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Desmontando la leyenda negra sobre la amenaza republicana a la Semana Santa de Sevilla

Fotografía de portada del libro 'Por la religión y la patria. La iglesia y el golpe militar de julio de 1936'.

Juan Miguel Baquero

26 de marzo de 2018 20:00 h

Dicen que la República prohibió la Semana Santa en Sevilla. Y que una virgen desafió este veto. Es falso. Un fake cofrade que sigue vivo después de pasar por la revisión histórica del franquismo. El episodio real fue al revés: las autoridades republicanas intentaron normalizar los desfiles procesionales y la única cofradía que salió a la calle en 1932 enfrentó el boicot de la derecha sevillana.

“La realidad fue todo lo contrario de lo que mantiene la leyenda”, asegura el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, Leandro Álvarez Rey. “Fueron las propias cofradías las que se negaron a salir” pese al interés “y la buena voluntad” del Ayuntamiento republicano. “En modo alguno la no salida obedeció a una supuesta prohibición, como erróneamente sostienen algunos historiadores aficionados y como creen aún hoy muchos sevillanos”, subraya.

“Castigar” la política antirreligiosa

Los sectores derechistas más conservadores impusieron el afán de “castigar” la política antirreligiosa de la República proclamada el 14 de abril de 1931. Las cofradías enfundaron su actitud en otros aspectos como el miedo a posibles incidentes en el recorrido de las procesiones.

El espejo deformador del franquismo dice que una hermandad enfrentó la prohibición republicana. Sin embargo, la única cofradía que sale a la calle en la primavera del 32 es la Estrella de Triana. Porque, como señalan en un comunicado de entonces, “es del pueblo, al pueblo se debe, que es tanto como decir que se debe al régimen constituido legalmente”. Una virgen conocida desde entonces como ‘la Valiente’.

Ejemplo de la “guerra ideológica”

“El tratamiento que la derecha ha hecho siempre de la Semana Santa de la II República, que es el predominante, forma parte de la guerra ideológica incesante por controlar al pasado y su objetivo no es otro que los de abajo no tengan historia”, arranca el historiador Francisco Espinosa Maestre. Porque el “meollo del asunto”, dice, “está en la interpretación”.

“La derecha siempre ha mantenido que la República la prohibió [la Semana Santa], encajando ahí la salida de la Estrella” pero “la realidad no fue esa” sino al revés, sentencia: fue el boicot de las derechas “el que se saltó la Estrella”. Y explica: “En 1932 tanto desde el Gobierno Civil como desde el Ayuntamiento se apoyó pero fueron las propias cofradías las que aduciendo la ola de laicismo y los peligros de salir a la calle dijeron que no salían”.

De aquel conflicto salieron dos versiones. La “más tradicional o conservadora” convertida luego en “historia oficial”: reinaba el “miedo a las posibles agresiones y disturbios” desafiado por ‘la Valiente’. No hay de “espíritu de venganza” y sí de grito de protesta “contra los ultrajes y vejaciones a sus creencias y sentimientos católicos”, apunta Álvarez Rey.

Para las izquierdas, el origen de la no salida era claro y transparente: “los elementos monárquicos se habían apoderado de las hermandades para erigirse en defensores del más rancio espíritu integrista, persiguiendo con su boicot desprestigiar a la República y difundir a los cuatro vientos una imagen de absoluta anarquía y feroz persecución religiosa”. Un ejemplo de cómo la manipulación de “señoritos monárquicos” logró politizar “una celebración religiosa” hasta boicotear los desfiles procesionales como “arma arrojadiza” contra la República, cuenta en catedrático de Historia Contemporánea en su estudio Política y religión: la Semana Santa de Sevilla (1931-1936).

‘La Valiente’, la virgen republicana

El asunto alcanzó repercusión “a escala nacional e incluso fuera de España”, sostiene. Y de esas “interpretaciones absolutamente dispares” ganó la que usó a machamartillo la derecha y el franquismo. Una versión que, en muchos casos, baña la actualidad cofradillera.

Porque en febrero del 32, las más de 40 cofradías deciden no sacar sus imágenes a la calle. Menos una. “El epílogo de este apasionante conflicto fue la accidentada salida de la Estrella, en la tarde del Jueves Santo de 1932”, recupera Leandro Álvarez Rey. ‘La Valiente’ explica su actitud en un comunicado “que no tiene desperdicio” y que fue reproducido por los periódicos el 20 de febrero del 32:

Es decir, a la República. Los incidentes “que ensombrecieron el recorrido de la procesión” –menos graves, como señaló Isidoro Moreno– quedaron reflejados en el semanario carlista El Observador: “no han podido proteger a una sola, y poca numerosa cofradía, contra la incultura y la barbarie”, cuando “un borracho originó alarma, sustos y carreras” en la plaza de la Magdalena o calle Sierpes, o “se arrojaron piedras”.

El uso político del problema, tergiversado, ya es real ante las elecciones de noviembre de 1933. “La no salida de las cofradías fue presentada en la propaganda, los mítines y actos públicos organizados por las derechas como el ejemplo más palpable, la prueba irrefutable de hasta dónde podía llegar la política ‘sectaria’, ‘masónica’ y ‘antiespañola’ impulsada por la República”, escribe Álvarez Rey.

Pasquines y carteles apuntan: “Hace dos años que no salen las Cofradías sevillanas. ¡Piensa en tu Cofradía, sevillano, antes de votar! Y piensa en todo lo que tiene que cambiar antes de que puedan salir”. A partir de ahí comienza a gestarse la leyenda sobre una prohibición que nunca existió.

