Antonio Machado, ochenta años atrás (2): tras la frontera
El viaje hacia Francia lo realizan Antonio Machado y su familia en un vehículo enviado por el comisario general de Sanidad Militar, Gómez de Lara. Según diversos historiadores, al mismo subieron don Antonio, su madre, doña Ana Ruiz, su hermano José y la esposa de éste.
Entre la confusión que invadía las calles, la aviación enemiga volaba una y otra vez sobre Barcelona. Antonio tiene 64 años y su madre, 88. Pasan la frontera a pie y bajo la lluvia, junto al éxodo multitudinario de cuatrocientas mil personas que cruzan a Francia entre el 26 de enero y el 10 de febrero. Tarragona y el Llobregat ya han caído y la última sesión del Parlamento republicano se celebra en Figueras el día 1 de ese último mes. El día 29 de enero, Machado, que declina varios ofrecimientos de asilo incluyendo el de la Unión Soviética, se mantiene junto a su madre –muy apagada-- y a su hermano José llegando al pueblecito de Colliure.
Al otro lado de la frontera, en dicho municipio pegado a la costa, Paul Combeau mantuvo la memoria de aquellas semanas previas a su muerte, bajo una lluvia intensa: “Huyendo de Barcelona, Antonio Machado y su familia, su madre, su hermano José y la familia de la esposa de José, Matea Monedero, pasaron la frontera el 27 de enero 1939 y no tenían nada con ellos. Han dejado su equipaje porque no se podía pasar con bultos, la carretera estaba colapsada de automóviles y mucha gente pasó a pie bajo la lluvia. Al cruzar, la policía le reconoció, sobre todo porque viajaban en compañía de un escritor que hablaba muy bien francés, Corpus Barga. Todas las dificultades se vencieron fácilmente y bajaron a la ciudad de Cerbere. Allí pasaron toda la noche en un vagón de tren y el 29 de enero marcharon a Perpignan. A la altura de Colliure llegaron a las cinco de la tarde y seguía lloviendo. Así que bajaron la carretera de la estación hacia una plaza y la madre decía ¿llegamos a Sevilla, llegamos a Sevilla?, porque perdía la cabeza ¿eh? Y se pararon delante de una boutique de vestidos que era atendida por la familia Figueras. Le pidieron si podían beber alguna cosa y la señora Juliette Figueres les ofreció una taza de café. En la estación, le preguntaron a un empleado por un hotel y le indicaron el Hotel Bougnol Quintana pero el río pasaba por delante del hotel y no se podía pasar a pie. Tuvieron que pedir un taxi para llegar. Entraron en el hotel y la señora Quintana les recibió muy bien y les brindó una habitación en el segundo piso para él y para toda su familia. Como no tenían nada para vestirse, la familia Figueres le ofrece vestidos para que pudiesen cambiar”.
Las versiones difieren en la memoria de los diferentes testigos. O el río, o una riada. O que la calle estaba en obras, como desvela Monique Alonso, le hicieron aún más larga la ruta hacia la posada que todavía se conserva en la recoleta población de Colliure. Robert Figueres recuerda que sus padres tenían una tienda de ropa en la plaza del mercado de Colliure y que fueron quienes acogieron a la familia Machado nada más llegar a la estación, donde preguntó por un alojamiento a Jacques Baills, el jefe de estación que se convertiría con el tiempo en tesorero de la Fundación Antonio Machado. El historiador Jacques Issorel le conoció en Perpignan: “El 27 de enero de 1939 vio bajar del tren a cuatro personas vestidas de negro sin maletas ni nada”, evoca. “Le preguntaron a Baills si conocía alguna pensión y les aconsejó el Hotel Bougnol Quintana, el mismo en el que se alojaba porque Baills era de Perpignan y Colliure constituía un destino provisional”.
Junto con Baills, la propietaria de la mercería, Juliette Figueres, su marido y Pauline Quintana, la propietaria del hotel, intentaron amparar a los recién llegados.
“Fue el empleado de la estación de Collioure, , quien dirigió a la familia Machado a mis padres –confirmó siempre Robert Figueres- ya que sabía que mi madre era de origen español, que nació en Palamós, y que mis padres acogían a muchos refugiados españoles para darles de beber y comer, y fue así como la familia Machado llegó a casa de mis padres en Colliure”.
