Marga Sánchez Romero, investigadora: “Las narraciones sobre el pasado han invisibilizado y estereotipado a las mujeres”
Una de cada tres figuras humanas representadas en el Museo Arqueológico de Almería son mujeres. ¿Pocas? Quizás, pero no hay otro en España que alcance esa cifra: el Museo Arqueológico Nacional tiene en sus salas de prehistoria el 25% de representaciones femeninas. Por eso, cuando alguien cuestiona a Marga Sánchez Romero que hablar de arqueología “con perspectiva feminista” es hacer política, ella replica que también lo es no incluir a las mujeres en el relato. Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria y vicerrectora de Igualdad, Inclusión y Sostenibilidad en la Universidad de Granada, presenta estos días Prehistorias de mujeres (editorial Destino), donde da cuenta de cómo los relatos históricos prefiguran el conocimiento y condicionan el presente, aunque sea a costa de ignorar la mitad de la realidad. “Las narraciones sobre el pasado han invisibilizado y estereotipado a las mujeres”, resume.
La investigadora dice que, en realidad, lleva 30 años escribiendo este libro, que acaba de agotar la primera edición. Desde 2007 contribuye en PastWomen, un proyecto de varias investigadoras con el objetivo común de visibilizar líneas de investigación en arqueología e historia vinculadas al estudio de la cultura material de las mujeres. “Las investigaciones que hago en las excavaciones las reflejo en dibujo, en los que no solo aparezcan hombres, sino que aparezcan mujeres, hombres, niños, ancianos, gente con distintas capacidades. Porque esas son las sociedades del pasado”.
¿Falta información sobre el papel de las mujeres en la prehistoria o se ha ocultado?
Durante mucho tiempo no se ha investigado. Lo que interesa en arqueología es preguntarte que pasó, quién lo hizo, qué tecnología era la importante. Y cuando no tienes en tu imaginario que las cosas que históricamente han hecho las mujeres son importantes, porque no cazan, no pintan, no viajan o no tienen el poder, no te haces esas preguntas. Por eso durante mucho tiempo no ha habido investigación sobre el papel de las mujeres en la prehistoria. En 1984 se publica el primer artículo sobre arqueología del género y a partir de ese momento sí ha habido investigación sobre el papel de las mujeres en la prehistoria. En los últimos años todo el avance de las metodologías nos está ayudando a recolocar a esas mujeres. Pero, sobre todo, se están haciendo preguntas que antes no se habían hecho.
¿En qué momento empieza a imponerse el relato que invisibiliza el papel de la mujer para explicar el curso de la historia?
Normalmente las sociedades han invisibilizado el papel de las mujeres. La historia, que es cómo explicamos quiénes somos y de dónde venimos, es un relato construido en el que se elige lo que quieres contar. No cuenta todo el pasado. Es el relato del pasado. Es una construcción y hay cosas que se cuentan y cosas que no. El gran salto es cuando la historia, la arqueología, la historia del arte, se convierten en disciplina científica. Se convierte en una especie de “más verdad”. Ya no es una cuestión literaria, sino científica. Y eso se consolida efectivamente en la arqueología del siglo XIX. Pero la ocultación o los estereotipos de las mujeres ya están en las narraciones que pretenden ser históricas del siglo IV. Desde que empezamos a contar quiénes somos estamos invisibilizando a la mujer.
¿Es un relato excluyente que se construye de forma consciente?
Es un relato muy interiorizado. No creo que cuando alguien se ponga a escribir en algún momento histórico diga “no voy a poner a las mujeres”, pero lo peor es que ni siquiera se pasa por la cabeza que eso pueda ser interesante. Lo tenemos tan asumido que ni siquiera somos conscientes de que en los museos no hay representación femenina. No es fruto de una negación histórica. Cuando alguien se pone a escribir cuenta lo que cree que es importante. Mucha gente que ha leído el libro me dice “me ha estallado la cabeza porque no podía imaginar lo que me estás contando”. Es el trabajo de muchos años de la sociedad patriarcal en la que vivimos.
Un ejemplo de categoría científica que ha contribuido a la invisibilización es la clasificación en edad de piedra, la de bronce, de edad de hierro. ¿Por qué?
En el siglo XIX se empiezan a inaugurar los museos nacionales, después de las guerras napoleónicas y de que los Estados hayan cambiado sus fronteras. Entonces aparece el recurso del patrimonio: mi frontera tiene que llegar hasta aquí porque mis antepasados vivían aquí y lo demuestro con este objeto arqueológico. Cuando se ponen a ordenar el material, los que más resiste son la piedra y el metal, y lo ordenan así. Es una cuestión también diacrónica.
Pero cuando en el museo lo que exponemos son dagas, puntas de flecha o lanzas, estamos vinculando la historia que se cuenta con unas actividades que en un momento determinado se decidieron que eran masculinas. El ejercicio de la violencia es masculino. Y yo he hecho el experimento: si en una cartela tú dices que es una punta de flecha o una daga, el objeto se explica por sí mismo. Pero si pones una raedera y pones “raspador” y eso es lo único, vas a salir de la sala con la misma información con la que entraste, porque ahí no se explica que la raedera y los raspadores son útiles que sirven para trabajar la piel o para descuartizar animales. Eso hace que nos pasen totalmente desapercibidos.
¿Influye la tendencia a priorizar la Historia política o de los conflictos?
