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Escuela rural: mantener colegios para evitar kilómetros

Alumnos del colegio Aderán 1 celebrán el Día de la Paz. FOTO CEDIDA POR EL CENTRO

Ángeles Huertas

Alumnos de 6 años jugando con adolescentes. Esta es alguna de las estampas que se pueden ver en las 442 escuelas rurales andaluzas donde cada curso aprenden algo más de 14.000 alumnos. Esta enseñanza, que supone para muchos profesores su primer destino, es la definición perfecta de igualdad educativa porque ahorra kilómetros de carretera a los más pequeños de la casa. La Junta de Andalucía ha prometido que seguirá apostando por las escuelas rurales, en un contexto en el que otras comunidades autónomas están recortando en esta partida: es el caso de Castilla y León que ha cerrado centros y aulas educativas, y otras comunidades como Valencia le siguen el paso.

Celso Fernández, director general de Participación y Equidad de la Junta, se pregunta “¿qué es más rentable, rutas escolares o mantener un centro? La respuesta, dice, ni tan siquiera está en la mente de los políticos andaluces porque ”hablamos de rentabilidad educativa y no económica“.

Antonio Manzano llegó a Cabezas Rubias (Huelva) hace 16 años. “Fue mi primer destino fijo como profesor”, explica. Desde entonces no se ha movido. Ahora es el jefe de estudios del Colegio Público Rural Aderán 1, que cuenta con otras dos escuelas rurales ligadas a este centro y situadas en Villanueva de las Cruces y Monte San Benito. Los tres núcleos raspan los 1.500 habitantes. “Mi mujer también trabaja aquí y, después de tener a nuestro hijo, decidimos que la calidad de vida que ofrece un pueblo no la tiene una ciudad”, relata.

Esta elección fue para Antonio un acierto. Aunque los 19 profesores de este centro están todo el día viajando entre las tres sedes, “aquí somos una gran familia”. Para alguien de ciudad, acostumbrado a colegios e institutos convencionales, es difícil imaginar un centro dividido en tres edificios separados entre sí, aproximadamente, por 20 kilómetros. Los profesores aprovechan el recreo para cambiar de alumnos, de clase, de edificio y de pueblo. Más aún: visualizar un aula con niños con edades diferentes. Aderán 1 cuenta con 90 alumnos entre 4 y 14 años (desde Infantil hasta 2º de la ESO).

Esta mezcla, para el jefe de estudios, favorece las relaciones sociales. “En ningún centro de una ciudad ves a un niño de 6 años jugando al fútbol con otro de 10, porque cada uno va a su historia, y aquí se necesitan y se relacionan”. “Esto es enriquecedor y positivo”, apostilla Manzano. Otro dato: la ratio de alumnos por clase es de 7 u 8 estudiantes. La relación entre profesor y alumno es personal. La problemática de las grandes ciudades no está presente en estos colegios en los que el maestro conoce a la perfección el árbol genealógico de cada alumno.

Vocación educativa

Vocación educativaEl director del Colegio Monte Chullo de Huéneja (Granada) se llama Sebastián Donato. Lleva en este centro desde 1978. “Por vocación”, explica. Hace tres años que pudo dejar las aulas, pero afirma tener “una profesión fantástica y unos compañeros excelentes”. El responsable de este colegio público rural es capaz de recitar a la perfección hasta los tatarabuelos de algunos de sus alumnos. En este caso, los cuatro núcleos de población: Huéneja (con su anejo Huertezuela), Dólar y Ferreira tienen algo más de 2.100 habitantes. El número de alumnos de este centro es de 171.

Aquí hacer los horarios es un quebradero de cabeza así que utilizan la sinergia de recursos humanos. De esta forma, los profesores del instituto son los tutores de algunos cursos del colegio, así que colegio e instituto utilizan en muchas de sus clases profesores de uno y otro centro. Total, un jaleo para cuadrar horas y desplazamientos. “Pero siempre se llega a un acuerdo”, bromea Sebastián. Y parece que funciona porque el centro, además de recibir el premio al Mérito Educativo hace dos años, cuenta con unos alumnos “que nunca han dado ningún problema cuando dan el salto” a la Enseñanza No Obligatoria. “Reciben lo que podríamos denominar clases particulares”, señala Sebastián Donato.

El único inconveniente para este experimentado maestro es que “la plantilla cambia muy a menudo porque algunos profesores se quieren acercar a su ciudad y huyen de los pueblos”. Muchos de los 2.260 docentes de las escuelas rurales andaluzas son interinos o jóvenes en su primer destino. Quizá inexpertos, pero también con fuerza y ganas. Si estos centros no existieran en Huéneja y Cabezas Rubias, 261 escolares menores de 13 años tendrían que recorrer cada día cerca de 60 kilómetros para poder asistir a clase.

Alicia López es otra de las profesoras que tuvieron su primer destino en un colegio rural, en este caso en Cumbres de San Bartolomé (Huelva), un pueblo con no más de 400 habitantes y 30 niños en clase. “Al principio quería morirme cuando me enteré porque la comunicación con Huelva o Sevilla es mortal”, explica esta joven maestra. “Luego no quería dejar el pueblo”. Alicia se volvió a Sevilla porque su pareja no encontraba trabajo en la zona, pero tiene claro que quiere volver a “dar clase en un centro parecido. La experiencia fue maravillosa, además me tocó ser la directora, aprendí mucho y me encontré con gente entrañable”.

La enseñanza en estos centros, coinciden todos los maestros, es muy diferente. El sistema de trabajo hace necesario una mayor implicación, pero también es cierto que los problemas de las grandes ciudades desaparece. El lado negativo es que todo queda lejos, “pero ¿de qué?”, matiza Alicia, quien se dio cuenta en los dos años que estuvo en al cargo del colegio Carmen Antón de que le encanta el campo.

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