Las inconsistencias de Pedro Sánchez
Este viernes el “no podría haber dormido con ministros de Podemos” ha sido la frase más comentada, criticada y ridiculizada en todos los medios de comunicación. El día anterior lo fue la incapacidad de respuesta del presidente en funciones a la pregunta de un periodista y luego la tonta afirmación de que era el líder del partido más votado como si eso explicara algo. Pedro Sánchez ha patinado, y mucho, dos veces seguidas. Justo en un momento en el que la sensibilidad pública está muy a flor de piel. Con lo que esas anécdotas desgraciadas adquieren un valor adicional. Y refuerzan a quienes cuestionan la solvencia política del líder del PSOE.
Los días que han seguido al fracaso de su intento de ser investido le están yendo mal a Pedro Sánchez. Empezó atacando furibundamente a todos los demás partidos y culpándoles, a todos ellos, de la repetición de elecciones. Una táctica que no suele ser buena ni en política ni en nada, salvo que te las des de redentor y él tiene poco de eso. Y siguió con una pormenorizada justificación de todas sus acciones y contradicciones de los últimos meses en una entrevista que en la que no aclaró nada y sí suscitó nuevas e inquietantes cuestiones.
Dijo lo de que no habría podido dormir con ministros de Unidas Podemos [en una frase en la que se refería a los ministerios de Hacienda, Trabajo e Industria] y el entrevistador tuvo que preguntarle por qué entonces les había ofrecido una vicepresidencia y tres ministerios. ¿Tuvo razón el Pablo Iglesias que denunció que esos cargos no tenían peso político alguno o aquella fue una salida no muy pensada de cuyas consecuencias se libró porque el líder de Podemos no tuvo los reflejos de aceptarla o porque quería otra cosa más allá de gobernar?
También fue poco serio que Sánchez afirmara que pidió la renuncia de Iglesias porque los líderes de dos partidos no pueden estar en el mismo gobierno. ¿De dónde se sacó esa teoría cuando en Europa esa situación se ha repetido en las últimas décadas? ¿Por qué los líderes de los dos partidos coaligados no pueden gobernar juntos si antes han fraguado un pacto de coalición sólido y con claras atribuciones de funciones?
Y un sinsentido más. “Se ha demostrado que un gobierno de coalición con Unidas Podemos es inviable”, dijo el líder socialista. ¿Cómo lo sabe si no se ha intentado seriamente lograrlo, si la negociación al respecto, en el supuesto de que hubiera existido algo parecido a eso, duró sólo unas horas?
Demasiadas inconsistencias en poco más de media hora de entrevista y más en un asunto que Sánchez debía conocer al dedillo si su versión de lo ocurrido respondiera estrictamente a la verdad de lo que él había querido hacer y de lo que había hecho en estos últimos cuatro meses. Ese es un problema. El otro, seguramente más relevante de cara a lo que puede ocurrir en el inmediato futuro es que el líder socialista no es precisamente un as como vendedor de productos difíciles. Y ningún asesor ni ningún hallazgo de gabinete es capaz de cubrir ese déficit por brillantes que sean.
El escollo que hoy tiene ante sí Pedro Sánchez es que mucha gente se creyó su oferta de izquierdas y para parar a la ultraderecha del 28 de abril. No es menos cierto que no pocos votantes del PSOE veían con desconfianza, si no con horror, la posibilidad de un gobierno con Unidas Podemos. Pero aún así se lanzó por esa vía. ¿Sin más que oportunismo a raudales, previendo que si las cosas iban bien en las urnas, tiempo habría de cambiar de rumbo, de alejarse de Iglesias y de hacer la corte a Ciudadanos, tal y como le sugerían no sólo sus asesores sino probablemente también algunos poderes fácticos?
Ha jugado a ser el más listo, el que controlaba los movimientos posibles de todos los demás y se ha quedado con un palmo de narices. Una y otra vez se encontró con la negativa radical de Albert Rivera. Insistió en pedir su apoyo hasta el último minuto. “Para que mi investidura no dependa de los independentistas”, repitió machaconamente. Pero, ¿qué sentido tenía evitar eso si lo que no estaba ni mucho menos claro es que fuera a lograr un acuerdo con Pablo Iglesias? Esas peticiones debían de responder a otra cosa. Y, además, ¿por qué ese horror por los independentistas cuando aceptó sin mover una ceja su voto afirmativo en la moción de censura?
El frío análisis político lleva a pensar desde hace tiempo, y aún más ahora, que un entendimiento estratégico entre el PSOE y Unidas Podemos es muy difícil, si no imposible. Y no porque sean rivales, que eso pasa siempre en las coaliciones, sino porque para ambos partidos la demolición del otro es uno de los objetivos prioritarios de su acción política. En el PSOE, porque ven la aparición y crecimiento de Podemos como la causa principal de sus atribulaciones de los últimos años. Y en el partido de Pablo Iglesias porque hacer morder el polvo a los socialistas no solo es uno de los puntos principales de su proyecto sino también una idea obsesiva de sus dirigentes. No es un hecho nuevo. La izquierda sufre de esa división cainita desde hace muchas décadas.
Y la tradición se ha vuelto a imponer. Lo nuevo es que Pedro Sánchez ha tratado de hacer creer que esa vez el maleficio se había roto. Y no era verdad, porque todo indica que él era el primero en no creer en ello. Lo malo es que no ha sabido moverse en aguas tan turbulentas. Y menos explicarlo. Sí, las encuestas le dan ganador. ¿Pero no pueden cambiar?