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No habrá quien quede en Palestina para recoger el premio

El presidente del Comité noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes, anuncia que la organización japonesa Nihon Hidankyo es la ganadora de del Premio Nobel de la Paz 2024. EFE/EPA/JAVAD PARSA NORWAY OUT

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Lo habrán leído ustedes o quizá no; ya no interesan mucho esas cosas, la gente está escarmentada y la lista histórica de los premiados no ayuda: el Comité Noruego del Nobel ha concedido el premio Nobel de la Paz a los hibakusha, los supervivientes civiles de las dos bombas atómicas, arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki por los Estados Unidos de Norteamérica, en agosto de 1945.

Ochenta años después se reunirá en Oslo, en un acto litúrgico, este año con pretensiones exculpatorias, lo más granado de la hipocresía planetaria, en una especie de exorcismo tardío sobre el  recuerdo de los vivos y olvido de los muertos, sin propósito de enmienda ni dolor ni penitencia, de la brutalidad silente  propia y de la consentida.

Entre el descrédito y el espanto de mucha gente se echa en falta que a un premio a la Paz no se corresponda otro simultáneo de similar magnitud a la infamia de la guerra y a los autores de ese dolor, de la barbarie. Han pasado ochenta años y los autores siguen intimidando con su poder nuclear.

En una carrera demente, dicen de contención, ya se han sumado a su idea terrorífica de protección de la humanidad y la democracia otros ocho países más que ya poseen esa herramienta inhumana, unas 12.000 ojivas contra la propia humanidad.

Dicen los que saben de bombas que Israel, que es uno de los que tiene armamento nuclear, ha dejado caer contra un grupo terrorista en Gaza, Hamás, el equivalente a una bomba atómica y media de las que cayeron sobre las ciudades japonesas. Un horror y un negocio, según el SIPRI, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, en 2023,  Israel aumentó en un 24% su gasto en armamento.

Las acciones en bolsa se dispararon, nunca mejor dicho, en un 7% en beneficio de la industria militar, un ocho de octubre de hace un año. No creo que los miembros del comité que ahora agracia a la población civil japonesa sean ingenuos, aunque, tal vez, deberían tener presente las palabras de Jorge Luis Borges comentando a H.G Wells: “es ingenuo suponer que basta con exorcizar o destruir a Goering  y Hitler para que el mundo sea paradisíaco”.

Cuando el prestigioso club escandinavo  concede estos premios que no recuerda nadie y se aplican menos en la práctica cotidiana de la pretendida honestidad de los Estados, viene en el paquete la queja de una buena parte de la sociedad que lo considere una ofensa a la dignidad. Dentro de ochenta años quizá concedan el Nobel de la Paz a los civiles palestinos de Gaza; tal vez ya no quede nadie para recogerlo, será in absentia, pero la vergüenza y la infamia de los que se dicen demócratas, honorables miembros de la ONU y defensores de la supremacía de la ley, el derecho internacional, estará muy presente.

P.D. El Consejo de Ministros, de marzo de 1987, presidido por Felipe González, en aplicación de  la ley franquista de secretos oficiales, de 1968, declaró secretas las actas de la JIMDDU, Junta Interministerial Reguladora del Comercio Exterior de Material de Defensa y Doble Uso.

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