Najat El Hachmi: “Escribir tiene un precio, pero por callar se paga un precio más alto”
Después de hacerse un nombre como novelista que escribía en catalán, con títulos como El último patriarca, La hija extranjera y Madre de leche y miel, Najat El Hachmi (Nador, 1978), marroquí de origen criada en Barcelona, ha publicado un manifiesto tan revelador como contundente: Siempre han hablado por nosotras (Destino), en el que denuncia sin reparos el machismo en el islam.
Con lo tranquila que estaba usted con sus novelas, ¿qué la hizo meterse en este jardín?
No lo pude evitar. Me habría gustado no tener que escribir este libro. En las novelas hablo de lo mismo, pero la ficción se recibe de distinta manera. Pero hubo un momento en que sentí una indignación tan tremenda ante el panorama, ver cómo ha cambiado todo en los dos o tres últimos años, y los mensajes que se han venido difundiendo, que no tuve más remedio que hacerlo. El libro salió como un grito de indignación, no es un ensayo al uso. Y no las tenía todas conmigo cuando empecé. Siempre hay miedo a romper el silencio, siempre está la intuición de que hablar, escribir, decir, tiene un precio. Pero por callar se paga un precio más alto.
Autoras como Leila Slimani, que vive en París, o usted misma están denunciando la situación de la mujer en Marruecos y el mundo árabe en general. ¿Se ve en Europa algo que no se vea allí?Leila Slimani
Yo vivo aquí desde los 8 años. Los hijos de familia musulmana que vivimos en Europa somos unos privilegiados: incluso en las peores condiciones de discriminación, tenemos la posibilidad de decir cosas que en otros lugares son constitutivas incluso de delito. Ese privilegio comporta una responsabilidad. Leila Slimani lo dice: no nos podemos quedar calladas porque lo tengamos todo resuelto. Y nuestra experiencia debe servir de algo. Las chicas más jóvenes, incluso aquí, están viviendo situaciones tremendas, parecidas a las que yo viví. A veces damos por sentado que las libertades se dan de forma espontánea, y no es así en absoluto.
A Slimani, a usted y a otras, les reservan un insulto recurrente: occidentalizadas. ¿Cómo lo recibe?
Sí, hay muchas formas de pedirte que te calles. Los cabezas de familia clásicos te lo decían directamente, pero ahora hay formas más sofisticadas, por ejemplo ese chantaje de la identidad: si quieres aspirar a una mayor igualdad, entonces es que te quieres convertir en alguien distintos. A veces se usa como términos antagónicos ‘español’ y ‘musulmán’, como si no se pudiera ser ambas cosas. Eso tan simplón de acusarte de traición a tus orígenes, está adquiriendo incluso una dimensión teórica, con catedráticas no creyentes dispuestas a legitimarlo. Algunas no solo niegan la carga machista de la religión, sino que afirman que el islam fue feminista en su raíz y una mala interpretación lo ha tergiversado. Sí, el Corán reconoce que las mujeres tenemos alma, ¿qué más queremos? Me parece que 1.400 años malinterpretando son demasiados, pero las generaciones jóvenes compran ese discurso.
Ponerle el apellido islámico al feminismo, ¿no es otra tergiversación?
Hay sectores que se aprovechan de la confusión generalizada. A diferencia de Francia, aquí nunca nos hemos ocupado de esto, seguimos pensando que es algo ajeno, que ocurre fuera. Pero estamos hablando de España y de españoles musulmanes. Así va a ser muy difícil que tengamos un debate público y tomemos conciencia de la complejidad. Y no podemos atender a cualquiera que se presente como representante de la comunidad musulmana. ¿Quién lo ha escogido, quién lo ha votado? Hay quien coge un discurso clarísimamente antipatriarcal, como el de Mona Eltahawy, y llevarlo a la discriminación como algo a normalizar. Eso lo están aceptando incluso medios muy críticos con la Iglesia Católica u otras religiones. Hay organizaciones que tienen como objetivo que el islam tenga representación política en España, y se están sirviendo de esos medios para lograrlo. Y ponen a mujeres jóvenes con pañuelo, con discursos aparentemente progresistas, que se dicen incluso feministas, pero luego lo analizas y están banalizando la discriminación y el dolor que sufrimos las mujeres musulmanas que nos hemos enfrentado a esa estructura. Y se nos pone en duda a las que defendemos un marco laico e igualitario.
