El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Aunque las tardes parecen terminar de repente, quedan días de verano para apurarlos en ocio de intemperie. Apunten el nombre del sitio que voy a recomendarles. El único inconveniente es que lleva cerrado desde 1925, pero un paseo por su memoria cuenta como recreo estival.
El Petit Park fue idea de un empresario de espectáculos barcelonés, Vicente Lepicq. Los solares que habían quedado al raso en la huerta de Santa Engracia tras la exposición de 1908 formaban el espacio ideal para montar un parque de atracciones, por su amplitud y cercanía a la urbe. La futura zona de ensanche prometía tajada para el Ayuntamiento y para quien supiera ver que el entretenimiento de masas iba a ser el negocio de aquel siglo apenas nacido. De hecho, no faltaban alusiones en la prensa sobre este fenómeno:
“Zaragoza se ha inundado de parques
de diversiones. El Petit Park, Los Campos
Elíseos, la Playa de Torrero…
Es la competencia inmensa
y a toda empresa precisa
dedicarse, a toda prisa,
de su parque a la defensa“
(La Crónica de Aragón, 16 de julio de 1917)
Sin embargo, quien finalmente se adjudicaría varias parcelas en arrendamiento fue una mercantil zaragozana cuya denominación social daría nombre al recinto ferial: Petit Park.
Llama la atención el breve lapso de tiempo entre la oferta de Lepicq, el 17 de julio de 1915, y la contra oferta y adjudicación definitiva por el consistorio a la sociedad zaragozana, el 20 de agosto de 1915. Problemas técnicos y de dinero; sin embargo, cierta prensa de entonces parecía saber algo más. Entre burlas y veras, lo contó una coplilla publicada en “El Ideal de Aragón” el 4 de noviembre de 1916:
“¡Oh atractivos de la feria!”
Me arrastráis a mi pesar,
Aun siendo persona seria,
Sobre todo el Petit Park.
-- ¿Y de quién dirás, lector,
que es el Petit (y no es grilla)?
Se lo han dicho a un servidor.
¡Pásmate, de Soldevila!
-- ¿Del obispo?
-- Sí, señor;
Por sacar jugo al dinero,
No encontró cosa mejor
Y se metió a garitero.“
El obispo de Tarazona, arzobispo y luego cardenal de Zaragora, Juan Soldevila, además de títulos curiles, atesoraba habilidades para acumular capital. En 1923 acabaría abaleado en Zaragoza por el grupo anarquista “Los Solidarios”.
La puerta de acceso principal al recinto se hallaba en la intersección de las calles de Isaac Peral y Zurita. A partir de ahí, el Petit Park se extendía por las parcelas que hoy ocupan las tres manzanas ubicadas entre Zurita y la plaza de Los Sitios, hasta el Paseo de la Constitución. Desde allí, y envolviendo la parte sur de la plaza, continuaban las instalaciones hasta el paseo de la Mina, lo que hoy es la calle de Canalejas.
De tan dilatada extensión da idea la oferta de distracciones: una “monada de locomotora”, en expresión de la prensa, recorría la feria, pasando por un túnel y un puente de hierro; automóviles listos para ser conducidos por niños y “mayorcitos”; un “Carroussel, emocionante máquina giratoria”; un laberinto; pista de patinaje y hasta una “máquina voladora para los aficionados al sport aéreo”. En definitiva, “un encanto para los nenes, y una delicia para los papás”, que podían tomar sus aperitivos y meriendas en el buffet servido por el entonces famoso bar Royalty, situado en la calle Mártires, 3.
Desde su inauguración el 11 de octubre de 1916, el Petit Park tuvo vocación de convertirse en “elegante centro de sports y atracciones” dirigido al público en general, pero especialmente a “nuestra buena sociedad zaragozana”. El precio, 15 céntimos, no debió impedir sin embargo su masificación. Por las noticias que han llegado, lejos de alcanzar ese pretendido estatus elitista el ferial se convirtió al parecer en lugar de jarana.
El diario “La Crónica de Aragón” narra la juerga que el 14 de julio de 1917 debieron de correrse unos paisanos que, bota de vino en ristre, irrumpieron bolingas en medio de la pista de “skating”. Imaginamos el final de aquella parranda cuando el mismo artículo advierte de la presencia en el recinto de “mujeres conocidísimas que no debieran hallarse donde están señoras y señoritas”. No sabemos si fue la gazmoñería, el desfase de los pollos urbanos o, lo más probable, la escasa ganancia, el caso es que la gestora del Petit Park decidió dar un giro al negocio.
Juergas sí, pero que renten. Eso debió pensar la gerencia del parque cuando apostó por cambiar de enfoque. Para empezar, un nuevo nombre: Saturno Park, evocación del que funcionaba en Barcelona desde 1911. Y una oferta renovada de atracciones: teatro de varietés, salón de juegos y fiestas, restaurante “lujosísimo al aire libre”-- precio por cubierto “seis pesetas”—cabaret y, en su última temporada, circo. Así se presentó en sociedad el 23 de junio de 1920, a 25 céntimos la entrada.
El ambiente lo describe el periodista Fernando Soteras, conocido como Mefisto:
En aquella mansión de la alegría,
presidiendo el bullicio de colmena,
la magnífica Borgia se exhibía
rubia un día quizás y otro morena.
El contiguo salón
con su jazz band de estrépito de infierno
brindaba esa moderna diversión
del cabaret moderno.
En las mesas, contentos por el vapor del wiski o del cointrot,
reuníanse arrivistas elementos, muchachos opulentos
y tanguistas de “¡Pollo quiero yo!”
“Heraldo de Aragón” 28 noviembre de 1925
Zaragoza vivía sus “locos años veinte”, pero el negoció no dio más de sí. El aumento del precio de cesión de los solares y el jugoso negocio de los terrenos hicieron que el de 1925 fuera el último verano del Saturno Park. Los versos de Mefisto nos traen una imagen crepuscular del final de aquella época:
No hay un zaragozano en este día
que abatido, molesto, taciturno,
no escriba una elegía
dedicada a las ruinas del Saturno
Hoy, al verlo caer por la piqueta,
bajo un sol que declina,
sus escombros le inspiran al poeta
una trágica historia saturnina.
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