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El camarote
En una noche aciaga para la socialdemocracia alemana y su nueva esperanza, Schulz, la derecha -el centro- barría a la izquierda -el centro- en Renania del Norte, en donde gobernaba con Merkel. Iba conociendo los datos mientras volvía a ver la escena de el camarote, de la película marxista Una noche en la ópera.
Estaba reciente la derrota de Hamon en Francia; los malos augurios para Corbyn en el Reino Unido; aún no había nombrado el exministro de Economía de Hollande, Macron, al derechista Philippe como primer ministro; sin hablar de Holanda, Grecia o España; todo va mal para el socialismo europeo con la única excepción de nuestros vecinos portugueses, que esa misma noche ganaban Eurovision.
Lo sorprendente era que los intelectuales orgánicos de guardia achacaban los malos resultados de los líderes progresistas a su giro izquierdista. Nada de crítica a sus antecedentes: Hollande, Valls, Blair, Gabriel, Schröeder, Rubalcaba, Zapatero, por no extenderme.
Recuerden la escena: un nervioso Groucho espera una cita y se ve invadido en su camarote por polizones, limpiadoras, camaroteras, manicura, camareros y hasta por un fontanero con su ayudante. Todos revueltos, sin que se sepa quiénes ocupan qué ni encima de qué. Una ilusión al traste para el seductor, tanto que llega a decirle al mozo: “En vez de meter mi baúl en el camarote, por qué no mete el camarote en mi baúl”.
El cachondeo estaba servido, la bulla, el quilombo; no se cabía en el camarote, como no se cabe en el centro, que en eso se ha convertido ese lugar político, en un auténtico camarote marxiano. Para colmo del desbarajuste, detrás de la puerta se oía, se veía, a Chico Marx gritando cada cuando “y dos huevos duros”. Por fin encontré la fuente de inspiración de Felipe González: el camarote. Chico González, quizá cuando pronunció aquella frase que hizo famosa, ya estaba dentro del solicitado centro.
Los críticos de los perdedores recientes del socialismo europeo se olvidan del viraje durante los últimos tiempos a un concurrido centro, donde pretenden caber todos. Cuando Dick Morris, asesor de Bill Clinton, acuñó su teoría de la triangulación, afirmaba que la nueva política de los demócratas americanos, de centro, tenía que dejarse de estupideces de izquierda y derecha, coger lo mejor de cada opción, elevarse por encima del partido, el demócrata, y subirse a la tercera vía. El resultado de aquella borrachera ideológica lo han podido comprobar Hillary y los demócratas en sus carnes morenas.
Lo mismo hizo a este lado del Atlántico Blair. ¿Donde andará Anthony Giddens? Ambos pensaron, además, que las contradicciones del centro por la derecha, pero, sobre todo, desde la izquierda, se suplirían con un buen plan de comunicación política y con la ayuda de los medios sinfónicos. A ellos se sumaron con entusiasmo otros europeos tercerviarios, entre ellos Schröeder con su Neue Mitte, nuevo centro, después de fracasar, pactar con Merkel, Die Mitte, el centro, y dejar su partido donde está.
Sus triunfos fueron importantes pero los resultados devastadores a medio plazo; hoy se placean sin rivales, Trump, May, Macron, pero claro, la culpa la tienen, sostiene la izquierda débil, los giros a la izquierda de los que han heredado el mayor desprestigio de la socialdemocracia aplicada. Hasta cierto punto, más bien deberíamos hablar de social liberalismo, o liberalismo sin tapujos, porque como decía Alain Touraine, el sociólogo francés, las terceras vías son la manera que tiene la izquierda de hacer política de derechas.
El centro está que no se cabe en su camarote, están la derecha de siempre y sus versiones reproductoras, la izquierda fracasada y desorientada, los giróvagos de todo signo, los defensores del punto medio ideológico, de dudosa existencia, en mi opinión. Pero el barco es muy grande y los camarotes no dejan de ser compartimentos de dimensiones reducidas, dice la Real Academia; en realidad, el camarote del centro es el contenedor donde se recluyen los confusos o los que pretenden confundir, sin embargo, el verdadero poder del barco está en el camarote del capitán y del armador, una especie de Ibex 35 o palco de mamandurrias.
En el camarote, como en la película marxiana, anda todo revuelto, el espectador-elector no distingue quién es quién, unos sobre o bajo otros, por eso no se cree nada. Por supuesto, el verdadero titular del camarote está en la puerta y da entrada divertido a todo el que quiere entrar. La vida en el camarote es difícil, a veces pactan entre ellos, para eso entran, algunos lo llaman la Gran Coalición, aunque ahora la arquitectura de sus acuerdos puede tener otros aspectos, hay una geometría variable de pactos, -apoyos responsables se dice-, más o menos vergonzantes, con sus dos huevos duros incluidos.
El contrato y los compromisos entre los centristas, como bien podría explicarnos Chico y la socialdemocracia alemana, ya saben: “La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte; la parte contratante de la segunda parte será considerada como la parte contratante de la segunda parte”. Lo habrán entendido, y si no, ya saben: y dos huevos duros. Pero antes miren los resultados electorales en Alemania.
Groucho se imaginaba el placer, el hombre solo en su camarote, esperando, en el centro, con un camarero sirviendo champán pero la realidad era otra; exclamaba frustrado: “Como no me sirvan el champán por el ojo de la cerradura”. Es que ni se cabe ni hay champán para todos. Sólo para una de las partes contratantes, la auténtica , ¿por qué quedarnos con las copias? repiten una y otra vez los electores.
Llegará un día en el que quizá la izquierda salga corriendo del falso centro y habrá que acuñar una nueva expresión en politología: salir del camarote. Mientras, siguen erre que erre con que fuera solo hay populismo y extremos, ¿y la gente?
De momento no salen, no despiertan , como decía Marx, don Groucho: “Mientras no se acabe el agua, todo va bien”. En esas estamos.