¿Son las conversas las que están liderando esas corrientes de opinión?
Las conversas están haciendo mucho daño, porque no han vivido esa realidad. Defienden algo que no han sufrido. Se han acogido a un islam bastante fundamentalista, y para ellas el islam de mis abuelos es algo defectuoso. Habiendo nacido en una sociedad en la que las mujeres gozan de derechos, ellas deciden renunciar a lo que ha costado sangre, sudor y lágrimas. Y no hablamos de gente que se limita a vivir la espiritualidad en su casa, sino que llevan ese discurso a los medios, y escriben libros diciendo barbaridades como que somos más libres por ir tapadas. Me temo que así logran un nicho de representatividad que de otro modo igual no tendrían. Se erigen en representantes de la comunidad pero, ¿quién las ha votado?
La acusación de islamofobia, ¿va a convertirse en una forma de eludir cualquier crítica razonable al islam?
Ha habido un cambio de término, y no es superficial. Ahora lo que es perseguido no son los musulmanes –que sufren discriminación, por supuesto–, sino el islam mismo. La víctima cambia. Y acuñando ideas como la ‘islamofobia de género’, pasamos de ser víctimas de un orden patriarcal tremendo a serlo solo de los islamófobos. Eso no se ha producido de forma espontánea: hay discursos que lo difunden. Si la base de todo es lo que siento como creyente, vamos a una deriva peligrosa de tipo teocrático. A quienes hacemos una crítica feminista, nos acusan de ser de Vox, nos expulsan también de la lucha antirracista, y si sigues escribiendo te dicen que “por qué no te vas a criticar a tu país”.
¿Qué hay de fondo?
Una pugna por la representatividad. Y luego está saber dónde está el criterio para considerar una crítica islamófoba. Si yo, que vengo de allí, no puedo decir que el islam es machista, nos cargamos la libertad de expresión y establecemos un orden islámico, que es justo contra lo que están luchando allí un montón de hombres y mujeres en asociaciones en defensa de derechos y libertades. ¿Cómo vamos a hacer aquí lo contrario de lo que se está luchando en Marruecos? Eso es muy peligroso, está llegando a las generaciones jóvenes, les estamos diciendo que las creencias están por encima de los derechos y libertades que rigen en la sociedad. Eso, a largo plazo, va a provocar más racismo que el hecho de abrir el debate público y criticar libremente.
A la extrema derecha le interesa esa imagen de mujer musulmana sumisa, pero, ¿qué ocurre con la izquierda?
Toda la vida yo había negado ese fenómeno de la izquierda relativista, entre otras cosas porque me había relacionado con mujeres progresistas, como las maestras que menciono en el libro, y activistas. Pero no sé qué ha pasado, que en el espacio donde crees que vas a encontrar solidaridad y apoyo, no lo encuentras. “Hay que respetar todo…” es una forma muy sutil de racismo y dejadez de funciones. Si lo que yo denuncio lo denunciara con mujeres españolas, no serían tan cautelosos en su valoración. En cambio, con las mujeres musulmanas lo dejan en un segundo plano, en suspenso. Si no lo tienen estudiado, ¡estudiadlo por favor! Hay muchísimo material disponible, e insisto que no hablo de lo que pasa en Irán, sino de niñas que viven en barrios españoles. Impliquémonos todas, confluyamos en un mismo eje. Y no nos dejemos chantajear por esas otras corrientes. No parecer racista no puede estar por encima de tus reivindicaciones feministas.
Muchos de esos “representantes” de los musulmanes han cerrado filas con el independentismo. ¿Hasta qué punto podemos relacionar ambas cosas?
Va más allá del independentismo, creo que está ocurriendo en los partidos de izquierdas en general. Como hay voto de origen musulmán, algunas formaciones están tratando de atraer a los musulmanes como creyentes. Se hacen no solo la foto, buscan a representantes de esa comunidad para las listas, ponen a gente con pañuelo en los carteles electorales. Yo lo veo como una instrumentalización, porque tú no eres tu religión ni tu país de origen, sino tus ideas. Sigo reclamando que a la gente que tenemos origen emigrante se nos reconozca la misma libertad de elección que a cualquier otro. Vamos a considerar a los ciudadanos adultos, con capacidad crítica para analizar tus propuestas electorales, más allá de que haya alguien con pañuelo en tus listas. Quiero saber las ideas de esa persona, no qué lleva en la cabeza.
