Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

José Luis Gómez, el carácter germánico de Andalucía

José Luis Gómez, el carácter germánico de Andalucía

Amalia Bulnes

A Andalucía se la guardaba en el corazón y en la maleta. Eran los años duros de la emigración andaluza y José Luis Gómez, un niño de la Huelva postbritánica, azotado por la ausencia de perspectivas, se marcha a París a trabajar de camarero con la vocación teatral escondida en un bolsillo y poco más de cien duros en el otro. No sabemos si viajaba con el convencimiento -al menos con la intuición- de que volvería para salvarnos, a muchos, de la pobreza cultural, de la inanidad intelectual, en la que aún estábamos sumidos por aquella década de los 60, donde la modernidad estaba sólo, y pobremente, asociada al desarrollismo, ese primer boom del ladrillo, del turismo de sol y playa que nos alejaba, aún más si cabe, de las corrientes culturales que demostraban que Europa tenía ya todas sus puertas abiertas.

Aún era pronto para saber que José Luis Gómez habría de volver para abrirnos fronteras e introducir nuestros escasos bagajes teatrales en la vanguardia europea más renovadora y audaz que ha dado la historia del teatro. Y es que, del París de terrazas y barras de bar salta el joven Gómez a Alemania, donde, además de continuar con su formación en la hostelería, cristaliza lo que se había venido fraguando como algo irremediable: decide ingresar en el Instituto de Arte Dramático de Westfalia, aprende alemán en tiempo récord y acaba por adueñarse de los secretos de la alocución teatral germana.

Podría parecer que el hoy director -y fundador- del Teatro de la Abadía -el mejor laboratorio de investigación escénica del país- es un ejemplo de esos andaluces brillantes a los que les tocó vivir el florecimiento de Andalucía en la distancia. Pero José Luis Gómez regresa justo a principios de la década de los 70. Su encuentro con Grotowski en Polonia precipita su vuelta a España. Se instala en Madrid, desde donde observaría a los andaluces “volver a ser lo que fuimos” en medio de una intensa actividad teatral como productor, director y actor en montajes de adaptaciones de Kafka, Handke y, por supuesto, de Bertolt Brecht. No habíamos visto nada igual.

En Andalucía aún sonaban los ecos amanerados y folcloristas de los Álvarez Quintero, la hipérbole de la pandereta parecía dominar los escenarios pero, sin embargo, como un movimiento subterráneo que acabará por mover todas las placas tectónicas de nuestra cultura, comienza a vibrar toda una corriente escénica de manos de compañías como La Cuadra en Sevilla o La Zaranda, en Jerez de la Frontera, que José Luis Gómez vislumbrara con orgullo desde la capital de España.

El regreso de Gómez a la escena española “revistió carácter de auténtico acontecimiento. Él habría de reformar, desde la dirección y la interpretación, las herramientas y utillaje de nuestra carpintería teatral, acosada por la censura y por una lacerante ausencia de cosmopolitismo”. Son palabras de Juan Luis Cebrián, director entonces del diario El País, un periódico que simbolizaba en aquellos años el espíritu progresista y comprometido con las libertades de la Transición. España ya podía mirar sin complejos a Francia, podía querer ser Alemania. Podíamos ir al teatro y ver El irresistible ascenso de Arturo Iu, de Bertolt Brecht (que interpretara Gómez en 1975), o La historia del soldado Woyzeck, de Georg Büchner. José Luis Gómez era ya un andaluz con el arrojo y la autoestima de un germano. Un intelectual necesario, un hombre del Sur forjado con el carácter recio del Norte, aspirando a todo. Bella metáfora de lo que la propia Andalucía fue en aquellos años.

Historia de un desafío

También en esos años, premonitoriamente o al menos de una manera cuasi provindencial -era 1975, el año en que todo acababa y todo estaba por comenzar- José Luis Gómez se mete en la piel de un execrable Pascual Duarte en lo que aún hoy es una de las mejores interpretaciones masculinas del cine español. La película logra entrar en la sección oficial del Festival de Cine de Cannes del año siguiente y el onubense se hace con el Premio al Mejor Actor, estrenando así el palmarés español de esta cita de máximo interés internacional.

Sin embargo, y a pesar de haber trabajado con cineastas como Armiñán, Bollaín, Chávarri, Gutiérrez Aragón, De la Iglesia, Pilar Miró, Saura, Gonzalo Suárez y Pedro Almodóvar -por citar sólo algunos-, el hábitat natural de este animal escénico es el teatro. De hecho, no hay definición más hermosa que la que el propio José Luis Gómez haya utilizado en público en más de una ocasión para hablar de este hecho cultural: “el placer inteligente”. Sí señor, eso es un resumen certero, una síntesis elocuente de lo que es y debe ser el teatro.

José Luis Gómez fue Medalla de Andalucía en 1998, coincidiendo con Carmen Laffón y Joaquín Sabina. La palabra, la imagen, la música. En definitiva, el progreso y la cultura. Andalucía dentro y fuera de sus propias fronteras, andaluces que ya eran nuestra bandera aquel 4 de diciembre de 1977, cuando una multitudinaria manifestación forzó un giro de rumbo en la historia andaluza, hasta conducirla al referéndum del 28F de 1980 y, finalmente, alcanzar el Estatuto de Autonomía del 81. Aquel trascendental 4-D, los andaluces desafiaron al agonizado régimen franquista lanzándose a la calle exigiendo el autogobierno.

También es la historia de un desafío la de José Luis Gómez: un desafío a la ceguera intelectual, a la cortedad de miras en la cultura, a la defensa a dentelladas de la identidad europea, plural, osada pero no descabellada, que debía airear el apolillado ambiente español, cerrado al mundo en los últimos 40 años. Ese trabajo incesante, desde despachos públicos -donde nunca halló su sitio- pero, sobre todo, desde el escenario, encuentra su clímax, en 2011, cuando ingresa como Académico de la Lengua en la RAE. Todo un hito para un creador que no tiene obra escrita.

Ahora mismo, José Luis Gómez se debate como actor entre Unamuno y La Celestina, el personaje de Fernando de Rojas que tanto se parece al alma de España. Y ocupa el asiento Z, como si quisiera enfatizar su alma de andaluZ.

Sobre este blog

El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

Etiquetas
stats