‘Regidores Perpetuos’ y revolución en miniatura, La Palma en tiempos de Carlos III

Plaza de España y Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma
30 de diciembre de 2024 10:32 h

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El marco ilustrado y la posición de la Isla

A finales del siglo XVIII, los cimientos del Antiguo Régimen empezaban a tambalearse bajo la influencia de las ideas ilustradas. Pensadores como Montesquieu, Rousseau y Voltaire cuestionaban la autoridad hereditaria y defendían principios de libertad e igualdad. En España, Carlos III introdujo reformas que perseguían la racionalización de la administración y el recorte de privilegios aristocráticos. Aunque estos planes eran más moderados que los de algunos teóricos franceses, abrieron vías para experimentar con cambios que chocaban de frente con el orden tradicional.

La isla de La Palma, ubicada en el extremo occidental del Archipiélago canario, vivía de espaldas a la Península en términos de comunicación, pero su puerto en Santa Cruz de La Palma la conectaba con la ruta atlántica. Numerosos barcos de vela recalaban allí para aprovisionarse de agua y víveres, o para efectuar reparaciones en sus mástiles y cascos. Esta afluencia de marineros y viajeros propiciaba un intercambio de mercancías, culturas e incluso textos políticos que llegaban desde puertos europeos y americanos. En un lugar pequeño y aislado, esta actividad generaba un dinamismo económico que se reflejaba en la creación de astilleros y en la contratación de carpinteros de ribera, muchos de ellos procedentes del norte peninsular.

La hegemonía de los ‘Regidores Perpetuos’

Desde la conquista de la Isla, el poder local estuvo concentrado en manos de familias descendientes de los primeros señores feudales, cuyos títulos y privilegios pasaban de generación en generación. Estos Regidores Perpetuos controlaban la fiscalidad y las decisiones más relevantes sin necesidad de someterse a procesos electorales. Para gran parte de la población, ese régimen hereditario representaba una barrera insalvable: quienes no pertenecían a la nobleza no tenían la menor posibilidad de influir en la política municipal.

La llegada de las Leyes de Nueva Planta durante el reinado de Carlos III abrió la puerta a modificar esta estructura inmóvil. Con estas disposiciones, se intentaba unificar normativas y aplicar principios de centralización que limitaban el papel de la nobleza en distintas partes del Reino. En la Península, tuvo consecuencias muy notorias en territorios como la Corona de Aragón, pero en Canarias se aplicó de forma progresiva y con un matiz experimental, ya que la Isla representaba un escenario alejado de los principales centros de poder peninsulares.

Una ‘elección’ muy restringida

Ante la perspectiva de acabar con los cargos hereditarios, un grupo de personajes influyentes percibió la ocasión de empoderar a la burguesía local, en crecimiento gracias al comercio marítimo. Dos nombres resaltaron en esta iniciativa:

  • Dionisio O’Daly: Comerciante irlandés que había emigrado a Canarias tras sufrir presiones políticas en su tierra natal. Se hizo rico mediante actividades mercantiles, adquirió buenas relaciones internacionales y se asentó en Santa Cruz de La Palma.
  • Anselmo Pérez de Brito: Abogado prestigioso, versado en la normativa castellana, que supo interpretar las directrices reformistas de forma que resultaran ventajosas para el nuevo sector comercial.

Con el beneplácito de la Corona, impulsaron una votación destinada a componer un Cabildo renovado. El espíritu ilustrado revestía el proceso de un aura modernizadora, pero la realidad era poco progresista. Solo se reconocía el sufragio a varones mayores de 25 años con suficientes rentas para pagar impuestos, y la inscripción femenina no se contemplaba. En una isla que no llegaba a los 20.000 habitantes, los electores se reducían drásticamente al imponerse ese filtro de riqueza. Posiblemente no superaban dos o tres centenares, lo que convertía el nuevo sistema en un sufragio eminentemente elitista. Además, los vecinos con derecho a voto se reunieron para designar a los 24 electores que habrías de elegir a los regidores bienales.