Los ‘palcos’ republicanos

Más allá de prohibir la Semana Santa, las autoridades republicanas intentan salvar una tradición de elevada “importancia y arraigo social” en Sevilla. El Ayuntamiento va pagando las subvenciones atrasadas que dejó a deber a las cofradías la anterior Corporación monárquica.

Temen el “impacto emocional” que provocaría en la ciudad y, también, “las repercusiones materiales” sobre sectores clave como la hostelería, el comercio y la industria. Y busca soluciones ante la “situación de estancamiento y crisis económica” tras la Exposición Iberoamericana. Como la cesión, que todavía perdura, de las tasas por uso de la vía pública y de los conocidos ‘palcos’ para ver las procesiones.

En palabras del alcalde republicano José González y Fernández de la Bandera: “si las corporaciones más caracterizadas constituyen un patronato o entidad organizadora de las Fiestas de Semana Santa, el Ayuntamiento que como entidad oficial no puede intervenir ni auxiliar económicamente a las cofradías, les concederá el uso de la vía pública y los ingresos, íntegramente, que se obtiene por ocupaciones de sillas”.

El regidor sale al paso con la iniciativa, pero no solo. La Bandera viaja a Madrid en octubre del 31 para obtener “una ley de excepción en materia religiosa” para Sevilla “que asegurase la normal celebración de la Semana Santa”. Lo logra, con ayuda los de diputados sevillanos del Partido Republicano Radical, García de la Villa y Bravo Ferrer.

El boicot de las derechas

Pero las ideas son vetadas por las derechas. En la naciente Federación de Hermandades, Cofradías y Asociaciones Piadosas de la Diócesis de Sevilla figuran ilustres como “Luis Ybarra Osborne, Manuel Bermudo Barrera, Manuel Sarasúa Barandiarán, Ernesto Ollero Sierra, Antonio Hoyuela, Luis Alarcón de la Lastra, Ignacio Rojas Marcos, Pedro Solís Desmaissieres, el conde de Bustillo, Ignacio de Casso… es decir, los mismos nombres que por las mismas fechas aparecían al frente de las organizaciones políticas, patronales y ‘culturales’ de las derechas”, manifiesta Leandro Álvarez Rey.

Como ejemplo del afán de boicot están también los textos del articulista Miguel Conradi en los que señala que sacar las procesiones sería una “mascarada” que significaría “prestarse a hacer el juego a los enemigos de Cristo”. Sería un error, escribe en periódicos locales, “consumar la cabalgata”. O que temen la “hostilidad callejera”, señalan otros, o “que las alhajas que portaban las vírgenes fueran robadas” y que los penitentes sean objetos “de agresiones, burlas, groserías o insultos”.

El trance toma además interés nacional. Hasta el líder de extrema derecha José María Gil Robles –Acción Popular y la CEDA– se dirigió a las cofradías sevillanas: “toda España os tributa aplausos por vuestra decisión de ser consecuentes con la piedad de estas instituciones, no exhibiéndolas cuando es notorio el agravio que a la fe de España entera se ha inferido”. Y aunque el conflicto religioso está en la calle, el propio cardenal Ilundain frena la “adhesión” de la élite eclesiástica a acciones que pueden ser, entiende, “inoportunas o indiscretas”.

Del veto a la represión franquista

“En 1934 y 1935, con la derecha en el poder, todo volvió a la normalidad”, retrata Francisco Espinosa Maestre. La historia oficial “oculta sin embargo que en 1936, a dos meses del triunfo del Frente Popular, hubo Semana Santa y no pasó nada”, explica. “Y también deben ser revisados los ataques a iglesias y capillas, como la de San José, el Villasís o la Hiniesta”, cuenta, porque hubo “derechistas implicados que trababan de caldear el ambiente”.

“No se trataba solamente de violentar la República y tomar el poder” sino, de forma especial, “de acabar con lo que los rebeldes consideraban sus enemigos”, retoma el investigador José María García Márquez. “Franco, como Mola o Queipo, tenía muy claro desde el primer momento lo que había que hacer”, dice.

Como proclama el futuro dictador en Melilla el 17 de julio, el “restablecimiento” de la autoridad “exige inexcusablemente que los castigos sean ejemplares”. En Sevilla los golpistas dejaron más de 13.000 asesinados, como recoge el propio García Márquez en su libro Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla ((1936-1963).

Los primeros meses tras el golpe de Estado son “los más sangrientos”. Los fascistas convierten Sevilla “en una de las provincias con mayor número de víctimas” del país. “Y entonces ni siquiera sabían el curso que podía tomar la guerra y si llegarían a ganarla”, puntualiza.

Esta represión no es “innominada o arbitraria” sino “organizada” y con el apoyo “entusiasta de las derechas locales y la iglesia”, matiza. Un odio materializado en terror y violencia extrema que conoce los nombres de “muchos” de los victimarios “e incluso su participación detallada aunque todas las biografías posteriores oculten ese pasado sangriento”.

“Si hay algo que sorprende al investigador una y otra vez son los apellidos”, apunta. Y repite: “los gloriosos apellidos que rodean la represión”. Esa “casta superior” beneficiada con la conspiración contra la República que fueron “las verdaderas ratas del golpe militar”. En Sevilla, por ejemplo, “los componentes de aquella Federación de Hermandades que se negaron a salir en 1932, eran, a su vez, los dirigentes de los partidos de derecha de la ciudad que apoyaron después el golpe”, sentencia.

“Sería bueno recordarle también a Sevilla, en este caso a la Macarena, cómo es posible que junto al criminal de guerra Queipo de Llano tenga enterrado allí a un individuo como su Hermano Mayor durante muchos años, Francisco Bohórquez Vecina, auditor de guerra, junto a Cuesta, mano derecha de Queipo y uno de los grandes responsables de la sublevación y la represión”, manifiesta García Márquez.

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