libro bellísimo y emocionante, Desierto sonoro, de la chilanga Valeria Luiselli. Es lo opuesto a los otros dos libros, no es una lectura ligera, pero a mí me ha conmocionado por su originalidad y la belleza de su prosa. Además de la historia que cuenta, una road movie de un matrimonio que se dedica a grabar sonidos (son documentalistas sonoros) para lo cual hacen un viaje desde Nueva York hasta Arizona, acompañados de sus hijos pequeños. No quiero destripar la trama. Teniendo como fondo el desierto y los moteles que encuentran en el camino, el matrimonio de los sonidistas se está desmoronando. Él busca las huellas de la última banda apache en rendirse al poder militar americano, y ella quiere documentar los grupos de niños que atraviesan el desierto y llegan a la frontera sur del país buscando asilo. El derrumbe del matrimonio de documentalistas, unido al modo en que sus hijos interpretan las historias que les escuchan, cuajan en una novela innovadora, preciosa de estilo y narrativa. El propio New York Times incluyó este libro entre los 20 mejores del año.
Sin mezclar lecturas, cada una tiene su hora del día o de la noche, estoy terminando también la última novela de Almudena Grandes, escritora y faro para los que queremos saber sobre nuestra historia actual y por lo tanto de dónde venimos, esos detalles tan importantes que la Historia Oficial y con mayúscula tiende a hurtarnos. Esta vez la escritora viaja a los años 50 para, entre otros muchos temas, las novelas de Grandes son muy generosas en la creación de personajes secundarios y subtramas que a la postre son tan importantes como las tramas y los personajes protagonistas, y crea un exhaustivo tableau vivant del momento histórico y social del que tratan. Bueno, decía que entre otros muchos temas, Almudena habla de la psiquiatría en la España de los 50. Un momento en que nuestro país quería ofrecer su perfil más civilizado y normal. La realidad, naturalmente, era muy distinta.
Además del placer de leer un novelón con cuya autora y protagonistas te identificas, el tema de la psiquiatría en los años 40 y 50 me interesa especialmente, de hecho, tengo un montón de notas para construir un posible guion de una película que no haré, que trata del tema. Almudena Grandes ofrece muchísima documentación en su novela y su lectura me ha recordado las notas sobre el tema, y me ha provocado el deseo de desarrollarlas, ahora que tengo tiempo para concederme caprichos literarios.
En la novela La madre de Frankenstein, la autora hace el seguimiento de un caso real ocurrido en Madrid en 1933. Doña Aurora Rodríguez Carballeira mató de cuatro disparos en la cabeza a su hija Hildegart, de 18 años. Hasta ese momento la chica fue un orgullo para su madre, según iba creciendo Hildegart empezó a mostrar ideas y planes propios y la madre no podía soportarlo y, según ella misma confesó, tuvo que matarla por ello.
El peritaje previo al juicio declaró a Aurora como una paranoica pura, partidaria de la eugenesia. Cuando explicaba con una falta total de emoción las razones por las que mató a su hija, Doña Aurora decía según palabras de la novela “la he matado para salvarla. Yo la hice y yo la he destruido, era mi prerrogativa, mi derecho… Hildegart era mi obra y no me salió bien”.
La eugenesia es una ideología criminal cuyos adeptos se creen con derecho a suprimir una parte de la población matándola o impidiendo su reproducción… Recomiendo la novela de Almudena Grandes como el mejor antídoto contra el tedio y la preocupación de estos días.
La parricida pasa los años que le quedan de vida en el manicomio de Ciempozuelos y alrededor de los psiquiatras, los novios, las novias, sus familiares, las enfermeras, las monjas, las otras locas, etc, gira la novela. Además de recomendarla, la novela de Almudena Grandes, como ya he dicho, me ha hecho recordar un tratamiento que escribí hace unos años, inspirado por un artículo que apareció en El País, En busca del gen rojo, firmado por Rodolfo Serrano.
