Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.
Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.
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La guerra de Putin (contra los derechos humanos)
Tratar de entender una guerra siempre es complejo. En la de Ucrania, tras los primeros días de incredulidad, se suceden los análisis para responder la pregunta del millón, ¿cómo hemos llegado hasta aquí y cómo vamos a salir? Pasará tiempo hasta que se puedan encajar todas las piezas del puzzle. De momento sólo es posible ofrecer algunas claves de interpretación; una de ellas pasa por comprender el absoluto desprecio de Vladimir Putin por los derechos humanos allá donde alcanza su influencia.
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En Rusia: cómo aplastar cualquier crítica
La población civil rusa es la otra gran víctima del conflicto. Las personas detenidas en Rusia desde que empezó la invasión de Ucrania se cuentan por miles. Son muchas las que han tratado de manifestar su oposición a Putin y de expresar su solidaridad con el pueblo ucraniano, pero una y otra vez se topan con la represión como única respuesta.
Desde la última vez que Putin volvió a la Presidencia rusa hace una década, se ha edificado un armazón legal cuyo objetivo único es silenciar cualquier signo de disidencia. A base de multas o de cárcel, el objetivo es asfixiar a la sociedad civil. En aplicación de esa retahíla de leyes draconianas, valientes activistas, hombres y mujeres, se pudren en las colonias penitenciarias a miles de kilómetros de distancia de sus casas. Y las ONG, una tras otra, algunas tan respetadas como Memorial, son clausuradas bajo acusaciones absurdas de ser “agentes extranjeros”. Intentar hacer oposición política llevó a Alexei Navalny al borde de la muerte tras un intento de envenenamiento y después a la cárcel; su círculo está asfixiado.
Defender el medio ambiente es perseguido, dibujar el cuerpo desnudo de la mujer es perseguido, reclamar más recursos para los hospitales durante el Covid es perseguido... todo lo que cuestione mínimamente las políticas de Putin es perseguido. Tratar de exponer públicamente los abusos cometidos en el presente o en el pasado no sólo es castigado, sino que puede acarrear amenazas de muerte, como le ocurre a la periosta Elena Milashina en Chechenia, o directamente la muerte, como fueron los casos de la periodista Anna Politkovskaya y de la defensora Natalia Estemirova.
Si en la Chechenia de Ramzan Kadirov se siguen cometiendo atroces violaciones de derechos humanos es porque Putin lo permite.
En Ucrania: el preludio
Las poblaciones de Crimea y del Dombás, que quedaron bajo control ruso en 2014-2015, ya han experimentado las mismas violaciones de derechos humanos que en Rusia. Los medios de comunicación y algunos colectivos minoritarios, como la población tártara y las minorías religiosas de Crimea, sufren a diario las políticas de Putin: uso generalizado de registros domiciliarios invasivos, interrogatorios no oficiales, intimidación, juicios por espurios cargos de “terrorismo” que acaban con severas condenas de prisión.
Los crímenes de guerra cometidos por ambas partes durante el conflicto en la región de Dombás siguen sin esclarecerse. A lo largo de estos años, los territorios del este de Ucrania controlados por los separatistas rusos cada vez han sido más inaccesibles para los actores humanitarios y de la sociedad civil. Allí la represión de la disidencia incluye interrogatorios, torturas y otros malos tratos, así como el encarcelamiento en condiciones inhumanas. La información independiente procedente de estos territorios cada vez es más escasa.
En el exterior: la tragedia siria
Si Siria sigue en guerra después de 11 años -el aniversario se cumple el 15 de marzo- es en gran parte gracias al apoyo incondicional de Putin al presidente sirio. Si decenas de miles de personas continúan desaparecidas en atroces centros de detención de Siria es porque Bachar al-Assad no ha sentido la presión de su mayor aliado para que termine con su tormento y con el de sus familiares. Sin duda Rusia ha sido actor fundamental en el conflicto de Siria. A Putin nos hemos dirigido una y otra vez en todos estos años con el único propósito de llegar a saber si miles y miles de personas detenidas (estudiantes, opositores, periodistas, activistas....) estaban vivas o muertas. Pero ni siquiera ese alivio les han concedido a las familias.
Es más, el desprecio de Putin hacia los derechos humanos de la población siria le llevó a autorizar ataques aéreos de las fuerzas aéreas rusas contra instalaciones médicas y escuelas entre mayo de 2019 y febrero de 2020, que podrían constituir crímenes de guerra.
Frente a tanto desprecio por los derechos humanos y a pesar de sus denodados esfuerzos por aplastarlas, siguen elevándose miles de voces de activistas en Rusia, en Ucrania, en Siria... Su coraje merece nuestra solidaridad y el apoyo decidido de la comunidad internacional consciente, ahora sí, de lo que es capaz Vladimir Putin.
La huida de más de dos millones de personas refugiadas procedentes de Ucrania merece también una respuesta coordinada, eficaz, digna por parte de la Unión Europea. Mejor, en cualquier caso, de la que dio a la población refugiada siria o a otras personas que llegan a sus fronteras en busca de protección que llaman a sus puertas desde diferentes fronteras.
Sobre este blog
Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.
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