Otro chantaje habitual: no podemos ir contra la tradición. Pero, ¿cómo explicamos que evitar que las mujeres enseñen el cabello no es ninguna tradición, al menos en Marruecos y en la mayor parte del Mediterráneo sur?
Claro, consideramos como tradición cosas nuevas que vienen de otros lugares. El islam de mis abuelas no tiene nada que ver con esto. El burka no es tradición en mi tierra, el niqab tampoco, y se está expandiendo de forma tremenda. Y la tradición no hay que asumirla tal cual, hay que analizarla, criticarla, aprovechar lo positivo y confrontar lo negativo. Si no hacemos ese proceso, estaremos viviendo en no sé qué siglo. La pañoleta que llevaba mi abuela en el Rif no tiene nada que ver con el hiyab, que es una creación específica de los fundamentalistas islamistas. Recuerdo cuando en los 80 una de mis primas, en Nador, empezó a usarlo cubriéndose incluso muñecas y tobillos, algo totalmente nuevo. Eso se debió a la penetración de los Hermanos Musulmanes y el discurso fundamentalista que decía: ya no basta con ser musulmán como hasta ahora, tienes que vertebrar toda tu existencia alrededor del islam. Pasa a ser tu identidad, el nacionalislamismo, como fue aquí el nacionalcatolicismo. Y se veía con recelo, porque era gente que venía de fuera y quería sustituir la forma de vida de la gente. Mi abuelo hacía un juego de palabras, pronunciaba Hermanos musulmanes como Los ladrones de los musulmanes. Lo veía como una usurpación.
¿Por qué hay hombres que no entienden que el velo les humilla también a ellos?velo
Transmite una visión muy primitiva del hombre, le dice que no puede controlar sus impulsos, que necesita que las mujeres no los provoquen. Traslada la segregación tremenda entre sexos que hay en Marruecos, que distorsiona por completo la relación con los otros, al cuerpo mismo de la mujer cuando están en el ámbito público, cuando está con hombres desconocidos o ajenos a la familia. También ellos deberían defender que acabe esto de una vez por todas, empezando por la segregación textil. Hay que ir hacia unas relaciones más humanas, más sanas, entre los sexos. Ver a la otra persona como algo más que un ser sexuado, como nos ha transmitido nuestra educación, porque así sientes que eres un peligro, un conflicto allí donde estés. E influye en lo más íntimo, en lo más personal.
Hoy mismo el rey de Marruecos ha indultado a la periodista encarcelada por abortar. ¿Cuál debería ser el siguiente paso? la periodista encarcelada por abortar
Esas leyes que existen en Marruecos, que son discriminatorias también para el hombre pero afectan directamente a las mujeres, a menudo no se aplican pero son una espada de Damocles. Y mientras no se cambien, no se producirá el cambio social. Incluso en entornos en los que hay una apertura, la sociedad está condicionada por la ley. Al final del franquismo pasó algo parecido aquí, la sociedad se comportaba de un modo distinto, pero la ley seguía penalizando el adulterio. Y no podemos depender de la magnanimidad del rey, eso no es democrático. Te concede algo que te pertenece, no la gracia de un indulto. Y si te das cuenta, ¿quién desde España ha reclamado la libertad de esa mujer? ¿Dónde están los partidos de izquierda? Eso también forma parte de la estructura de opresión.
¿Qué precio ha pagado por escribir este libro?
El mayor precio lo pagué hace tiempo, la soledad, no tener apoyo familiar, no poder volver a la casa en la que creciste porque te está vedada. En cuanto a las reacciones de ciertos energúmenos, son curiosas. Como estoy poco en redes, no era consciente del nivel de organización que hay, pero es preocupante. Son chicos y chicas muy jóvenes que no tienen una conciencia democrática básica, y lo más divertido es que te insultan con los mismos discursos de la extrema derecha: te dice “mora de mierda” uno que se llama Mohamed. Pero yo tengo una situación de privilegio en ese sentido. Me preocupan más no las reacciones espontáneas, sino las organizaciones articuladas, que piden no solo que me calle yo, sino que los medios no me entrevistéis.