Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
28F, cuando éramos jóvenes y andalucistas
“La tierra más loada y más vilipendiada de las que forman las Españas. La más desconocida. La más zarandeada por el tópico”. Esa era la Andalucía, ¿tercer mundo?, un libro publicado en 1971 por Antonio Burgos: por tan sólo ese título o sus dos novelas sobre la Sevilla de Queipo y de Blas Infante, habría merecido con mucha más antelación el reconocimiento oficial que la Junta de Andalucía le tributa este 28F.
Diez años antes de que los votantes ejercieran el andalucismo en defensa propia durante el referéndum autonómico de 1980, Alfonso Carlos Comín había publicado Noticia de Andalucía, mientras las coplas del Manifiesto Canción del Sur se iban tiñendo de blanquiverde desde el mismo año en que París reclamaba la imaginación al poder y un grupo de profesionales andaluces –Alejandro Rojas Marcos, Pedro Pacheco, Diego de los Santos, entre otros—se intercambiaban ejemplares de El ideal andaluz en Madrid, con Fernando Quiñones o José Luis Ortíz Nuevo. Poco después, ya saben, el Quejío de La Cuadra; los ensayos de Ortiz de Lanzagorta; el “qué cantan los poetas andaluces de ahora”; el habla andaluza que defendía José María Vaz de Soto; el “amo mi tierra, lucho por ella”, de Carlos Cano; el asesinato todavía impune de García Caparrós; los grabados de Cuadrado; el flamenco de Moreno Galván; El Piki, muerto tras su cantata de Blas Infante, cuando los gitanos como José Heredia Maya camelaban naquerar y los jornaleros en pie de paz enarbolando la arbonaida, aquella vieja bandera verde andalusí, que a decir de Ibn-Arqam, se había hecho un cinturón con la aurora blanca.
Durante la noche del 28 de febrero de 1980, con el alma en vilo, desde el Casino de la Exposición en Sevilla, seguimos los resultados de aquel referéndum que el Gobierno de la UCD había convocado con las cartas marcadas: tras una pregunta enrevesada, todas y cada una de las provincias andaluzas debían votar a favor de que la autonomía siguiera el curso del artículo 151 de la flamante Constitución Española, y no a través del 143 que se vislumbraba para todas las regiones que no fueran Cataluña, País Vasco y Galicia. Esa noche, allí, se cruzaron Alejandro Rojas Marcos y Alfonso Guerra, todo un símbolo de lo que vendría luego. El PSOE, entre jacobinos y autonomistas, capitalizó aquel proceso y durante muchos años –José Aumente lo reconoció—supo convertirse en el partido que encarnaba dichas reivindicaciones mientras las notables contradicciones del PSA –a las que los medios de comunicación, empezando por Radio Macuto, pusieron una lupa especial—condujeron a su conversión en Partido Andalucista y su lamentable desaparición no hace mucho, aunque parte de cuya estela pretende heredar Teresa Rodríguez con su nuevo proyecto.
Tampoco daría demasiado de sí, en los 80, la Convocatoria por Andalucía que Julio Anguita agitó desde la Izquierda Unida que intentó ampliar el horizonte político del Partido Comunista de Andalucía y desembocó en la breve y dañina pinza de los 90. A la derecha andalucista no se le esperaba, por más que Javier Arenas y algunos otros intentaran darle una manita de verde omeya a los tirantes rojigualdas de Manuel Fraga.
Veo las fotos de aquellos años, desde las manifestaciones masivas del 4 de diciembre de 1977 a los nuevos ayuntamientos democráticos del 79, en huelga de hambre cuando tocaba a rebato Rafael Escuredo, en una nueva Barraca de pueblo en pueblo. Las imágenes de la verdiblanca colgando de La Giralda o de la Torre de la Iglesia de la Palma en Algeciras, de la pizarra con el recuento electoral de la consulta, que hoy puede contemplarse en el Museo de la Autonomía, se solapan con jóvenes y jóvenas con pantalón de campana, trenka, maxifaldas, zapatillas de gamuza o botas de plataforma, con mucho menos glamour que hoy, dónde va a parar, pero con un empuje primitivo, voraz, entusiasta, tan impropio de estos tiempos milennials.
Cuarenta años después, esa Andalucía sencillamente ya no existe, o queda reducida a un selecto grupo de trilobites que saben de lo que estoy escribiendo sin necesidad de consultar con la wikipedia. A medida que nos hemos ido globalizando, nos hemos españolizado. Y si España –más bien Iberia—y la humanidad fueron consustanciales del andalucismo, desde la letra de su himno oficial, siempre nos ha ido mejor con la Andalucía por sí que con el Santiago y cierra España.
Éxitos y sombras
Falta de pedagogía, supongo, por parte de las instituciones pero también por parte de la sociedad civil y de sus espíritus más críticos. Ahora que toca presumiblemente cambiar la Constitución –mejor sería no abrir ese melón con la ola reaccionaria que nos invade-, carecemos de memoria, de hoja de ruta e incluso de aspiraciones territoriales concretas. No hay un mapa político andaluz, por lo que ni siquiera forman parte de nuestras conversaciones cotidianas el corredor del mediterráneo, el traslado a Nerva de residuos vascos, el pulso económico con el Gobierno central –sea cual sea-, la acuciante situación del sector agropecuario, la pervivencia del subsidio frente al emprendimiento real, la economía sumergida como un eterno balón de oxígeno para nuestras carencias de siglos.
El proceso autonómico andaluz es una historia de éxito, pero también de sombras. Creció nuestro nivel de vida, pero también la incertidumbre de una legión de licenciadas y doctores que lavan copas en bares de Hamburgo o de Lancaster. Contamos con una red de autovías formidable pero no hemos sido capaces de encontrar los restos del padre de la patria andaluza ni anular la infame sentencia que sigue pesando sobre Blas Infante. Construimos grandes hospitales y centros escolares, pero los dejamos marchitarse a beneficio de colegios concertados y seguros privados. La camisa con chorreras del estereotipo sigue ahí, pero desde Diamantino a la Duquesa de Alba los contrastes y la diversidad del sur saltan a la vista. La reforma agraria terminó en manos de las subvenciones de la Unión Europea que favorecieron que los terratenientes parcelaran sus latifundios para cobrar más.
Viví aquellos años y no me arrepiento de lo que, entre todos, hicimos. Me arrepiento de lo que no llegamos a hacer. Pero, ya saben, cosas de viejos: como decimos con Dios y josifa, cuchipanda o niki. Andalucismo, otra palabra vintage.
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