El intérprete, el gran olvidado en zonas bélicas
Del mismo modo que el periodista es el altavoz de historias, pequeñas o grandes, el notario de los hechos que ocurren a nuestro alrededor, el intérprete es la voz de los demás, sus ojos, su visión. Es el puente entre dos culturas, dos mundos tan diferentes como, en muchas ocasiones, opuestos y contrarios. Es quien da forma a las ideas y a los deseos de quien habla. Pilar de Luna y Jiménez de Parga, que fue magistrada del Juzgado de lo Penal número 29 de Madrid, definió en una ponencia al intérprete judicial como una «especie de actor que ha de interpretar el papel de una persona que puede ser privada de libertad durante muchos años». Y añadió que «de ahí la importancia que tiene conocer el verdadero significado de una cosa o equivocarlo», «interpretar correctamente un gesto o desfigurarlo, trasmitir o cambiar su sentido, y saber dar o no el correcto significado a las palabras, actitudes y gestos del acusado». Concluyó diciendo que «traducir palabras es traducir culturas»ۘ.
Pero no siempre la importancia del intérprete es entendida de la misma manera. Y si no que se lo digan a los cientos, por no decir miles, de intérpretes en zonas de conflicto, en guerras, donde no solo tienen que «traducir palabras» o culturas, sino que tienen que evitar ser identificados políticamente. En esas zonas, y desde muchos frentes, se olvida que el intérprete no es parte interesada, no pertenece a ninguno de los bandos en conflicto. Es un trabajador que desempeña una labor profesional, incluso se le podría considerar como un cooperante en ciertas situaciones.
Hace unas semanas, en un medio de comunicación de España se entrevistaba a Zohor Tanha que, según se definió él mismo, había sido «intérprete del Ejército español en Afganistán». Pedía, en una frase que dejaba ver congoja e incluso pánico, que se le sacara de tierras afganas. Más que pedir, imploraba. Sobre todo, cuando recordaba que hacía un mes habían asesinado a un amigo suyo al descubrirse que había trabajado como intérprete del Ejército de Italia.
Por muy arriesgada que pueda parecer la labor de los intérpretes en momentos de conflicto, el verdadero peligro para Zohor surgió cuando los militares españoles abandonaron Afganistán. A partir de ese momento, reconoció que tenía «miedo» no solo por él mismo sino por toda su familia. En la entrevista se podía comprobar que el peligro le rodeaba, no solo desde el bando de los talibanes, sino también por parte de otras fuerzas insurgentes.
Esa es la realidad de cientos, o miles, de intérpretes en zonas de guerra. De profesionales que no luchan, sino que «traducen culturas», aunque sin ninguna protección, sin ningún elemento que los diferencie del militar a quien le hacen llegar la cultura de un país concreto. ¿Por qué no tener un elemento distintivo que los diferencie de quien los paga? Que se sepa que no son ni ejército ni insurgentes. Son profesionales.
¿Qué ocurre cuando la relación laboral con los intérpretes termina en esas zonas de guerra? ¿En qué situación quedan? Lamentablemente, el intérprete queda sin protección. En muchas ocasiones se les considera como un enemigo al que hay que eliminar, al mismo nivel que las fuerzas que han abandonado ese país. Quedan señalados, ellos y sus familias, y amenazados de por vida.
¿Qué hacer ante estas situaciones? Desde ASETRAD (Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes) tenemos claro que los gobiernos contratantes deben tener una actitud más contundente y comprometida con los intérpretes que han trabajado para ellos. Han sido, durante meses o años, su voz y sus oídos, han sido su «traductor de culturas». Y se ven abandonados a su suerte.
Desde ASETRAD queremos aportar nuestro conocimiento y experiencia para intentar poner fin a estas dramáticas situaciones. Así, el próximo 19 de mayo, dentro del congreso que celebraremos esos días en Zaragoza, celebraremos la mesa redonda la «Interpretación en zonas de conflicto»; una forma de buscar soluciones ante la peligrosa soledad en la que se deja al intérprete.