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El proletario se dejó pervertir por el dogma del trabajo. Nos dice Paul Lafargue en su obra de 1880 “El derecho a la pereza”. Si miramos al pasado veremos que no solo el proletario, sino también el burgués se dejaron pervertir y durante siglos han entregado sus vidas en aras de ese gran dios. Sus vidas han sido desiguales en casi todo salvo en la creencia en el trabajo. En nuestro presente los economistas triunfantes, los del capitalismo financiero, anteponen un nuevo dogma en la religión económica: el beneficio al corto plazo, al más inmediato plazo posible.
Las dinámicas sociales son lentas, sobre todo en cuanto al cambio de ideas y por eso hoy encontramos superpuestos la vieja fe en el trabajo y el nuevo dios del beneficio instantáneo. De modo que buena parte de las escasas luchas que contra el poder económico se ponen en marcha dan palos de ciego y siguen empleando análisis y consignas que parecen pasar por alto al capitalismo financiero y digital que hoy nos atenaza.
Estos nuevos capitalistas nacieron en la década de los setenta del pasado siglo, fueron adolescentes precoces en los ochenta y jóvenes voraces que avanzaron posiciones sin descanso en los noventa y los dos mil. Se llaman a sí mismos de múltiples maneras, ingenieros, gerentes, asesores, gestores... pero siempre con un apellido común, financieros. Son los sacerdotes de la religión de la deuda y observan con placer, desde su club privado, la vieja pelea entre proletarios y empresarios, todavía presos del conjuro del trabajo.
Los sacerdotes de la deuda, desprecian toda producción: la primaria, la industrial y también los servicios. ¡Tanto! que no les importa hundir los precios de cualquier mercado, empujar al cierre industrias, destruir alimentos y arruinar viviendas, sin el menor escrúpulo ante los daños generados a personas y países enteros. Todo sea en aras del nuevo dios, las ganancias en el parqué mediante acciones, fondos de inversión, planes de pensiones, materias primas, productos agrarios o cualquier otro activo al servicio del crecimiento de la deuda. Curva ascendente, repunte, revalorización, beneficio continuo, son eufemismos que designan en realidad el vacío globo que inflan sin contemplaciones.
La falsa salida de la Gran Recesión de 2008 y su posterior evolución lo atestiguan: la deuda no ha hecho sino crecer y los activos se han cubierto con nuevos disfraces, buscando prolongar lo más posible su hinchamiento.
Mientras tanto, los devotos del trabajo, sean de abajo o de arriba, siguen enzarzados en luchas pequeñas y sin horizontes, la del trabajo digno para unos y la del beneficio del trabajo para otros. No entienden la burla de la cual son víctimas, y actúan como cómplices necesarios de la misma, sin saberlo. Por eso engordan a los sacerdotes de la deuda con sus ahorros y con los beneficios de sus empresas, sin darse cuenta de que los hundirán sin miramiento alguno para fomentar el veloz crecimiento de cualquier fondo especulativo, como son todos los fondos.
La Gran Recesión de 2008 llenó a los políticos de buenas intenciones: todos los líderes mundiales prometieron algo similar a una refundación del capitalismo, donde la prioridad estaba en atar corto al sistema financiero, es decir, en reformar los laberintos de la banca. ¿Qué ha quedado de ellas? Nada, han sido puro humo y seguimos pagando los rescates de quienes causaron la recesión con el dinero de unos ciudadanos empobrecidos por recortes de todo tipo. Racionalización del gasto tuvieron el descaro de llamarlo quienes gobernaban nuestro país en el 2012, burlándose en nuestra cara.
Dick Fuld, el máximo responsable de Lehman Brothers (el banco de finanzas más importante de Estados Unidos cuya quiebra desató la Recesión de 2008), declaró en una conferencia dada en Manhattan: Sé que nadie quiere escuchar esto y menos aún si yo lo digo, pero los ricos se están haciendo cada vez más ricos y, de nuevo, el corazón de la economía está enfermando. Soy un capitalista incondicional, pero seamos justos: el capitalismo solo funciona si la riqueza se crea en la parte superior y después se va filtrando hacia abajo. Si la riqueza no baja, habrá problemas.
Estas palabras del hombre que antes de la quiebra presumía de ganar 17.000 dólares a la hora, muestran claramente que la crisis ha cerrado tan en falso que ni siquiera hemos puesto freno a los obscenos sueldos de los presidentes y consejeros de administración de la banca y las grandes corporaciones.
Hoy encaramos un nuevo problema que se suma a los existentes: la guerra ruso-ucraniana al elevar los precios de fuentes energéticas vitales para nuestras economías, como el gas y el petróleo, está generando una inflación galopante. Llueve sobre mojado, pues la inflación cae sobre unas economías domésticas aún maltrechas por los efectos de la Gran Recesión del 2008 y por la pandemia del 2020.
El futuro inmediato que se nos viene encima no es en absoluto halagüeño, imaginemos tan sólo la llegada del frío y con ella el aumento del consumo energético. Ya es hora de despertar, de comprender la situación y exigir a los gobiernos de los países ricos que se tomen medidas rigurosas para desmontar este sistema financiero, el de la deuda perpetua, que domina la economía mundial. ¿Acaso no vemos las consecuencias?
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