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La sentencia del procés atenaza la formación del Gobierno

La sentencia del procés atenaza la formación del Gobierno.

Carlos Elordi

La entrada o no de ministros de Podemos no es el principal obstáculo para la investidura de Pedro Sánchez. Cabe suponer que sobre eso se llegaría a un acuerdo si ambas partes cedieran en algo. El gran problema es que aun con los escaños de Podemos, los del PNV y otros partidos menores, la abstención de Esquerra sería imprescindible. Y aceptar ese apoyo antes de que se conozca la sentencia del procés le resulta muy difícil al líder socialista. No sólo por lo que el partido de Oriol Junqueras pediría a cambio, que puede que no sea mucho. Sino porque a los ojos de la derecha, de buena parte de los medios y también de la opinión pública el nuevo gobierno se habría colocado del lado del independentismo.

Y no en un momento cualquiera. Sino en vísperas de que se conozca la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés. Cuya decisión de este viernes de no poner en libertad a los presos hasta que se emita el veredicto es una señal que admite dos interpretaciones: una apuntaría a que Marchena y los suyos van a rebajar la petición fiscal, rechazando el delito de rebelión, y quieren seguir haciéndose los duros para ir preparando a los sectores de la judicatura, la política y la sociedad que exigen la máxima firmeza. La otra a que la sentencia va a ser tremenda y no quieren soltar a los presos para evitarse luego líos. Algo huele a que este segundo camino es más probable que el primero.

Los reiterados llamamientos de Pedro Sánchez a que el PP y Ciudadanos se abstengan en la votación de investidura se entienden a la luz de esa inquietante perspectiva. Aunque también es una manera de advertir de que si es elegido presidente con la abstención de Esquerra será por culpa de esos dos partidos. Su insistencia se está ganando toda suerte de críticas. Aunque en los últimos días varios exponentes de la derecha han venido a apoyar más o menos expresamente la posición del presidente. Mariano Rajoy lo ha hecho a su estilo: diciendo que debe ser Ciudadanos, y no su partido —¿por qué?— el que debería de dar ese paso. “Por la estabilidad”, ha dicho el expresidente. Porque no se ha atrevido a decir “para que los independentistas de ERC no se suban al machito”.

No cabe especular sobre lo que pedirían Oriol Junqueras y los suyos a cambio de permitir la presidencia de Sánchez y, más tarde, del gobierno de la izquierda española más o menos unida. Pero es muy probable que en una primera instancia, la previa a la investidura, no fuera mucho. Y que no plantearan directamente el reconocimiento de sus principales reivindicaciones, del derecho a decidir. Les bastaría con algún gesto que transmitiera que Pedro Sánchez está dispuesto de verdad al diálogo. Una actitud que parece bastante posible en el futuro, aunque desde hace bastantes meses el presidente no haya dicho una sola palabra al respecto.

Pero mucho más importante que ese eventual guiño, que, además, podría perfectamente no producirse, para Esquerra sería aparecer como el fautor último del nuevo gobierno. Sin perder una pluma habría ocupado el espacio tradicional de Jordi Pujol en la política española, el de socio inevitable, desplazando a Carles Puigdemont y los suyos de cualquier protagonismo y colocándose como interlocutor independentista único para la dura etapa que empezará el día que se conozca la sentencia.

¿Qué hará Pedro Sánchez si Manuel Marchena apoya las tesis de los fiscales? Está claro que una decisión como esa colocaría a la política catalana al borde de la implosión, al menos durante un tiempo. La gobernabilidad de España podría ponerse en cuestión. Sobre todo si también las derechas se ponen en pie de guerra y exigen el 155 y quien sabe cuantas cosas más. Europa miraría con ojos muy preocupados un panorama de ese tipo.

Sánchez no tendría más remedio que tomar iniciativas para evitar que la situación se le fuera de las manos. Tratando de entenderse con el PP y Ciudadanos, lo cual no sería fácil a la vista de que hoy por hoy y al menos en público, otra cosa es lo que puedan decir en privado, los dirigentes de esos dos partidos sólo hablan de mano dura con el independentismo y cabe suponer que verían con satisfacción que el gobierno socialista se viera metido en ese berenjenal. O intentando tender algún puente, obviamente a cambio de algo, con el independentismo, es decir, con Esquerra. Lo cual provocaría el rechazo de muchos, en Cataluña y en el resto de España, incluidos algunos sectores del PSOE.

Sin la abstención de Esquerra, Sánchez tendría más libertad para moverse en ese terreno. Pero tal y como están las cosas y a menos que el PP y/o Ciudadanos cambien de postura, esa abstención es insoslayable para lograr la investidura.

Ahí está el nudo, la razón principal de que las cosas aparezcan hoy bloqueadas. Las negociaciones con Unidas-Podemos deberían progresar, aunque no sin idas y venidas. Si Sánchez acepta que haya ministros de Podemos en el nuevo gobierno y Pablo Iglesias accede a no ser uno de ellos, el escollo más aparente quedaría superado. Y también podrían ponerse de acuerdo sobre el programa, aunque por el momento las diferencias no son pequeñas al respecto. Lo que todo parece indicar es que, a menos que las cosas se salieran de madre, Unidas-Podemos no va a arrostrar los riesgos que supondría provocar una repetición de elecciones.

Andoni Ortúzar ha dicho muy claro que el PNV está por hacer presidente a Sánchez. Compromis y el Partido Regionalista de Cantabria también parecen estar por esa labor. ¿Aceptarán los socialistas ir a por todas y avenirse a la abstención de Esquerra? ¿Provocarán que la investidura se decida en una segunda sesión, que se celebraría en el mes de octubre, es decir, cuando ya se conociera la sentencia? Las respuestas, en las próximas semanas.

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