Cambios y resistencias

La victoria temporal de esta burguesía local desplazó a los Regidores Perpetuos, creando así un hito en la historia insular. Muchos contemporáneos vieron en ello una apertura que podría anticipar un futuro más igualitario. Se hablaba incluso de la posibilidad de que La Palma mostrara el camino para modernizar la política municipal en otros lugares. Sin embargo, los antiguos linajes no se quedaron de brazos cruzados. Conservaban lazos con altas instancias peninsulares y la Iglesia, y utilizaron sus recursos para influir en el nuevo sistema de elección.

Una vez desaparecido el carácter vitalicio de los puestos, las familias nobles maniobraron para mantener sus intereses. Algunas se presentaron como candidatas a los cargos, otras compraron voluntades y, con el tiempo, volvieron a acaparar parcelas de poder. En La Palma, ese cambio aparente consistió en la sustitución de la herencia pura por un procedimiento electoral restringido, que terminó integrando de nuevo a ciertas familias de poder.

El papel del puerto de Santa Cruz

Hasta finales del siglo XVIII, el flujo de buques a vela dio a la capital palmera una relevancia económica notable. La madera de los bosques insulares era codiciada para construir y reparar mástiles, y el agua potable resultaba esencial en las largas travesías. Las exportaciones de vinos y otros productos agrícolas generaban riqueza. La ciudad se beneficiaba de la llegada de productos foráneos y del gasto de las tripulaciones. Paralelamente, se producían intercambios culturales que sirvieron para que las ideas ilustradas calaran en ciertos segmentos de la sociedad. Comerciantes, y la incipiente burguesía absorbían esas nociones sobre la organización del poder y las libertades civiles, y se sumaban a la iniciativa de reformar el Cabildo para poner fin a los anacronismos del régimen hereditario.

Alcance real del experimento

El entusiasmo por esta “revolución en miniatura” fue moderado en el resto del Archipiélago y prácticamente inexistente en Europa. Mientras en las principales cortes continentales se debatía sobre la Ilustración y en Francia se gestaban las semillas de la Revolución de 1789, la transformación palmera pasó inadvertida para la mayoría de observadores. Para la Corona, era un test de bajo riesgo, ya que cualquier fracaso quedaba confinado en un entorno insular de proporciones limitadas.

Aunque la supresión de los Regidores Perpetuos fue novedosa en el contexto canario, su efecto real sobre la población fue escaso. Gran parte de los habitantes continuó marginada de la toma de decisiones, y el poder acabó concentrándose en grupos con cierta solvencia económica. Nadie cuestionaba la subordinación de la Isla a la Monarquía, ni existían planes de soberanía popular que abarcasen a las clases humildes.

Regreso de la antigua élite y nuevos retos

La euforia inicial no duró demasiado. A medida que las olas revolucionarias se desataban en otros puntos del globo, la nobleza local se insertaba de nuevo en el Cabildo. Aprendió a convivir con una fiscalidad más uniforme y se adaptó a un escenario legal que, en teoría, la debilitaba. Pero el verdadero problema surgió más tarde, cuando el puerto de Santa Cruz de La Palma dejó de ser un lugar de paso imprescindible para las rutas trasatlánticas. El surgimiento de los barcos de vapor redujo las escalas, y los grandes navíos ya no precisaban abastecerse tanto de madera ni de agua, lo cual asestó un golpe mortal a la actividad económica de la Isla.

Declive de la navegación a vela y consecuencias

El cambio tecnológico ligado al uso del vapor no solo redujo el tráfico marítimo, sino que también mermó la relevancia geoestratégica palmera. Los astilleros perdieron clientela y muchos trabajadores emigraron. Los comerciantes que habían prosperado con las reparaciones navales se enfrentaron a una recesión. La pequeña burguesía local, desprovista de sus anteriores ingresos, carecía de fuerza para impulsar cambios duraderos. Un Cabildo sin un músculo económico consolidado no tenía margen para proponer reformas profundas.

