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Sobre este blog

En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

Soy científico, no me meto en política

tubo ensayo

Samuel Martín-Sosa Rodríguez

Dice Mikael Höök, ingeniero de la Universidad de Uppsala, que un investigador debe proporcionar los datos objetivos que observa en la realidad sin dar recomendaciones influidas por sesgos ideológicos. A este ideal aspiran en general la mayoría de los científicos. Hace unas semanas entrevistaron en la radio a un profesor de Bromatología de la Universidad de Córdoba sobre su investigación encaminada a estandarizar la receta del salmorejo cordobés, cuyo fin era concretar una referencia de sus aportes calóricos y nutritivos. En su investigación contó con la colaboración de la Cofradía del Salmorejo Cordobés, entidad dedicada a difundir las ventajas de este producto. Ante la pregunta medio en broma de si tras el estudio le habían nombrado Cofrade honorífico, el profesor contestó bastante serio que no, pues la independencia de la Ciencia le obligaba a mantener cierta distancia. Es una interpretación quizás llevada al extremo pues el componente político de recomendar o no la ingesta de salmorejo es de difícil argumentación.

Pero no tenemos que salirnos del campo de la alimentación para pensar en otro ejemplo bien distinto y por todos conocido que cuestiona la perseguida neutralidad axiológica de la Ciencia: la reciente carta abierta de los premios nobeles a la labor de Greenpeace y otras organizaciones ecologistas contra el cultivo de Organismos Modificados Genéticamente (OMGs). El daño que esta carta hace a la Ciencia, en una sociedad que de algún modo sacraliza la opinión científica, es irreparable, pues cualquier crítica será calificada de retrógrada. A riesgo de ello es preciso insistir en que estamos aquí ante un magnífico ejemplo de científicos metiéndose en política.

La misiva contiene un burdo sesgo de brocha gorda de tipo político-ideológico. Que los nobeles digan que los transgénicos no afectan a la salud, puede ser científicamente discutido, pero es un argumento con base epistemológica en su campo de trabajo1. Que los nobeles digan que los transgénicos son el camino para acabar con el problema de la desnutrición es sin embargo, un salto al vacío, que ya no se sostiene sobre la base anterior. ¿Porqué no dijeron los nobeles, con la misma autoridad que saben que les acompaña, que el hambre puede resolverse eliminando la desigualdad o mejorando la distribución de la riqueza, por ejemplo? Sería otra manera -al menos tan válida sobre el papel- como el despliegue de la agricultura transgénica. No lo hicieron porque eso sería meterse en política, y los científicos, como reza el título de este artículo, no lo hacen. Entonces, ¿porqué se decantan sin sonrojo por esa solución tecnológica? Pues porque en realidad si lo hacen. Los sutiles tentáculos de la ideología tocan también a menudo y de formas diversas a la Ciencia.

El problema está en el discurso científico cuando este invade un terreno que no le es propio, y hace uso de la autoridad que ha ganado en su campo de conocimiento para sentar cátedra en otro que le es ajeno, mediante lecturas extremadamente simplistas o reduccionistas de la realidad. No es algo anecdótico. La forma en que se estructura y orienta el conocimiento científico está influida por diferentes sesgos por acción u omisión.

Sesgos en una Ciencia útil

Podríamos preguntarnos hasta qué punto la curiosidad sigue siendo hoy el motor del conocimiento científico. La Ciencia busca comprender el mundo no solo por el afán de conocerlo sino con el objetivo de transformarlo. Claramente el conocimiento científico ha mejorado la vida de las personas. Y la aplicación de la Ciencia hoy día se relaciona íntimamente con la Tecnología. Dice Rendueles que los conceptos científicos apenas tienen contexto político y social, mientras que la tecnología, en cambio, apenas tiene otra cosa. Es cierto, pero si bien la epistémica y la técnica surgieron de caminos separados, en el contexto actual de sofisticación de los avances y extrema aplicabilidad, quizás solo tenga sentido hablar de tecnociencia, y lo verdaderamente importante sea analizar el contexto de aplicación de dicho conocimiento tecnocientífico. Este conocimiento lo es para algo y para alguien.