La historia que hemos aprendido en el cole es una Historia política. Cuando abrimos un libro de Historia más tradicional los conceptos que aparecen son determinada tecnología, el estatus social, el poder, el conflicto como forma de avance de la sociedad. Eso sigue vinculado al universo masculino y nos separa a nosotras de la intervención en las sociedades. Es verdad que en el campo de batalla participan hombres, aunque no exclusivamente. Por ejemplo, las sepulturas de la Edad del Bronce de la actual Ucrania hay muchas femeninas con arma y con huellas en su cuerpo de lucha cuerpo a cuerpo, porque tienen heridas defensivas, traumatismos craneales o flechas incrustadas. Hay un 20% de mujeres en el campo de batalla y la guerra no solo es la batalla. La guerra -lo estamos viendo- son también las mujeres que han tenido que salir de su casa con lo puesto, con sus hijos, las personas mayores que se han tenido que ir a lo desconocido.
¿Qué importancia tiene el lenguaje?
Mucha. Lo masculino no es neutro. Cuando en un libro de texto se dice que el hombre inventó la agricultura, y se acompaña con un dibujo de un señor con barba y un arado, nadie se imagina a una mujer. Lo visual es muy importante para contar la historia. Cuando vemos representada a una mujer haciendo algo que se supone que no hace, porque son hombres quienes lo hacen, inmediatamente te van a preguntar cómo sabemos que lo hace una mujer. Eso jamás te lo van a preguntar cuando pones a un hombre haciendo lo que sea.
En el libro citas el ejemplo del Chico de la gran Dolina. Se asumió inicialmente que era un hombre.
No se me ocurriría criticar al equipo de investigación, porque no tiene en ese momento la metodología o la analítica adecuada. No es un problema de identificación. El problema es que se dibuja un chico porque es lo más fácil y cómodo. Si se hubiese hablado de la Chica de la gran Dolina, todo el mundo hubiera dicho que eso es poco científico. Hemos asumido que la norma es lo masculino que nunca vamos a plantearnos que pueda no serlo.
"Las cosas son así porque siempre las hemos contado así"
¿Las cosas hoy son así porque siempre han sido así o porque siempre las hemos contado así?
Son así porque siempre las hemos contado así. Esto tiene una repercusión directa. Es verdad que las mujeres hemos estado históricamente vinculadas a los cuidados. ¿Qué pasa cuando tú eliminas la importancia social, tecnológica y de innovación que supone los cuidados? Que nosotras no hemos construido la historia porque no hemos hecho nada importante. Eso sostiene la desigualdad. Además, eliminamos a las mujeres de otras actividades en las que sí han estado, aunque se haya negado sistemáticamente, y consideramos que esas son las actividades que han hecho crecer a cualquier grupo humano. Así que tampoco las consideramos merecedoras de estar en los sitios donde se toman decisiones, porque nosotras no hacemos nada que sea importante. Eso sigue ahí, en el imaginario colectivo.
Aunque no haya sido así siempre o en todas las sociedades.
Ni siquiera en la actualidad podemos hablar de una sociedad homogénea. ¿Cómo podemos imaginar que esto ha sido así durante cientos de miles de años? Cada sociedad sigue estrategias distintas y la riqueza de mirar el pasado tiene que servirnos para ver que no hay una única forma de resolver el conflicto o de avanzar, y que las decisiones que tomamos sobre esa desigualdad son culturales y sociales, no son biológicas. Y si son culturales y sociales, las hemos construido, de manera que podemos volver a construir otra. Durante mucho tiempo se pensó que las mujeres eran demasiado infantiles o poco formadas para votar. Hoy nadie se plantea que las mujeres no puedan ir a votar. Este libro también intenta demostrar que cada sociedad soluciona sus conflictos de maneras distintas y que la mirada homogénea sigue perjudicando a las mujeres.
¿Existieron las sociedades matriarcales?
No tenemos pruebas de que haya existido un matriarcado. Hay sociedades en las que las mujeres han tenido mucho poder, pero un matriarcado equiparable al patriarcado (como sociedad en la que el poder por norma está en manos masculina), no. Pero se podían haber adoptado otras soluciones. Se cuenta que las poblaciones colonizadoras europeas iban a África y se encontraban con poblados en los que tenían que negociar con una mujer. Tenían la capacidad para negociar, pero ellos se la negaban, de manera que la siguiente vez iba a un hombre. Los propios europeos les fueron restando poder porque no las consideraban interlocutoras.
¿Las representaciones artísticas han contribuido a la invisibilización?
Sí, por ejemplo en esas imágenes que acompañan a los textos en los museos, los centros de interpretación o los libros de historia. Siguen invisibilizando a las mujeres. Vas a cualquier museo de arqueología y en las representaciones hay muy pocas mujeres, normalmente están en un segundo plano, muy al fondo, o haciendo tareas que a las que no se da importancia. Tampoco se representan niños, a pesar de que eran el 50% de la población. Los niños van al museo y ven a alguien que se parece a su padre que está cazando, pintando, tallando. Y dicen “esto soy yo”. Una niña no va a ver a alguien ni como ella, ni como su madre. La va a ver al fondo o con un bebé en brazos. Eso nos pone en una situación de desigualdad. Un museo está lleno de hombres que son los importantes en la historia y vacío de mujeres que no hemos participado en esto.
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