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Los sindicatos italianos y españoles ante las reformas laborales

Lavoro

Angie Gago

El pasado 3 de diciembre el Senado italiano dio su voto de confianza al primer ministro, Matteo Renzi, para seguir adelante con el Jobs Act, una nueva reforma laboral. Dicha reforma pretende cambiar el controvertido Artículo 18 del Estatuto de Trabajadores que hasta ahora protege a los mismos de ser despedidos por motivos injustos. El Jobs Act ha sido una de las bazas que Renzi ha presentado ante los inversores y la Unión Europea para demostrar que se toma en serio la puesta en marcha de reformas estructurales en un momento en el que Italia está en el punto de mira de las instituciones europeas por su déficit presupuestario.

Mientras el exterior aplaude la valentía de Renzi por poner sobre la mesa reformas impopulares, el debate está servido en el interior. Dos de los sindicatos italianos, la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL) y la Unión Italiana del Trabajo (UIL) han convocado una huelga general para el 12 de diciembre a la que no se ha sumado el tercer sindicato italiano, la Confederación Italiana de Sindicatos de Trabajadores (CSIL).

El Jobs Act se enmarca en un proceso de desregularización del mercado laboral que se ha visto acelerado desde que comenzó la crisis económica. En 2009, el Gobierno de Berlusconi firmó un importante acuerdo de negociación colectiva con dos de los sindicatos, la CISL y la UIL. El Acuerdo de 2009 ha marcado un antes y un después en la regulación de la negociación colectiva italiana desmontando los principios en los que se sustentaba el hasta entonces texto de referencia de 1993. Algunos de los cambios introducidos fueron la creación de un nuevo índice para calcular los salarios, la implantación de las “cláusulas abiertas” y una nueva reorganización de la negociación colectiva que debilitaría el frente sindical, según la CGIL, la cual se opuso al acuerdo y convocó una huelga contra el mismo.

El Gobierno de Monti también puso en marcha en 2012 un proceso de diálogo con los sindicatos para implementar una nueva reforma laboral, la denominada Reforma Fornero. Ya entonces uno de los motivos de desacuerdo de los sindicatos giro también en torno al Artículo 18 y al mismo estilo de negociación impuesto por el Gobierno que relegó el papel de los sindicatos a meros espectadores pero sin capacidad de intervenir en el diseño de la reforma. Finalmente, la CSIL y la UIL dieron su apoyo a la reforma y la CGIL volvió a oponerse.

El Jobs Act de Renzi pretende dar una nueva vuelta de tuerca al Artículo 18 para implementar las medidas que quedaron diluidas en la reforma de Monti. Y también pretende dar una nueva vuelta de tuerca en lo referente al estilo de toma de decisiones del Gobierno ya que esta vez Renzi ha ignorado directamente a los sindicatos y los ha situado como parte del problema (mercado laboral rígido) y no de la solución (más flexibilidad).

En esto último, ser ignorados por el Gobierno, también tienen experiencia los sindicatos españoles. Las dos grandes reformas laborales aprobadas durante la crisis en España, la del PSOE en 2010 y la del PP en 2012, fueron implementadas de manera unilateral y contra ellas se opusieron los dos sindicatos mayoritarios españoles convocando dos huelgas generales. Ambas reformas se enmarcan también, al igual que las italianas, en un proceso de progresiva flexibilización del mercado laboral e incluyen medidas encaminadas a facilitar el despido y a descentralizar la negociación colectiva.

Durante la crisis podemos apreciar una tendencia común en el estilo de toma de decisiones de los Gobiernos en ambos países. Los procesos de toma de decisiones de las reformas laborales italianas y españolas difieren bastante de lo ocurrido en los años 90 en los que hubo una emergencia de pactos sociales en ambos países para decidir sobre estas y otras cuestiones. Por el contrario, en los últimos años ha habido un aumento del unilateralismo que ha estado propiciado principalmente por dos factores. Uno, la influencia de la presión externa para implementar las reformas. Y, dos, la percepción de que los sindicatos ya no tienen poder de veto para paralizar los cambios.