Generalmente es asumido que el avance del conocimiento científico se orienta a aportar soluciones a los problemas de la sociedad. Pero sería ingenuo soslayar que la ciencia hoy día se hace en un mundo capitalista cuyos criterios de valor son también aplicados habitualmente al científico. La principal razón por la que los gobiernos invierten en mayor o menor medida en investigación científica es porque se espera a cambio una rentabilidad social. La necesidad de demostrar impactos económicos de los resultados de las investigaciones incorporan un sesgo al enfoque y contenido de las mismas. En ese contexto, el científico trabaja para vender un producto; el resultado de su investigación. Esto no quiere decir en absoluto que el conocimiento científico sea subjetivo, pues los datos serán verdaderos o falsos sin paliativos. Pero la forma en que planificamos y organizamos ese conocimiento está sin duda influida por el marco social y político en el que se desenvuelve.

Este escenario de maridaje entre Ciencia y Mercado, de estímulo de la productividad y la competencia, contribuye a una carrera de especialización parcelada en el conocimiento que no permite aquella maduración sosegada para la integración de estas diferentes parcelas que aconsejaría un enfoque holístico, quizás menos miope cuando el objeto de nuestro estudios son sistemas complejos (el clima, los ecosistemas, los organismos, las células...). Así, tenemos cada vez más sabios ignorantes, propietarios de una estrella en la vía láctea del conocimiento científico cuya dimensión total no abarcan evidentemente a ver. Es este un reduccionismo exacerbado de escaso diálogo interdisciplinario, que dificulta enormemente el pensamiento estratégico a la hora de hacer frente a realidades que son complejas2. Volviendo al ejemplo de los OMGs podemos probablemente sospechar que a día de hoy el reduccionismo científico deja fuera en gran medida a la Ecología en lo relativo a las investigaciones transgénicas.

En este sentido cuando hablamos de que la Ciencia aporta beneficios para la sociedad, podemos preguntarnos a que parte de la sociedad nos referimos. Qué se investiga y a quién benefician los resultados de una investigación es un sesgo que nos remite nuevamente a una carga político-ideológica en el avance del conocimiento científico que no debemos pasar por alto cuando optar por un camino significa descartar otros. Sería fácil pensar a bote pronto en unas cuantas líneas de investigación cuyo beneficio para una gran parte de la población mundial, cuya supervivencia sigue dependiendo del acceso al agua y la comida, es difícil de averiguar. El mito de que el conocimiento científico es algo altruista que pertenece a la humanidad no se sostiene. El caso de las patentes es paradigmático. Una vez incluido el criterio mercantil, el beneficio social de lo descubierto está en función del poder adquisitivo del beneficiado3. El sesgo mercantil enturbia además la verdad científica en el caso de las sospechas de conflictos de intereses, cosa que lamentablemente no es infrecuente, incluso en organismos que deciden sobre cosas tan importantes como la seguridad de lo que comemos; la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha recibido repetidas críticas hacia su independencia incluso por parte del Parlamento Europeo.

Además es evidente que el curriculum académico de los científicos se mide por el número y calidad de sus publicaciones. La presión por publicar acaba condicionando las líneas de investigación, introduciendo un nuevo sesgo hacia lo publicable, áreas productivas, actuales y urgentes, susceptibles además de recibir fondos para la investigación, en detrimento de otras improductivas a corto plazo. Esta carrera por la productividad científica exige una indomable rectitud moral para evitar una posible tentación de comportamientos poco éticos. El fraude de la clonación de células madre humanas por parte del surcoreano Hwang Woo-Suk en 2005 es probablemente un caso anecdótico en el palmarés científico, pero que evidencia los efectos indeseables que puede producir la presión por ser el primero.

Sesgo por omisión

En esa búsqueda de utilidad social se investiga por ejemplo sobre plantas que aumenten la reflectividad solar para reducir el calentamiento global, hormonas que hagan engordar al ganado, especies que se adapten a la creciente salinidad, OMGs resistentes a herbicidas, o microorganismos que se coman la contaminación. Todas ellas son soluciones de final de tubería que asumen, aceptan y de algún modo ayudan a mantener, cuando no alientan, las premisas de un modelo socioeconómico que ha generado los problemas que intentan parchear.

Evidentemente si los científicos entraran a cuestionar el modelo socioeconómico que provoca destrucción ambiental y social, estarían metiéndose en política. La pregunta abierta, probablemente de imposible respuesta certera, pero que aún así merece cierta atención y debate, es si no lo están haciendo ya de algún modo por omisión, al asumir como realidades de partida, unívocas e inmutables las premisas mencionadas. Es este un sesgo inextricable, retorcido y probablemente de imposible solución, pero no por ello podemos obviar que existe. ¿Es ayudar a la sociedad el darle un balón de oxígeno a las actividades que están esquilmando las bases que sostienen la vida como los combustibles fósiles, la superproducción industrial, el modelo agroalimentario,...?

