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Cuándo vais a dejar de tirar las colillas al suelo

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José Luis Gallego

Llego a un instituto para dar una charla sobre medio ambiente y participación ciudadana a los chavales. En la calle me espera el director acompañado de algunos profesores que aprovechan el momento para echar un cigarrillo.

Tras el saludo inicial, hechas las presentaciones y comentado lo mal que está la cosa, llega el momento de dirigirnos al salón de actos. Y es en ese preciso instante cuando sucede algo que no por cotidiano deja de contrariarme cada día más: tras pegarle una última calada al cigarro, el dire tira la colilla al suelo de la calle con el más absoluto desdén, sin mirar siquiera donde cae, y me hace un amable gesto para pasar adentro.

Aquel responsable educativo, que resultó ser un tipo encantador, muy interesado por la evolución de la crisis climática y plenamente convencido sobre la necesidad de incorporar la educación ambiental al currículo escolar, ni tan siquiera había sido consciente de su lamentable gesto. Para él era un hábito adquirido, tan normalizado socialmente que no le prestaba la más mínima atención.

Uno de los contenidos centrales de mi charla de aquella tarde fue el del tremendo impacto ambiental que genera el irresponsable abandono de residuos en el entorno. La basuraleza, la basura que abandonamos en la naturaleza, nos desborda -les explicaba a los chicos. Ya sea en la playa o la montaña, las cunetas de las carreteras o los senderos del parque; resulta imposible dar un paso ahí fuera sin lamentar la presencia de residuos de todo tipo. ¿Y sabéis cual es uno de los residuos más habituales en el entorno? Las colillas de cigarrillo.

Las miradas se centraron en aquel momento en las imágenes que iban apareciendo en la pantalla. Colillas cubriendo la arena de la playa, flotando en la orilla de los ríos, en el agua de los puertos. Y voluntarios llenando cubos, garrafas de agua mineral y bolsas de basura de colillas que los fumadores habían tirado al suelo o clavado en la arena de la playa.

El público desde las butacas iba asintiendo. Pero lo más asombroso fue comprobar cómo el director del centro, el mismo que un momento antes había tirado con total impunidad su colilla al suelo, también asentía a mis comentarios desde la primera fila con evidentes gestos de reprobación.

He recurrido a esta anécdota como podría haberlo hecho a muchas otras. Personas de indudable compromiso con el medio ambiente que no alcanzan o no quieren entender hasta qué punto el simple y automático gesto de tirar una colilla al suelo constituye un acto de irresponsabilidad ambiental de primera magnitud.

Desde este rincón del diario vengo dándoles cuenta del grave problema de la basuraleza, especialmente los plásticos. Pero no solo. Como dice un amigo y compañero de batallas en la defensa del planeta, si una nave extraterrestre aterrizara en cualquier rincón del planeta y se dispusiera a recoger un puñado de muestras diferentes de lo que encontrase ahí fuera para analizarlas, seguramente recogería una colilla tirada al suelo.

Las colillas son el residuo humano más abundante a escala mundial: muy por delante de cualquier otro resto de cualquier otro material: plásticos de todo tipo, envases, bolsas, papeles, toallitas… Nada supera a las colillas. Alrededor de 5 billones (con b de irresponsabilidad) de colillas son abandonadas cada año en el entorno causando una grave contaminación de los suelos, las aguas y los ecosistemas naturales debido a la alta toxicidad de sus restos.

Tras la charla el director y algunos profesores me acompañaron a la puerta para despedirme. Estuvimos hablando de la necesidad de concienciar a las nuevas generaciones para que no causen los daños que nosotros hemos causado al planeta, del serio nivel de amenaza que está adquiriendo la crisis climática y de la necesidad de actuar, todos, ya.

Cuando me disponía a subir al taxi eché una última mirada al grupo y vi que, saliendo ya a la calle, se disponían a encender un cigarrillo. Me pregunté si seguirían tirando la colilla al suelo. Si obedecerían a ese instinto atávico de desprenderse de ella allí donde les pille, sin el menor atisbo de remordimiento, sin ser siquiera conscientes de ello. Un hábito que los fumadores llevan años adquirido y que da origen a uno de los problemas más serios de la gestión de residuos.

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