El proyecto andaluz que aspira a plantar el primer huerto en la Luna
¿Puede un tomate germinar sobre suelo lunar? Y si nace y crece, ¿cuáles serán las condiciones de la cosecha? ¿Será más rápida? ¿Aportaría a los seres humanos los nutrientes necesarios? No hay, todavía, respuesta empírica a estas preguntas. Las únicas semillas cultivadas en la Luna eran de algodón: las plantaron los chinos en 2018, germinaron y se congelaron en unas horas. Un proyecto español, surgido en Málaga, busca replicar el experimento corrigiendo los fallos. Green Moon Project está cerca de plantar un huerto lunar. Si todo va bien, en cuatro años podrían enviar a la Luna una cápsula con semillas de zanahorias, tomates y lechugas. Tienen un acuerdo con la Agencia Espacial China para la futura misión Chang’e 7.
El proyecto tiene sabor andaluz: nació hace cinco años en dos universidades de Málaga y Cádiz. Gonzalo Moncada, biólogo y Julián Serrano, ingeniero de la Energía, ambos de la UMA, junto a José María Ortega, malagueño y por entonces estudiante de grado de ingeniería Aeroespacial en la UCA, aspiraban a entender cómo crece una planta bajo los efectos de la gravedad lunar. “Mandar cosas al espacio cuesta muchísimo dinero, así que queríamos reducir el envío de recursos cultivando allí”, explica Ortega en la escuela de negocios hoteleros Les Roches Marbella, donde esta semana se ha celebrado SUTUS 2021, el segundo encuentro internacional de turismo submarino y espacial.
El envío de misiones permanentes a la Luna u otros cuerpos celestes y el turismo lunar ya no pertenece al campo de la ciencia ficción, y el dilema de qué comer en una (cada vez menos) hipotética estación extraterrestre no es nuevo. Es, de hecho, el principal eje argumental de El marciano, la novela de Andy Weir (2011), luego adaptada al cine por Ridley Scott (Marte, 2015).
Un trabajo de casi una década
Bernard Foing, astrofísico de la Agencia Espacial Europea (ESA), cree que es probable que los viajes lunares sean una realidad en 20 o 40 años. Foing trabaja desde hace décadas en Moon village, el proyecto de la Agencia para establecer una base lunar. Según explicó en SUTUS, el objetivo es que en 2030 disponga de una infraestructura para que los astronautas puedan permanecer meses.
Si en la Luna habitan humanos, necesitarán alimentarse. Y entonces, no les vendrá mal un huerto. “Trabajamos con un deadline a cuatro años, pero hay que ser cautelosos con los tiempos en el espacio, porque muchas cosas se retrasan”, señala Ortega.
Si lo consiguen, habrá hecho falta casi una década desde que lo presentaron, en 2016, a Lab2Moon, dentro de la competición ‘Google Lunar X Prize’. Aunque no fue seleccionada, la idea fue finalista entre más de 3.400 proyectos. Los años siguientes maduraron la idea e incorporaron algunos socios: el Centro de Astrobiología (integrado por el CSIC y el Instituto de Ingeniería de Técnica Aeroespacial), el Instituto de Geociencias y la empresa granadina Innoplant forman hoy parte de Green Moon Project.
Tomates andaluces sobre suelo canario
El proyecto se sostiene sobre tres patas terrestres y una lunar. La pata vegetal la lidera Innoplant, una spinoff de la Universidad de Granada especializada en tecnología e investigación agrícola. En sus laboratorios se trabaja con las semillas de lechuga, tomate, rábano y zanahoria, candidatas a viajar a la Luna. “En la selección hemos tenido en cuenta las vitaminas y nutrientes, pero también los ciclos y los tiempos de cultivo”, explica Ortega.
El objetivo es comprobar qué pasa en el ciclo completo de crecimiento: observar cómo crece el tallo y se desarrolla la hoja, monitorizar sus niveles de oxígeno y dióxido de carbono, y tomar imágenes para observar el transporte de nutrientes de la raíz a las hojas. Todo eso debe ocurrir en dos semanas de experimentación lunar.
La pata geológica, liderada por Jesús Martínez Frías, doctor en geología planetaria y astrobiología del Instituto de Geociencias, estudia la interacción de las plantas con el suelo basáltico de Lanzarote. El Parque Nacional de Timanfaya ha cedido suelo volcánico para las plantaciones experimentales. Es el suelo terrestre más similar al regolito lunar.
Ortega y Jorge Pla, del Centro de Astrobiología, lideran la parte tecnológica. “Nuestro objetivo es definir los parámetros con los que debe contar la cápsula”, comenta Ortega. En otras palabras: evitar que, como les pasó a los chinos, las plantas se congelen o se abrasen con las temperaturas extremas (de 100 a -140 grados centígrados de la Luna). Para eso deberá contar con un “escudo térmico”, pero no solo eso. La cápsula es un sistema autosuficiente totalmente cerrado, que debería ser capaz de reproducir en la Luna las condiciones constantes que facilitan la vida vegetal en la Tierra. Es decir, presión, temperatura constante en torno de 20 grados y luminosidad con ciclos de ocho horas simulando azul, rojo y rojo lejano, que son los colores que favorecen la fotosíntesis.
Dice Ortega que aún es pronto para imaginar la agricultura lunar, pero este proyecto plantea un invernadero a pequeña escala, no más grande que un pupitre escolar, que también tiene que filtrar la radiación cósmica. La energía la obtendrá de la radiación solar, de condensadores y por medio del cordón umbilical que la enlaza con el aterrizador. La tecnología podría usarse también para el envío a otros cuerpos celestes.
Por último, está la pata más inestable, la X de la ecuación: ¿qué efecto tendrá la gravedad lunar -un sexto de la terrestre- sobre el desarrollo vegetal? La hipótesis es que, a menor efecto de la gravedad, el crecimiento será más rápido. “Es algo imposible de comprobar en la Tierra”, comenta Ortega. Existen los clinostatos, unas pequeñas rampas que simulan inclinaciones para hacer creer a la planta que hay otra gravedad, “pero tenemos siempre un vector de gravedad mirando hacia el centro de la tierra”. Tampoco la microgravedad generada en los vuelos parabólicos sirve, porque no es constante. Incluso la Estación Espacial Internacional se ve afectada por la gravedad terrestre. Lo hará en las condiciones de temperatura y radiación más similares a la Tierra que sea posible, sobre regolito de Lanzarote, pero bajo la gravedad lunar.
Por eso, solo cuando el tomate llegue a la Luna sabremos cómo crece. Sobre cómo prospere el huerto con sabor andaluz habrá puestas muchas miradas. “Hay que alimentar a las futuras tripulaciones. El crecimiento está siendo exponencial, y vamos a tener a mucha gente allí arriba”, concluye Ortega.
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