El Acuerdo de París se cerraba hace casi un año, culminándose el trabajo que desde 2009 se estaba realizando para dar un sucesor al Protocolo de Kioto. Se buscaba un acuerdo que fuera capaz de acelerar la lucha contra el cambio climático ante el bloqueo que supuso la cumbre de Copenhague. Durante este último año han sido constantes los anuncios sobre el impulso que determinados países querían dar a esta lucha climática.
Por fin, el pasado 4 de noviembre entraba en vigor el Acuerdo de París al haberse alcanzado el número de adhesiones necesarias. Se ha convertido en el primer acuerdo internacional que es ratificado en menos de un año. Un récord atribuible a la diplomacia francesa que fue capaz de pactar las indefiniciones necesarias para que no supusiera mucho problema a ninguno de los países. Así, la palabra descarbonización desaparece del texto oficial, en gran medida por las presiones de estados petroleros como Arabia Saudí, cuyos negociadores son incapaces de reconocer la necesidad de mantener el 80% de los combustibles fósiles bajo el suelo.
Los compromisos puestos sobre la mesa a día de hoy nos dirigen a un calentamiento de más de 3,5ºC, el doble de lo que el IPCC establece como climáticamente seguro. Por ello, resulta imprescindible incrementar los compromisos a la mayor brevedad posible para ajustarnos al camino descrito por la ciencia. Es la única manera de poder alcanzar el objetivo del acuerdo de París.
Un año perdido
Las buenas palabras escuchadas a lo largo de este año contrastan con la inacción de Marrakech. Prueba de ello es que el proceso que culminó en París fue precedido de cinco reuniones entre sesiones, mientras que a lo largo de este año solo se ha producido una de estas reuniones. Una falta de trabajo que ha sido sustituida por actos para la foto oficial y grandes compromisos sin correspondencia con acciones concretas.
Por tanto, no es extraño que en la pasada COP22 no se hayan producido avances significativos. De hecho, los textos finales reconocen que ha sido imposible alcanzar un acuerdo en esta cumbre y que cualquier toma de decisiones se pospone a 2018. Una pasividad que contrasta con las declaraciones de Ban Ki-moon al señalar la enorme urgencia de frenar el cambio climático.
Era fundamental que en esta cumbre se hubiesen cerrado asuntos como la financiación de la lucha climática. Se esperaba definir una hoja de ruta para disponer los 100.000 millones de dólares anuales para el fondo verde, o el desarrollo de un fondo que permitiera afrontar las pérdidas y los daños. Sin embargo, como quedó patente en el último plenario, estamos todavía muy lejos de poder concluir estos debates, ya que los países enriquecidos no parecen dispuestos a articular los mecanismos necesarios para la provisión de fondos.
También resultaba llamativo que en torno a la cumbre hubiese numerosos expositores que mostraban como solución tecnologías y actuaciones que son solo un parche para seguir sin que nada sustancial cambie. Parece que el que sale victorioso de esta cumbre es una vez más el modelo económico capitalista, que no es sino la raíz del problema. El lavado verde resulta cada vez más evidente, en especial a través de una importante presencia de las empresas que superaron en número a los representantes de la sociedad civil.
El objetivo de estos representantes empresariales es la promoción de falsas soluciones que no han demostrado su eficacia para luchar contra el cambio climático, como la captura y el almacenamiento de carbono, la especulación sobre bosques y sumideros o la financiarización de la lucha climática. Mientras que aspectos como los derechos humanos, la justicia climática o la responsabilidad histórica son sistemáticamente ignorados.
La larga sombra de Trump
La falta de noticias sobre los avances ha sido sustituida por la elección de Trump. Esta ha ocupado un lugar central en Marrakech, donde hemos escuchado a numerosas autoridades políticas hablando sobre si esto impediría de alguna forma la lucha contra el cambio climático. Solamente Françoise Hollande dejaba entrever que el problema no era que los estadounidenses hubiesen elegido a Trump, sino que no existían las medidas oportunas para impedir que los incumplimientos saliesen gratis.
También, las medidas de limitación del comercio global parecen una línea roja que la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático no está dispuesta a cruzar. Esto imposibilita la efectividad del Acuerdo de París cuya única capacidad real de presión consiste en señalar a los incumplidores, sin mayores consecuencias.
Aunque el caso estadounidense tenga vital importancia, existen muchos países que carecen de la autoridad suficiente como para dar ejemplo en la lucha climática. Este es el caso del Gobierno español, que a pesar de repetir hasta la saciedad que cumplirían los compromisos internacionales no han presentado hasta el momento ninguna hoja de ruta que permita alcanzar tal objetivo. Resultan incluso cuestionables los compromisos españoles, ya que somos de los pocos países de nuestro entorno que podremos seguir incrementando nuestro impacto climático.
La respuesta vendrá de la sociedad civil
El anuncio de los países más vulnerables sobre su incremento de ambición como única forma de garantizar su propia supervivencia es una de las pocas excepciones a esta situación deprimente. El resto de discursos han sido claramente ambiguos, mientras las posiciones reales han conseguido bloquear el correcto desarrollo de los grupos de trabajo. La tan prometida lucha climática, parece cada día más lejos de convertirse en una realidad.
Nos quedamos sin tiempo para actuar. A pesar de ello, las negociaciones internacionales parecen buscar más el modo de dilatar la lucha contra el calentamiento global, lo que hace difícil que las cumbres del clima sean parte de la solución.
En su lugar, la sociedad civil reclama cada vez más su labor como auténticos agentes del cambio. Así quedó patente en las cumbres alternativas que se sucedieron. Unas cumbres que sufrieron gran cantidad de ataques por parte del Gobierno marroquí, y en especial a las organizaciones del país que vieron revocada su personalidad jurídica meses antes de la COP. Es necesario renovar el impulso de las redes internacionales que ponen en el centro el concepto de justicia climática y cuyos esfuerzos ya están demostrando que es posible vivir en un mundo que respete los límites planetarios.