Cinco apuntes sobre los acuerdos de Minsk
Europa se despertó ayer con la noticia del acuerdo para la resolución del conflicto en el este de Ucrania. Pese a tratarse de un documento algo más extenso y detallado que el acordado en septiembre -pasando de 1,5 a 4 páginas- existe un escepticismo bastante generalizado en relación a las posibilidades reales de que pueda ser implementado con garantías por las distintas partes. Los 13 puntos de los que se compone suponen un documento de mínimos que incluye, entre diversos aspectos, un alto el fuego y una base para seguir negociando el futuro estatus político de la región del Donbass en relación con Ucrania, siempre y cuando se logren implementar las medidas previstas para la pacificación del conflicto. A continuación se presentan una serie de aspectos presentes -y ausentes- en el documento considerados sensibles y que pueden determinar el éxito o fracaso del proceso.
Alto el fuego. En vigor a partir del domingo día 15 a las 00:01h, el hecho de que el inicio de su implementación haya sido retrasado hasta tres días después de la firma del acuerdo se puede interpretar como una estrategia para intentar avanzar posiciones en el frente hasta el último minuto por parte de unos y otros. Los hechos parecen confirmar esta hipótesis, y de momento los combates y bombardeos han continuado hasta el momento, con especial incidencia en las zonas de Debaltsevo, Mariupol y Lugansk. Dada esta situación de continuación de las operaciones bélicas, las primeras horas a partir de la entrada en vigor del alto el fuego pueden ser clave.
Retirada de sistemas de artillería pesados. Se trata de una medida ya incluida en Minsk I (Septiembre 2014) y que fracasó en su momento. En esta ocasión se ha ampliado la zona que ha de quedar libre de armamento pesado -entre 50km y 140km des del frente en función del tipo de armas- una retirada que tiene que llevarse a cabo durante las dos primeras semanas posteriores al inicio del alto el fuego. El mayor problema que se presenta es la diferenciación en las líneas de delimitación -aplicándose para los rebeldes la línea del 19 de setiembre y para las fuerzas gubernamentales la actual- lo que puede llevar a múltiples interpretaciones respecto al alcance territorial de la medida y en última instancia bloquear su aplicación.
Monitorización de la OSCE con el apoyo del Grupo de Contacto Trilateral (Ucrania/Rusia/OSCE). El acuerdo preve la monitorización y verificación del alto el fuego y del proceso de desarme por parte de la OSCE y del Grupo de Contacto. Consierando el escaso éxito que tuvo la OSCE en implementar las medidas de desarme acordadas en Minsk I, las posibilidades de que el proceso se logre completar y mantener en el tiempo son bastante escasas, más aún teniendo en cuenta que no se han previsto medidas adicionales y que la estructura de apoyo es no neutral y está formada por representantes de las propias partes en conflicto.
Control de la frontera Rusia-Ucrania. Según los puntos 9 y 11 del acuerdo, las autoridades ucranianas recuperarán a finales de 2015 el control de la parte de la frontera con Rusia situada en territorio controlado por los rebeldes. Esto se producirá siempre y cuando se cumplan una serie de condiciones como son la celebración de elecciones locales en esa región y una reforma constitucional en Ucrania que incluya una descentralización regional parcial, otorgando un estatus especial a Lugansk y Donetsk. El control de la frontera es un factor clave, ya que es por allí por donde se produce el suministro de armamento a los rebeldes, sin el cual difícilmente podrían haber resistido en primera instancia y realizado posteriormente sus distintas ofensivas militares. Por ello, estos puntos pueden considerarse como un as en la manga que tanto Rusia como los rebeldes se reservan para reactivar las hostilidades en caso de que las autoridades ucranianas no cumplan con su parte del acuerdo.
Ausencia de fuerzas de interposición. Del mismo modo que ya sucedió en Minsk I, el acuerdo se caracteriza por no prever el despliegue de un contingente de paz internacional. Kiev se opone rotundamente a la posibilidad de incluir esta medida, al considerar que de algún modo supondría un reconocimiento de facto de la independencia de las regiones separatistas e incrementaría las posibilidades de congelación del conflicto, como sucede en Transnistria. La presencia de fuerzas de interposición probablemente aumentaría las posibilidades de éxito del alto el fuego, y su ausencia hace que la importancia que pueda jugar la buena voluntad de los respectivos actores sea todavía mayor.
Más allá de los elementos mencionados, el documento es vago e impreciso en muchas de las medidas que incluye. Los puntos que hacen referencia a la liberación de prisioneros y rehenes no especifica términos y plazos, y lo mismo sucede con la retirada de combatientes extranjeros, el alcance de la amnistía, la extensión de los territorios que quedarían incluidos dentro de las zonas con estatus especial, etc. Tampoco se concreta a quien afecta el desarme de “grupos ilegales”.
El acuerdo ni mucho menos satisface completamente a ninguna de las partes -entre las que sigue existiendo un alto grado de desconfianza y hostilidad- lo que incrementa las posibilidades de que unos u otros se sienten tentados a volver a utilizar la fuerza para intentar mejorar sus posiciones a medio plazo. El equilibrio de fuerzas militares existente en el terreno podría favorecer esta opción. Por último, el papel que puedan jugar las posibles clausulas secretas que se hayan acordado -y que en el caso de Minsk I ya fueron un factor desestabilizador del alto el fuego, sobre todo en relación al control sobre el aeropuerto de Donetsk- suponen un riesgo añadido a la ya de por si frágil salida que plantea el acuerdo, el cual difícilmente pueda ser llevado a la práctica en su totalidad.