Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
De chaquetas y togas
Si en algo destaca España es por sus sesudos debates, irreconocibles en situaciones vecinas, más o menos. En estos tiempos recientes, la España que piensa ha estado inmersa en el debate de la tortilla de papas; el cebollismo casi se ha convertido en una ideología defendida con tesón, como su contraria. Casi simultáneamente, apareció el debate sobre el choricismo –no el de los trincones, que es eterno–. A saber, sobre la ortodoxia paellera, con o sin. En ambos casos, es que la gente no tiene tiempo de leer.
En la profundidad del momento en el que nos encontramos, ha surgido otro apasionado que no apasionante debate sobre la chaqueta del vicepresidente del Gobierno, de la que hasta se ha sabido la marca –fruto de una metódica observación–, que no la autoría de su manufactura, anónima en la medida en que son hechas, las mentadas chaquetas, en cantidades industriales tales que no es posible atribuirla a nadie, y menos, con mayoría de edad. En Sevilla, diríamos –si chaqueta de autor se tratara–, por ejemplo, obra del gran maestro sastre O’Kean, víctima sin piedad de los vales de los tan presumidos como tiesos personajes de la hidalguía sevillana. Otros tiempos.
Hay un consenso generalizado en que hay que ir con americana. Bueno, admitámoslo. Pero al menos, hoy, el chaquetismo es plural y diverso y no sería apropiado suprimirlo y dejarnos sin etimología política. Por qué diríamos entonces, sin la prenda consensuada, que fulano o mengano es un chaquetero.
Plural digo, porque en los tiempos añorados por los ocupantes de los sillones curules de la derecha desbordada, todos iban con chaqueta, sí, pero de blanco riguroso, y todos por igual, con más o menos medalleo y bandas de méritos o alcurnia, como si la revolución cultural uniformista de Mao se hubiera adelantado a Franco en la carrera de San Jerónimo.
Había excepciones, los procuradores saharauis, españoles hasta que fueron abandonados por el régimen franquista, acudían en su condición de procuradores exóticos con su daraá tradicional, una toga de las arenas. Pero blancas, el color de la devoción al caudillo. Y otras excepciones más: si acudían miembros de las realezas hermanas árabes o de la realeza vaticana, entraba dentro del protocolo ir en enaguas.
El apasionado debate sobre la chaqueta del vicepresidente no ha sido su única tribulación. Además –y así se lo han hecho saber a Iglesias– no ha gustado a los jueces, en general –en toga pulla sobre chaqueta– y a su órgano –caducado– de gobierno, en particular, el CGPJ, la opinión crítica de Pablo Iglesias sobre una reciente sentencia. La grey togada y la emplumada ha trinado por la amenaza a la separación de poderes, dicen.
No es que haya sido un debate superior al de los cebollistas, choricistas o chaquetistas pero haber, lo ha habido.
Quién le iba a decir a Montesquieu que sería citado tanto y leído tan poco. Igual podríamos decir de James Madison que ambos estatuyeron lo suyo en estas cuestiones. Pero lo cierto es que los citan.
Podrían leerlo, de camino. 'Del espíritu de las leyes' debería ser incluido en los manuales de las oposiciones a autoridad judicial, que parece que se creen eso y no partes de uno de los poderes del Estado y, por tanto, sujetos a crítica y a frenos, que eso nos quiso decir Montesquieu, que había que poner frenos a los tres poderes, entre ellos.
El freno o el contrapeso, el equilibrio, que es de lo que hablaba el sabio, se llama checks and balances. Por eso, si son un poder del Estado, como los otros dos, tendrán que estar sometidos –junto con los suyos propios, casi siempre interpretados de forma corporativa– a la crítica y escrutinio político de sus resoluciones. Un poder del Estado, por muy judicial que sea, no puede ser un enclave exento dentro de un sistema democrático y constitucional.
Los jueces que tanto reclaman independencia y separación hacen, además, política, con sus decisiones y también, como se ha podido comprobar, con el manejo de su propio calendario de actuaciones, lo cual, en repetidas ocasiones, ha puesto en duda su imparcialidad. Y alguna que otra huelga. ¿Contra quién?
Bueno, en estas páginas que tan gentilmente me ofrece mi directora no me da tiempo a leeros la obra entera de Montesquieu y Madison, pero no me voy a quedar con las ganas de dejar un poquito: “Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del ejecutivo ni del legislativo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez sería al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor”.
Lo dice Montesquieu, otra cosa es que los jueces españoles no quieran leer y aceptar que son tan solo uno de los tres poderes y que, por ser el único no electo, deberían entender con mayor humildad democrática las críticas de todos y también de los demás poderes.
33