Anna Elías, la única fotógrafa de la Expo 92: “Camarón me fulminó con la mirada por el ruido de mi cámara”
Cerca de 25.000. Ese fue el número de periodistas acreditados durante la Expo 92 de Sevilla. Anna Elías fue una de las responsables de atenderlos antes y durante la exposición universal. Lo hizo tras el objetivo de su cámara, siempre listo para 'disparar' a edificios, personas o espectáculos. Era la única mujer del equipo de fotógrafos de la Expo 92.
Elías, barcelonesa, se formó en el Instituto Fotográfico de Cataluña. Cuando le ofrecieron contrato para el otro gran evento de 1992, amén de los Juegos Olímpicos de su ciudad, llevaba cuatro años trabajando de ayudante en un estudio de fotografía publicitaria. “Fernando Alda era el jefe de fotografía de la Expo y lo conocí cuando ganamos un premio de fotografía. Él me invitó a trabajar en Sevilla y acepté. Vine un año antes de que empezara la Expo para fotografiar la primera piedra de los pabellones. En aquel momento estábamos Fernando, Emilio Sanmartín y yo, pero el equipo se amplió para los seis meses que duró la exposición”.
Eran tiempos de equipos analógicos y en los que había que optar por máquinas de paso universal (35 mm), medio formato o gran formato. “Me escogieron porque se necesitaba una persona capaz de hacer varios tipos de fotografía. Usábamos las de paso universal para prensa y espectáculos, pero preferíamos las de medio o gran formato para fotografías de calle o eventos”.
Antes de la Expo, su trabajo consistió fundamentalmente en fotografiar los pabellones que acogerían a los millones de visitantes que visitarían la Isla de la Cartuja. Aquellos pabellones, diseñados por los arquitectos más prestigiosos del mundo, debían dar una imagen moderna no sólo de Sevilla, sino de los países, instituciones o empresas a los que representaban. “Las fotografías de arquitectura eran un poco complejas de hacer, ya que teníamos que hacerlas antes de que comenzara la Expo para el catálogo y teníamos que conseguir que los pabellones parecieran terminados. Era un trabajo un poco abstracto, pero me motivaba mucho hacerlo a contrarreloj”.
Una vez comenzada la Expo, el equipo de fotógrafos se vio reforzado y se dividieron las tareas por espacios horarios. A Anna le tocó el turno de tarde. “Cubría los conciertos, los espectáculos, el ambiente de la calle, la cabalgata y a los músicos callejeros. Esas fotos las hacíamos pasando mucho tiempo en la calle y cargados como mulos con todo el equipo”, recuerda la fotógrafa.
De las miles y miles de fotografías que llegó a disparar durante aquellos seis meses, guarda en la retina dos personajes históricos: el astrónomo Stephen Hawking y el cantaor Camarón de la Isla. “Me impresionó mucho conocerlos. Camarón y Tomatito estaban en el escenario en uno de sus últimos conciertos. Yo estaba haciendo fotos con cámara de arquitectura, que hace mucho ruido, y Camarón se giró y me echó una mirada fulminante”, rememora con humor, subrayando que el de la Isla también le dedicó una sonrisa cuando vio su cara azorada.
Anna, que hasta entonces no había trabajado con otros compañeros de prensa sino en estudio, afirma que “una de las cosas que más me gustó es que había muchísimo compañerismo entre los compañeros de todos los medios. Yo soy muy bajita y me dejaban ponerme delante. Me hacían sentirme muy acogida y lo recuerdo con mucho cariño. En cuanto al equipo de la propia Expo, que éramos una veintena entre fotógrafos, técnicos de laboratorio y documentalistas, había muy buena sintonía y éramos un equipo muy unido”.
Tras la Expo, Elías decidió tomarse un año sabático “para desconectar del mundo”, pero su estancia en Sevilla se fue alargando y alargando... hasta llegar al cuarto de siglo. “En la Expo confluyó mucha gente de fuera y cuando se deshizo, me quedé sin contactos. Empecé a llamar a puerta fría a agencias de publicidad y a labrarme un futuro en el mundo de la publicidad y la fotografía comercial. Fui tirando y tirando hasta que me quedé a vivir aquí”, explica.
Durante ese tiempo ha visto no sólo la evolución vertiginosa del mundo de la fotografía, sino de la propia ciudad, a la que se ha terminado aclimatando. “La Expo le dejó dinero y expectativas a Sevilla, dos cosas que se han utilizado bien. Esta es una ciudad que admiro, en la que cada vez hay menos coches y cuya peatonalización disfruto mucho”.
Anna, que ha vivido durante estos 25 años el paso a la fotografía digital, ha dado el paso a la imagen en movimiento: el documental. Pareja de un destacado ecologista, Juan Cuesta, la fotógrafa estrena este domingo 'Vidas Suspendidas', un documental dirigido por ella misma y que versa “sobre la falta de biodiversidad en las dehesas andaluzas”. Y lo hace precisamente en la que fue su casa durante mucho aquellos seis meses del 92: la Isla de la Cartuja.