El contexto global y la comparación con Europa

Mientras tanto, Europa se transformaba: la Revolución Francesa derribó el poder feudal, Estados Unidos asentó un modelo constitucional y, con el tiempo, distintas potencias europeas conocieron reformas liberales y crisis monárquicas. La Palma quedaba en un remoto segundo plano en medio de esta ola que alteraría la faz del continente. Su esfuerzo por apartar a los Regidores Perpetuos tuvo escasa resonancia fuera de las islas, y las futuras convulsiones políticas de la Península, incluyendo la invasión napoleónica o las luchas entre absolutistas y liberales, relegaron aún más cualquier referencia al suceso palmero.

Un hito insular con limitaciones

Aunque aquello no pasó de ser un capítulo menor, su interés radica en la osadía de un grupo de reformistas por sacudir las bases del Antiguo Régimen en beneficio propio. El ensayismo histórico local ha insistido en que, para la tradición política canaria, supuso un precedente: una primicia de cierto modelo electoral en un mundo dominado por la transmisión hereditaria del poder. Pese a sus restricciones, mostró la permeabilidad de las Islas Canarias a las corrientes ideológicas del siglo XVIII.

Lampedusa y la metáfora de la aparente renovación

Al revisar este proceso insular, resulta inevitable recordar las palabras de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo, obra que transcurre casi un siglo después pero que ofrece una enseñanza aplicable a muchos episodios históricos: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. A veces, el cambio sirve para maquillar la continuidad de quienes ya ostentaban el mando. La Palma vio un movimiento que pareció modernizador, pero terminó encajando en la estructura social preexistente. Al cabo de unos años, los herederos de los antiguos regidores se reincorporaron a cargos de elección restringida, y la mayor parte de la Isla quedó al margen de la toma de decisiones.

Conclusión: un suceso notable, pero sin ecos en la gran historia

La abolición de los Regidores Perpetuos significó una sacudida política en La Palma y reveló que las aspiraciones reformistas no se limitaban a las grandes capitales. Un grupo de comerciantes y juristas demostró que era posible desalojar, siquiera temporalmente, a la nobleza hereditaria. Sin embargo, el reducido número de electores y la supervivencia de los privilegios familiares impidieron que la transformación trascendiera. Al mismo tiempo, el éxito los barcos de vapor desmanteló el florecimiento vinculado a la navegación a vela, y la economía de la Isla se sumió en la decadencia.

Ni la Corona ni el resto de España le dieron continuidad a este ensayo insular. El mundo se encaminaba a convulsiones de enorme calado: la Revolución Francesa, la consolidación de Estados Unidos y las guerras napoleónicas eclipsaron cualquier atisbo de relevancia que hubiera tenido el experimento palmero. Aun así, la historia de La Palma conserva el recuerdo de un acontecimiento que, por un breve lapso, adelantó elementos ilustrados. Fue un episodio pionero y significativo en la periferia de la Monarquía, un indicio de que la Ilustración había encontrado terreno fértil más allá de los círculos cortesanos. Pese a quedar reducido a un plano secundario, testimonia cómo, incluso en el confín de las islas, se discutieron las ideas reformistas que acabarían trastocándolo casi todo en el panorama europeo.

Al final, fue un hecho notable en una isla lejana, pero no generó repercusión en los sucesos que transformarían las calles de París o las de otras grandes urbes. Con el tiempo, el poder local regresó a manos de la antigua aristocracia, que descubrió cómo coexistir con el mecanismo electoral restringido. Algo cambió para que todo siguiera casi igual. Sin embargo, esa pequeña gesta política queda como testimonio de la influencia que ejercieron los vientos reformistas hasta en los lugares más recónditos del territorio español, anticipando las tensiones y debates que sacudirían el mundo de entonces.

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