La dictadura de los relatos
La oportunidad de lograr un Gobierno con un programa progresista tras las elecciones del 28-A se ha malogrado. Veremos si temporalmente o nos vemos abocados a un escenario que, por ridículo, parece irreal: una nueva llamada a las urnas.
Sobrarán análisis que sitúen responsables, busquen culpables de esta situación. No es la intención de esta reflexión. Sin duda los hay y merecen el reproche de la ciudadanía y particularmente de la ciudadanía progresista de España, que se movilizó masivamente para impedir el ascenso al poder de unas derechas contaminadas en sus discursos por la irrupción ultra de Vox.
Hoy es esa ciudadanía la que mira perpleja la incapacidad de los líderes de las fuerzas progresistas de ponerse de acuerdo sobre una opción programática, una fórmula de Gobierno y un juego de mayorías parlamentarias para llevarla adelante. No conviene emplear demasiado tiempo en llorar por la leche derramada. Pero sí al menos hacer un par de observaciones. Se debe cambiar la cultura política según la cual negociar es un juego de tacticismo permanente con el objetivo de hacer insostenible la posición del “adversario”, de manera que tenga que optar por darme la razón en las posiciones de máximos. Negociar es llegar a consensos que conllevan dejarse “pelos en la gatera”. No pelillos. A veces jirones de piel. Para asumir ese coste hay que tener clara la voluntad previa de que el acuerdo es preferible al desacuerdo. No de forma retórica. De forma real.
Segundo, la dictadura de los relatos, la inmediatez y la pérdida de perspectiva entre lo importante y lo menos importante, no necesariamente accesorio. El pasado martes, el Presidente del Frente Amplio de Uruguay me decía que toda la Europa progresista miraba a España. El país en el que una crisis de consecuencias sociales dramáticas, no había provocado una oleada reaccionaria, sino el 15-M; el país en el que unas elecciones generales habían abierto una opción de Gobierno con un acuerdo en las izquierdas, en el contexto de los repliegues de Salvini, Trump, Lepen, Orban y otras opciones reaccionarias, o de la supuesta asepsia tecnocrática post-partido de Macron.
Hoy ante la trascendente y sensata opción que la ciudadanía española había otorgado a la política con mayúsculas, sería imposible explicar a nadie cabal que un juego de filtraciones, de disputa de espacios de gobierno a conquistar o a vetar, que las inconcreciones programáticas o que la tentación de hacer pagar al otro el “pato” del descuerdo, nos haya llevado a esta situación.
CCOO defendió desde la misma noche electoral un acuerdo político que debía tener dos objetivos. El primero, poner en marcha una batería de medidas para afrontar la desigualdad y la precariedad laboral –y por tanto vital– que afecta a muchos millones de personas en nuestro país. Para ello era imprescindible corregir y derogar reformas efectuadas en el “periodo especial del austericidio”, que había roto algunos de los equilibrios que determinan la distribución de riqueza en nuestro país. Hablábamos de reforma laboral, de pensiones, fiscalidad y de desempleo fundamentalmente. Para ello el pacto de izquierdas era condición sine qua non.
En segundo lugar España debía adoptar una agenda reformista de amplío perímetro para enfrentar los cambios que en la economía y la sociedad, están mutando ya nuestra forma de vivir, producir, distribuir, aprender, etc. Una agenda reformista que no se puede hacer solo desde la izquierda, pero que si echaba a andar desde parámetros progresistas, podía ser más inclusiva, más democrática, más social.
Y reivindicábamos el papel de CCOO, de los sindicatos, de los agentes sociales, de la sociedad civil, ante un reto que requiere de sofisticación regulatoria y a la vez de recomposición de las legitimidades de representación y deliberación democrática.
Esta visión de las cosas sigue vigente. Emplazamos, exigimos a los partidos en general, pero al PSOE y al Grupo Confederal de Unidas Podemos en particular, altura de miras. Testar bien lo que está en juego. Los términos de reconstrucción de un contrato social en España, en medio de la complejísima agenda reformista que aborde las transiciones de empleo, medioambientales, formativas, de protección social. Y en un endiablado contexto internacional que reconfigura las relaciones geopolíticas mundiales, con efectos en el comercio, en la propia configuración de la Unión Europea, y de la correlación de fuerzas en nuestro entorno, hoy escorado no ya a la derecha clásica, sino a nuevas expresiones antipolíticas.
Fijen un plan de acción, un programa compartido, realizable y ambicioso. Establezcan pautas relacionales en un Gobierno y entre partidos. Háganlo y no defrauden. No es cuestión de trasladar una visión agonística, pero solo el tiempo dará perspectiva para evaluar las consecuencias en caso contrario.