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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Decidir entre la vocación y la certidumbre

Archivo - Examen de oposiciones
29 de septiembre de 2021 20:55 h

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Este septiembre hará un año que trabajo de personal de administración y servicios en la Universidad de Granada. Un año sin redactar notas de prensa, sin gestionar entrevistas ni 'colocar' artículos en medios de comunicación, ni tan siquiera escribir algún texto. Un año en el que me he enfrentado a mí misma y a mis decisiones, alejada de la que ha sido mi profesión desde que terminé mis estudios universitarios. Este ha sido mi primer año de certidumbre.

 “¿Has pensado en opositar alguna vez?”, me preguntaban mis padres en plena vorágine universitaria. Por aquel entonces, tenía 22 años y la convicción absoluta de que me iba a comer el mundo. La vocación más inocente se adueñaba de mí mientras estudiaba periodismo en Sevilla. Una profesión que tiene mucho que ver con la forma de ser de las personas que la estudian. Dicha pregunta era como sentir que nadie confiaba en tus capacidades para desarrollarte profesionalmente. Prácticamente se sentía como un insulto.

En esa dinámica tan intensa en plena juventud es imposible forzar a una persona a que tome decisiones contrarias a las ideas y sentimientos que experimenta en esos momentos. La desilusión no aparece de la noche a la mañana. Está relacionada con la edad y con la capacidad de aguante y de sobreponernos. Cuando nos sumergimos en un sistema precario a la espera de encontrar siempre una oportunidad mejor, con la esperanza intacta, empezamos a ser conscientes de que los años pasan sin que asome alguna salida profesional medianamente digna. Es cuando nos damos cuenta de la necesidad de considerar que quizá haya que plantearse de nuevo la vida. Un cambio que, a veces, ya no tiene relación con lo que has estudiado, con tu vocación. Conforme vamos acumulando experiencias profesionales frustrantes, sobreviviendo a trabajos temporales con sueldos angustiantes sin seguridad laboral alguna, atrapados en precios de alquileres imposibles, nos vamos minando por dentro y consumiendo. Estamos ante una incertidumbre cronificada en el tiempo como forma de vida que no te permite hacer planes de ningún tipo.

Estamos privatizando e individualizando miserias sin ser conscientes de que nos encontramos ante un problema social, económico y político que atañe a muchas más personas que están en la misma situación

Ya no solo se trata de no poder hacer planes sino que empezamos a sentir una serie de malestares relacionados con la salud. No dormimos, sentimos dolor general de todo el cuerpo, ansiedad, cansancio diario acumulado, tristeza, frustración y culpabilización. Nos preguntamos qué es lo que hemos hecho mal, dónde ha estado el fallo o la mala decisión tomada durante nuestra juventud, si no nos hemos esforzado lo suficiente, sin ser conscientes de que formamos parte de un sistema perverso. Es en este punto cuando nos recomiendan que visitemos a un/a psicólogo/a. Y aquí comienza a dar la cara la parte más inhumana del sistema capitalista en el que nos intentamos desarrollar. Tú y tu actitud es el origen del problema. Tenemos que aprender a ser resilientes ante la estafa más grande de nuestras vidas que nos impide vivirla. Un problema estructural que va a seguir acechándonos cuando acabemos nuestra terapia. Disfrazamos la cruel realidad a través de eufemismos y nuevos anglicismos. Por ejemplo, “Job hopping” vendido como la aventura de pasar de trabajo en trabajo de manera voluntaria como si fuera una moda porque hay que reinventarse, cuando lo que esconde es un salto de empleo en empleo debido a una temporalidad estructural que caracteriza a nuestro sistema laboral y su precariedad. Ya lo reflejó muy bien el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro, La expulsión de los distintos, cuando hacía referencia a la “alineación de uno mismo” señalando a que ahora uno se explota a sí mismo y se cree que está realizándose.

Esta incertidumbre cronificada junto con la sensación de que nunca tenemos tiempo para nosotros, no se “cura” a base de ansiolíticos ni antidepresivos. Ni siquiera con libros de autoayuda. Estamos privatizando e individualizando miserias sin ser conscientes de que nos encontramos ante un problema social, económico y político que atañe a muchas más personas que están en la misma situación. El diputado Íñigo Errejón en una entrevista hace poco lo apuntaba: “El mejor ansiolítico es saber que vas a tener vivienda propia o que vas a llegar a fin de mes”.

En mi caso, ante esta situación insostenible y conforme iba cumpliendo años, una mañana me desperté con sensaciones distintas en mi cabeza. Algo hizo “click” y de repente lo vi clarísimo: era el momento de sacrificar la vocación por la estabilidad. Era el momento de tomar decisiones para curar mi salud mental. Decidí opositar. Dejar de ser periodista para ser administrativa en la Universidad de Granada con la única expectativa de que el centro de mi vida lo ocupara la vida misma y no la supervivencia económica. Y en este año he aprendido a encajar las consecuencias de aquel día que decidí anteponer la certidumbre a mi pasión. Y no me arrepiento porque, aunque algunas veces me siento algo vacía, este año de seguridad laboral me ha permitido cuidarme y me ha regalado tiempo. Tiempo para mí y para dedicárselo a la gente que quiero. Y quizá lo más bonito de este año ha sido sentir que me siguen llamando compañeros/as para diseñar campañas en redes o para colaborar en proyectos periodísticos. En definitiva, me siguen reconociendo como una periodista aunque ya no ejerza. La gran paradoja de todo esto es que el día que dejé de ser periodista, ese 28 de septiembre, fue cuando elegí vivir y apostar por mí. Y quizá escribir este artículo me sirva para reconciliarme con el periodismo y asimilar que ha pasado de ser mi profesión a un hobby. Presiento que es el comienzo de disfrutar escribiendo libremente o quizá lo hago para que mi amiga Alejandra no se enfade conmigo cada vez que digo: “Yo ya no soy periodista”.

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