El virus realmente peligroso es tu racismo
El virus de la xenofobia, en su versión chinófoba, está dando la cara en España. No hace falta irse al Sudeste Asiático para señalar –a raíz de la aparición del coronavirus– cómo se propaga el racismo hacia la comunidad china en países como Filipinas, Tailandia, Indonesia o Vietnam. Es más, poner el foco en la xenofobia de estos países asiáticos sin hacer el ejercicio previo o simultáneo de ver qué está sucediendo en nuestro país es parte de esa 'chinofobia' que campa en España desde hace muchos años y es expresión de nuestro racismo hacia la población asiática o con rasgos asiáticos. Sí, nuestro.
No hay nada más complejo y que levante más resistencias en España que reconocer que somos una sociedad racista. Nos cuesta identificar que lo somos y en qué lo somos. Nos cuesta admitirlo porque al hacerlo estaríamos reconociendo que nos relacionamos de forma prepotente y excluyente, que tratamos distinto a otros cuerpos, otras culturas y otras etnias por nuestra ignorancia y nuestros prejuicios, que nos dejamos llevar por los mitos y estereotipos, muchas veces de manera inconsciente otras no tanto. En todo caso, no por ello menos importante sobre todo si pensamos en quienes los sufren.
Infinidad de comportamientos, decisiones y expresiones están sesgadas por estas creencias erróneas, y reconocerse equivocado exige dejar a un lado el ego y la vanidad. A efectos prácticos, nuestro racismo discrimina, estigmatiza e invisibiliza a las personas racializadas, de otras etnias o culturas. Incluso hay quien en la inconsciencia de su propio racismo (latente) se niega con desprecio a nombrar como racializadas a las personas que así se autosignifican para evidenciar el desequilibrio de poder que representa esta característica en las relaciones sociales y la vida cotidiana.
“No soy racista, pero es un tema de salud que no quiera compartir el ascensor con alguien chino” podría ser, perfectamente, la afirmación o pensamiento que recorra estos días a un importantísimo número de personas de nuestro país. Y eso es, así como taparse la boca cuando se ve a una persona de origen o aspecto asiático, –aunque no guste reconocerlo– racismo manifiesto. España no está exento de ese virus, el de la xenofobia, lleva entre nosotros muchísimos años. Hay infinidad de ejemplos en los que se comprueba cómo las vidas y los cuerpos racializados valen menos en las políticas públicas y en nuestra red de apoyos.
No hace falta irse a Europa para tener ejemplos de cómo también en España, el coronavirus lo que está provocando es que el racismo hacia la comunidad asiática dé la cara. El ejemplo más conocido es el sucedido hace unos días cuando a un grupo de estudiantes chinos no se les dejó entrar en un local de copas en Huelva. Las excusas que pusieron los responsables del local –inaceptables con la legislación en la mano sobre en qué consiste el derecho de admisión– es que aparentaban ser menores de edad o que no llevaban los zapatos adecuados. La realidad fue muy distinta. La decisión se basó únicamente en el prejuicio de creer que por el solo hecho de ser chinos podían contagiar el coronavirus.
El local podría ser clausurado durante un mes porque en nuestro país, aunque sea una gran desconocida, existe una normativa que permite combatir la discriminación por la vía administrativa. Una vía mucho menos punitiva, más efectiva, pero claramente insuficiente si no va de la mano de una inversión en apoyo social y educación. Llama la atención que sea justo en este ámbito, en el que mejor trabajo de aprendizaje y prevención se puede hacer para que nadie sea discriminado ni violentado, donde Vox quiere imponer su ley del silencio y, por tanto, de impunidad para los intolerantes a la diferencia y la diversidad y de sufrimiento a quienes sean señalados como raros o minoría.
La aparición del coronavirus viene a poner en evidencia que en España somos racistas, mucho más allá de lo que nos llegamos a creer. Ahora podemos seguir hablando de Europa y del sudeste asiático como si la discriminación que allí sucede no fuera con nosotros, o tratar de tomarnos en serio la campaña #YoNoSoyUnVirus que también está teniendo lugar en nuestro país. El que en Madrid Fashion Week, Chenta Tsai (también conocido como Putochinomaricón) desfile con la frase: “I’m not a virus” (No soy un virus) escrita en su pecho tiene un trasfondo de denuncia tan potente que pocos medios, más allá de usar su imagen le darán voz. Y cuando lo hagan nos resultará incómodo, porque interpela directamente a una manera de tratar de forma despectiva y prepotente a la comunidad asiática que solo se justifica en sesgos y prejuicios racistas que nos negamos a ver.
La discriminación a la comunidad china y asiática no ha llegado a nuestro país a raíz del coronavirus. Más bien, a partir de este ha dado la cara pues lleva años instalada en la vida cotidiana de muchísima gente de origen o aspecto asiático que aguanta comentarios y clichés humillantes. Fomentar la desinformación sobre el coronavirus es pasar por alto todo esto. Fomentar la alarma social sobre una comunidad sobre la que se depositan tantos prejuicios, más allá de la irresponsabilidad, es fomentar un virus mucho más peligroso que el del coronavirus, es fomentar el racismo. Y esto no es nada anecdótico, si no pregúnteselo a Chenta Tsai.
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