Yo ahora debería estar reescribiendo el borrador de Manual para mujeres de la limpieza o/y La voz humana, que son los trabajos que tengo entre manos. Sin embargo, me soy infiel a mí mismo entregándome a otra historia que he de rebuscar en las profundidades de mi ordenador inspirada por el artículo de El País, como ya he dicho. El texto habla de otro eugenista, alguien que, como Doña Aurora, también existió, un psiquiatra español del régimen franquista, que al final de los años treinta y durante los primeros años de la postguerra, llevó a cabo estudios y experimentos para detectar en qué consistía el gen rojo, qué malformaciones psíquicas o físicas impulsaban a un hombre o una mujer a adoptar el marxismo como ideología. Sí. Estáis leyendo bien. Además de la revolución que esto supondría en el mundo de la psiquiatría, el psiquiatra franquista pretendía además erradicar el mal de sus portadores, los rojos, de los cuales las cárceles estaban llenas.
Desde que leí el artículo de El País he querido desarrollar en forma de ficción científica esta historia del psiquiatra español que investigó para encontrar el gen rojo pero nunca había dado con el tono, porque la realidad de la que habla es tan terrorífica que resulta difícil ironizar sobre ella y por otro lado es imposible en el 2020 tratar el tema y el personaje sin utilizar la distancia que te permite el humor. Hay mucho material para documentarse porque todo el asunto aparece detallado, bajo el título genérico Biopsiquismo del Fanatismo Marxista en las revistas científicas de la época, en la Revista española de Medicina y cirugía de Guerra, por ejemplo. Cuando descubrí este material tan alucinante inventé varios personajes de ficción relegando a propósito a los personajes reales, para centrarme en la aventura científica y que sea ésta la que prevalezca. La familia y los compañeros del psiquiatra serán inventados, basados en el tipo de sociedad española de la época.
En ese momento pensaba en un relato neorrealista, pero al intentar desarrollar el tratamiento me vi incapaz. Después de estos años de hibernación creo que he encontrado el tono apropiado para este material, el del cómic. El psiquiatra franquista es casi el típico Mad Doctor, que investiga sobre el gen marxista y está dispuesto a sacrificar a todo el que lo tenga. Eugenesis. Este tipo de personaje solo soy capaz de abordarlo desde la absoluta ficción, con un estilo que esté lo más alejado del naturalismo. Ya tengo trabajo para esta Semana Santa. Por supuesto, este psiquiatra tuvo un nombre, pero no pienso utilizarlo para no herir a sus familiares y para poder escribirlo con libertad.
Y para terminar, por todo lo alto y con alegría, unas cuantas recomendaciones cinematográficas que anularán el menor atisbo de melancolía, hartazgo o tedio esta semana, una de las más difíciles. En general son comedias americanas extraordinarias, screwball comedies, comedias disparatadas, género en el que los americanos son los maestros.
Aquí van:
Me siento rejuvenecer (Monkey Business, de Howard Hawks)
Historias de Filadelfia (De George Cukor)
Medianoche (Midnight, de Mitchell Leisen. Guillermo Cabrera Infante, cinéfilo y crítico, además de escritor exquisito, me dijo que de todas ésta era su comedia favorita)
Ser o no ser (De Ernst Lubitsch)
Pimera plana (Billy Wilder. Hay una versión anterior, Luna nueva, con Rosalind Russell, también descacharrante)
Con faldas y a lo loco (Some like it hot, de Billy Wilder)
Ricas y famosas (George Cukor)
La novia era él (I was a male war bride, de Howard Hawks)
Ha nacido una estrella (la versión de George Cukor con Judy Garland, es un drama, pero tan monumental que la recomendaría en cualquier circunstancia)
Una mujer para dos (Design for living de Lubitsch, basado en la deliciosa obra de teatro de Noël Coward con guión de Ben Hecht)
y
Casa Flora (de Ramón Fernández con Lola Flores, no sé si la película es buena o mala, pero si hubiera que definirla sería como “comedia dadaísta”, es mucho más que disparatada. Y siempre es una alegría ver y oír a Lola Flores con look de los 70)
Con esta batería de joyas solo hace falta quedarse en casa, caminar por los pasillos entre película y película y hablar con amigos, familiares y amantes por teléfono o Skype, para disfrutar de una maravillosa Semana Santa sin procesiones, saetas ni mantillas.
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