“¿Por qué no bajan todos a comer? Porque no tenemos ropa de recambio”
En Colliure, todavía se guarda memoria de la estancia del poeta y de su madre. Tras las puertas del hotel cerrado, deben conservarse aún las habitaciones que les albergaron. El hotel Bougnol-Quintana era un alojamiento barato que, sin embargo, en el pasado había recibido visitas ilustres, sobre todo de pintores fauvistas como Henri Matisse. Madame Quintana, la dueña del establecimiento que simpatizaba con la República, preguntó una vez a José Machado por qué no bajaban todos los miembros de la familia juntos a la hora de comer. Y le respondieron: “Porque no tenemos ropa de recambio. El día que uno de los dos lava la camisa, espera a que el otro acabe la comida y suba para bajar a su vez”.
“Hay que decir que en la época, el Gobierno francés pensaba que entrarían 25.000 republicanos españoles por día –justifica Robert Figueres a propósito del mal trato generalizado que la democrática Francia dispensó a los refugiados españoles-; ahora bien, entraron diez veces más, 250.000 españoles al día y, cómo diría yo, las autoridades francesas se vieron desbordadas por estos hechos. Yo he oído a muchos españoles quejarse de la recepción de las autoridades francesas, diciendo que fueron mal recibidos, pero yo creo también que hay que relativizar todo eso porque en Colliure hubo mucha gente que ayudó a los españoles que llegaban, pero ocurrió así en todo el departamento, ya sea Pertus, en cuyo fuerte de Belle-Garde fueron acogidos hasta 2.000 súbditos españoles (...). Quedan muchos republicanos españoles que entraron en este país a partir de ese momento y que se han quedado en Francia, han vivido en Francia, sus hijos se han casado en Francia, han tenido una vida extraordinaria, porque hay que decir que los españoles eran gente seria, trabajadora, y rehicieron su vida en Francia”.
La estancia de la familia Machado, en cualquier caso, sería dramáticamente breve en Colliure. El poeta declina diversos ofrecimientos de asilo, como el que le brinda la Unión Soviética, y pretende llegar a París en cuanto se reponga. No saldrá de allí. El día 18 de febrero se agrava su estado de salud y muere el 22. Tres días más tarde, le seguirá su madre en la nave que nunca ha de tornar.
“La madre de Machado murió algunos días después que Antonio –recuenta Figueres--; a continuación, el hermano de Machado y su hermana se fueron al Este a una residencia; y después, antes de la declaración de guerra del 39-45, escribieron a mi padre diciendo que partían para Chile y después de eso no supimos nada”.
La tricolor sobre don Antonio
El poeta –como ya quedó dicho- fue enterrado en una tumba y su madre en un nicho más humilde. Al entierro del poeta acudió el alcalde, ya que le dijeron que era un poeta famoso. Le acompañaba el consejo municipal, la familia Figueres y otras personas que les habían tratado. En realidad, según subraya Robert, ninguno tenía conciencia exacta de quién era aquel poeta: “Nadie conocía a Machado, lo descubrieron después. Fue su hermano quien dijo a mis padres que se trataba de una familia de intelectuales, pero el más conocido era Antonio, que era profesor y al mismo tiempo autor de varios libros”.
Al relatar aquellos días, ante un equipo de Canal Sur, Leonor reparaba en que su abuela nunca supo que su hijo Antonio hubiera muerto: “¿Cómo estaría ya de acabada porque vamos, no se dio cuenta de que pasaron al hijo delante de ella muerto? Y preguntó porque vio la cama vacía. Y dijo, ¿Y Antonio?, Bueno mamá –le respondió José-- es que estaba un poco mal y se lo han llevado al hospital. Y creo que dijo, qué horror. No dijo más”.