Por su parte, los sindicatos han desarrollado estrategias diferentes en ambos países. La diferencia fundamental entre las organizaciones sindicales españolas e italianas es que mientras que las primeras han desarrollado una estrategia basada en la unidad de acción desde hace décadas, las segundas cuentan con una trayectoria de división sindical. La competencia entre la CGIL, la CSIL y la UIL ha estado vigente desde que en 1984 se desmoronara el gran acuerdo al que llegaron las centrales italianas en el “Otoño caliente” en 1969. Desde entonces, aunque han llegado en ocasiones a acuerdos específicos, lo que ha predominado ha sido la división sindical.

Dos factores fundamentales contribuyen a explicar esta diferencia. Primero, las herencias de las relaciones entre los partidos políticos y los sindicatos. Y, segundo, el diseño institucional de las relaciones industriales.

En España, los lazos originales entre el Partido Comunista (PC) y CCOO desaparecieron hace unas décadas. Tras el giro del PC hacia el ‘Eurocomunismo’ se produjo una disolución de los objetivos revolucionarios del partido. La desaparición de la idea de lucha de clases acabó afectando también a CCOO que pasó de ser un sindicato combativo a un sindicato que prioriza el diálogo social. Respecto a las relaciones entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la UGT, estas se rompieron oficialmente a mediados de los 80 cuando la UGT se opuso a los planes de reestructuración industrial del PSOE pero esto no supuso un cambio en la ideología del sindicato. Estos procesos han dado lugar a una convergencia ideológica entre los dos sindicatos basada en el reformismo socialdemócrata que ha facilitado la estrategia de unidad de acción entre ellos.

Este proceso de “social democratización” sindical también se ha podido observar en Italia pero con una serie de pautas y ritmos diferentes. Aunque los lazos formales entre sindicatos y partidos políticos, la CGIL con los partidos comunistas y socialistas, la UIL con los partidos reformistas y la CISL con el partido demócrata cristiano, desaparecieron después de los cambios políticos de los noventa, las referencias culturales han seguido siendo importantes y se han visto reforzadas por la necesidad de subrayar su identidad diferente debido a sus relaciones competitivas. Es lo que Martín Artiles denomina la “ideología adversarial” que ha propiciado que las diferencias ideológicas y culturales hayan tenido efectos más duraderos en Italia que en España.

Pero las diferencias culturales originarias no han provocado la unidad o la división por sí solas. El segundo factor, las instituciones de los sistemas de relaciones industriales, también han contribuido a ello. En España, la existencia de reglas claras de representación en los comités de empresa y de número de afiliados similares ha facilitado la falta de competencia entre CCOO y UGT. Además, ambos sindicatos han conseguido una representación institucional que excede a su número de afiliados gracias a las cláusulas de extensión de los acuerdos de la negociación colectiva. Todo esto ha dado lugar al desarrollo de una identidad más preocupada por su representación institucional a través del uso de la concertación que por la movilización para conseguir más afiliados.

Por el contrario, en Italia, la inexistencia de reglas claras de representación en los comités de empresa ha reforzado el carácter competitivo de las relaciones sindicales y las diferencias identitarias de los sindicatos. En este sentido, la CGIL ha desarrollado una identidad militante, que prioriza la confrontación política sobre el diálogo social, mientras que la CISL y UIL han desarrollado identidades basadas en el uso de la concertación y el diálogo.

Durante la crisis, en España se ha mantenido la unidad de acción mientras que en Italia la división sindical ha sido la constante. La CSIL y la UIL han participado en los procesos de concertación siempre que han sido facilitados por el Gobierno y han firmado todos los acuerdos mientras que la CGIL se ha opuesto a los mismos. Por otra parte, aunque CCOO y UGT han convocado dos huelgas generales frente a las reformas laborales, éstas han sido interpretadas no como una estrategia de movilización de los trabajadores sino de interpelación a los Gobiernos para llegar a acuerdos dentro de un marco corporatista.

Como conclusión, podríamos decir que las estrategias sindicales en Italia y España frente a las reformas laborales vendrían a confirmar la tesis apuntada por Richard Hyman sobre la alta resiliencia de las identidades de los sindicatos ante momentos de cambio.

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