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Pasé por distintos dependencias policiales, declaré en calidad siempre de detenido, me hicieron una minuciosa ficha policial, y finalmente me vi de nuevo en la calle, libre, sin comer y con un cierto aturdimiento en mi cabeza.
Seguramente por una maravillosa deformación profesional, cada vez que me recordaban que estaba en la Jefatura Superior de Policía “en calidad de detenido” me venían a la mente tantas y tantas clases de filosofía y de ética y las jugosas conversaciones en el aula sobre la libertad: “libertad de…”, “libertad para…”, “libertades cívicas…”, “derechos y libertades…”, “determinismo…” Y yo entonces con un oído escuchaba atentamente lo que preguntaban y decían los agentes de policía, mientras que por el otro percibía el rumor de esa gente joven, hablando apasionadamente sobre la libertad. Ha sido la primera vez en mi vida que he sido consciente de que en aquellos momentos no era libre (en determinados sentidos, si bien no los más esenciales), y sobre todo que a la vez deseaba con suma viveza volver a ser ciudadano libre, en la calle o en mi casa o en donde me diera la gana.
A la mañana siguiente, volví a estar en la vía pública, cerca del portal del Delegado del Gobierno en Aragón, con mi cartel y mi voluntad de denunciar los sistemáticos e inhumanos recortes en derechos y libertades. Ciento veinte minutos diarios allí, viendo pasar únicamente personas y vehículos, dan para pensar mucho. Me acusan de “acoso”, pero –me decía a mí mismo- realmente, me costaría mucho acosar a nadie, sobre todo porque el Diccionario de la RAE dice que “acosar” es “perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona”.
Me repugna igualmente la idea de que he llegado a coaccionar a alguien (RAE: 1. Fuerza o violencia que se hace a alguien para obligarlo a que diga o ejecute algo; 2. Poder legítimo del derecho para imponer su cumplimiento o prevalecer sobre su infracción). En su primera acepción incluso carezco de fuerza suficiente para ello; en la segunda acepción, estoy en las antípodas del mundo de cualquier poder, por muy legítimo que sea.
¿Y calumniar? (Calumnia, RAE: 1. Acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño; 2. Imputación de un delito hecha a sabiendas de su falsedad). En aquel portal di vueltas y vueltas también a ese significado de “calumnia”, llegando siempre a la misma conclusión: de haber un coaccionado y/o calumniado hasta la fecha, ese era yo.
A veces, crecen los enanos en el circo y paren la elefanta y la hipopótama en el Arca de Noé. El viernes, 12 de junio, me citaron oficialmente para declarar en el Juzgado de Guardia de Zaragoza en relación con la querella presentada por el Delegado del Gobierno en Aragón por coacciones y calumnias, y a los efectos también de resolver sobre la medida cautelar solicitada por el Ministerio Fiscal sobre una posible orden de alejamiento de mi persona respecto del Delegado del Gobierno en Aragón. Y así fue: alrededor de las 20 horas de aquella misma tarde, amenazando tormenta y pedrisco, me comunicaron la siguiente Disposición del Juzgado ante el que había declarado:
“Prohibir a ANTONIO ÁNGEL ARAMAYONA ALONSO acercarse a la persona de GUSTAVO ALCALDE SÁNCHEZ, su domicilio y lugar de trabajo, así como de cualquier otro en que se halle en un radio de 200 metros. La presente medida tendrá duración hasta la finalización de la de la presente instrucción.
Ofíciese a la Guardia Civil, así como a la Policía Local y Policía Judicial para el efectivo cumplimiento de esta medida“.
Me abstengo de valorar o siquiera comentar esta medida. Basta señalar, una vez analizados los sectores del mapa del centro de Zaragoza, con 200 metros de radio o más, en cuyo punto central están el domicilio del Delegado y la propia Delegación del Gobierno, algunas consecuencias concretas y prácticas de la medida cautelar de alejamiento. Algunos ejemplos:
No puedo pisar la plaza del Pilar y la plaza de la Seo, ni la sección de la calle Alfonso I colindante con dicha Plaza, ni puedo cruzar el río Ebro por el emblemático Puente de Piedra. Sin embargo, puedo entrar por su puerta trasera izquierda a la Basílica del Pilar, pero ¡ay de mí! si avanzo por dicha Basílica, pues estaré conculcando la orden de alejamiento. Tampoco puedo visitar el Foro Romano ni cruzar por la calle don Jaime ni visitar el museo Goya ni… ni… Tampoco puedo pisar el Coso Bajo ni la plaza San Miguel ni los bares y pequeños restaurantes cercanos a la calle Heroísmo y calles colindantes ni bajar por la calle Cantín y Gaboa ni la calle San Vicente de Paul, aunque sí (por los pelos) el Centro de Historias.
He acatado y sigo acatando la orden de alejamiento. Por ello mismo, a cuatrocientos metros del domicilio del Delegado del Gobierno y a más de trescientos metros de la Delegación del Gobierno de España en Aragón, estoy desde el lunes, 15 de junio, en la zaragozana Plaza de España, denunciando los recortes en derechos y libertades y explicando que estoy allí en cumplimiento de una orden de alejamiento de la persona, del domicilio y del lugar de trabajo del Delegado del Gobierno en Aragón.