Así lo refiere José Machado en su libro Las últimas soledades, donde apunta que ese fue prácticamente el último instante en que se vieron “los ojos bellos y azules” de su madre: “El momento de su muerte fue esperado, en realidad, estaban sus amigos allí –asegura Monique Alonso-. En un momento me dijeron que habían pensado cambiarlo de habitación porque estaba Doña Ana allí pero, en fin, como ella no se enteraba de nada pues lo dejaron allí. Se apagó, se apagó. Fue una muerte entre comillas dulce, se apagó sencillamente una tarde y ya está. Se esperaba, porque el médico había ido a la víspera y había dicho que ya no habría para mucho. Fueron ni más ni menos que sus problemas pulmonares que se complicaron y creo una falta de ganas de luchar también. Eso a lo mejor me lo invento pero intento ponerme en la situación, en el contexto de aquel momento en el que uno ya lucha mucho, mucho, mucho, son ya tres años de lucha y claro llega un momento en el que dices ”hasta aquí hemos llegado“.
Alonso confirma que al féretro de Machado le colocaron una bandera republicana encima del ataúd. Salieron soldados republicanos que estaban en el castillo de Collioure, que en aquel momento era un campo de castigo, y llevaron a hombros a don Antonio, cuyo ataúd dio una vuelta por el pueblo hasta el Ayuntamiento, que por entonces estaba cerca del mar, y luego volvieron por el puente hasta el cementerio.
¿Quiénes eran aquellos soldados que rindieron ese último tributo a Antonio Machado? Los intenta identificar Miguel Martínez: “Los refugiados que consideraban más peligrosos, los comunistas, los anarquistas, en vez de llevarlos al campo de Argeles sur Mer los metieron en la cárcel aquí y entre estos refugiados, cuando se enteraron de que Machado había muerto, pues pidieron permiso para enterrarlo, y les concedieron el permiso y entonces hubo doce soldados que se revistieron del uniforme de la República y llevaron su féretro en andas hasta el cementerio”.
El poeta quería un entierro civil y lo tuvo. El de su madre también fue así: “Durante mucho tiempo, estuvieron enterrados en dos nichos prestados por una amiga de la señora Quintana, que los tenía vacíos, que prestó el de don Antonio sin pensar que luego tenía que prestar uno también para la madre. En estos nichos nunca ha estado la inscripción ni de Don Antonio ni de Doña Ana porque eran provisionales y fue en el 58 cuando se hizo la tumba actual en la que reposan los dos”, comenta Monique Alonso. Fue Jean Cocteau quien dijo: “Un poeta español está esperando todavía su tumba”. En la colecta para brindarles una sepultura digna, participaron autores de la talla de André Malraux o de Albert Camus.
¿Vendrá Machado?
“Quizás el final de todo esto lo dice de una manera muy sencilla –apunta el profesor Manuel Ángel Vázquez Medel-, la sencilla lápida de esa tumba en el cementerio de Colliure que es casi un lugar de peregrinación para tanta gente fiel al espíritu liberal, al espíritu jacobino, al espíritu republicano de un Antonio Machado que fue un gran referente ético y estético para los españoles que tenían la esperanza de recobrar un país democrático, un país libre y un país culto como quería Antonio Machado. Recordemos que esa sencilla lápida pone Antonio Machado, 26 de julio de 1875, 22 de febrero de 1939. Ana Ruiz, madre del poeta, 4 de febrero de 1854, 25 de febrero de 1939. Ese es el epitafio de un hijo y de una madre, unidos en el inicio, y unidos también en la muerte”.
Hasta el pequeño camposanto de Colliure, han viajado poetas, escritores, responsables públicos y abanderados de la eterna República española. Pasados los años, hubo intención de rescatar los restos de Ana y de su hijo Antonio para trasladarlos a España. Aún hoy existen voces que los reclaman para Madrid o para Andalucía, por más que otros se opongan rotundamente a ello. Ni siquiera dentro de la familia hay una opinión unánime al respecto. Entre los creadores de opinión, abundan quienes piensan que Antonio Machado está donde debe, como un símbolo de muchos otros que también murieron en el exilio.
Ian Gibson, en cualquier caso, recuerda que la familia nunca aceptó dichas propuestas de traslado: “Yo creo que no sería correcto. No deberíamos olvidar que los franceses lo cuidaron en Colliure, recibieron cariño, llegaron sin nada, sin dinero y sin camisa, les dieron cama, camisa, comida y hablaron con ellos y tuvieron un poco de calor humano, lo cual no fue el caso del Gobierno francés de entonces que trató muy mal a todos los refugiados”.
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