La única posible salida -y meramente a un nivel conceptual- para continuar con un modelo insostenible en un planeta finito, pasa por la senda de un tecno-optimismo que encontrará soluciones para todo, sorteando la finitud, a medida que dicho modelo vaya alcanzando nuevas cotas de insostenibilidad. Una senda por la que se adentra la Ciencia que, en palabras de Carlos de Castro estaría poniéndose al servicio de colapsar peor. Este enfoque tecnocientífico es tranquilizador con respecto al futuro, y aporta una seguridad que la sociedad demanda frente al fantasma del colapso ecológico. Corremos el riesgo de convertir así a la Ciencia en la posibilitadora central de una cosmovisión tecnológica alentada por sueños de imposible omnisciencia científica. El posibilismo amparado por la opción del quitamanchas tecnológico trasciende el hecho de serle útil a la ideología dominante para convertirse casi en una ideología en si misma.

Esta visión obvia no solo los límites de la tecnología en un mundo con energía útil decreciente, sino los propios límites al conocimiento, relegando la incertidumbre a la categoría de limitación puramente temporal que será siempre superada con nuevas investigaciones, sin plantearse por ejemplo si la luz de ese conocimiento , en caso de llegar, lo hará a tiempo, en un contexto de acuciante crisis global y margen de reacción escaso. Sin plantearse tampoco una perspectiva de largo plazo para las soluciones propuestas4. Como dice el profesor Andrew Stirling de la Universidad de Sussex, es necesario entender la incertidumbre en lugar de negarla, y ello pasa por asumir un mayor nivel de humildad en relación a nuestro nivel de conocimiento y a nuestra capacidad para entender determinados procesos.

Control social y responsabilidad científica

Los sesgos inherentes al avance del conocimiento científico, crecientemente orientado a realizar cualquier cosa posible y venderla5, hacen más necesario que nunca cierto control social de la tecnociencia. Las implicaciones ecológicas y éticas de implementar muchas de las soluciones tecnológicas que se buscan para el mundo, desde la agricultura transgénica hasta la geoingeniería, obligan a un debate social sobre las mismas que hasta ahora no se ha producido. Aunque uno no se dedique a la ciencia, puede, e incluso debe, opinar sobre ella.

Los científicos gozan de un reconocimiento social privilegiado que les confiere una importante responsabilidad a la hora de posicionarse públicamente. Como hemos intentado mostrar, es muy difícil cuando no imposible desarrollar una labor científica totalmente libre de sesgos, que más allá de los determinantes inconscientes que todos arrastramos, como la carga cultural, son inherentes a factores diversos relacionados con el marco económico-político. Lo que si sería conveniente al menos es que la clase científica sea plenamente consciente de ellos y evite ante todo poner a la Ciencia, o mejor dicho, a la autoridad científica, al servicio de la ideología.

1 Es importante notar aquí que, como señala Carlos de Castro, solo algunos de los Nobeles firmantes son expertos en un campo de conocimiento cercano a los OMGs.

2 El peligro del reduccionismo estriba en tratar de explicar una realidad compleja desconocida desde un nivel de conocimiento insuficiente. Frente a la visión reduccionista han existido y existen iniciativas que pretenden aportar una visión holística de la Ciencia que busca abordarla desde la complejidad sistémica, requiriendo el concurso de profesionales de distintas disciplinas, métodos de trabajo diferentes y un esfuerzo pedagógico de comunicación entre los distintos expertos sin perder el rigor. Este esfuerzo por superar el reduccionismo y abordar la complejidad es un llamamiento a la reflexión metodológica y a un diálogo entre científicos. Esto sería fundamental para salir parcialmente de lo que algún autor ha llamado la crisis de sabiduría.

3 Las patentes pervierten el ideal de la utilidad social y universal de la Ciencia hasta tal punto que a veces lo que frenan es el propio avance del conocimiento científico en aras de la competencia. La posibilidad de patentar secuencias génicas de función desconocida permite asegurar el control sobre posibles hallazgos futuros en relación a estas secuencias y suponen un freno de facto a la investigación por parte de otros, en un fenómeno que se ha dado a conocer como los anticommons, en contraposición al concepto de los comunes teorizado por Elinor Ostrom entre otras.

4 No se responde por ejemplo a preguntas como qué pasará con una solución tecnológica cuando escaseen las tierras raras necesarias para su desarrollo, o que pasará si una tecnología no probada y que requiere una escala planetaria para su ensayo, como es la geoingeniería, falla y ya no haya vuelta atrás posible.

5 J. Peteiro (2010) El autoritarismo científico. Miguel López Ediciones

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