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Hace 90 años Zaragoza vivía su particular “Semana Trágica”. La revuelta anarquista que entre el 8 y el 14 de diciembre de 1933 puso patas arriba la ciudad. No fue la única, pero sí la más intensa y epicentro de réplicas por toda España. En este primer artículo recorreremos los puntos principales del conflicto.
Zaragoza había engordado su población al ritmo creciente del éxodo rural. Abundante mano de obra sin cualificar que el escaso desarrollo industrial no era capaz de absorber. Del fiambre al hambre mediaba un paso y la construcción, única escapatoria para muchos jornaleros convertidos en peones, resultaba una faena condicionada por la inversión pública y el clima de la ciudad.
Desde 1917 la lucha de clases se había enconado y el anarcosindicalismo de la CNT apretaba filas. A diferencia de otros lugares, el menguado número de grandes fábricas y la dureza patronal hacían inviable en Zaragoza cualquier atisbo de entendimiento. Episodios de pistolerismo patronal y respuesta obrera resultaron habituales durante la dictadura de Primo de Rivera.
No varió el panorama con el primer gobierno republicano que sobre el anarquismo aplicó sin contemplaciones la Ley de Defensa de la República. En este escenario, en las elecciones de noviembre y diciembre de 1933 CNT y FAI promovieron la abstención, que alcanzó en Zaragoza más del 45%. El resultado fue una apabullante victoria de las derechas. El 26 de noviembre se formó el Comité Revolucionario. A principios de diciembre, el periódico CNT publicaba la consigna: “Ahora toca hablar a los abstenidos”.
En una circular del 7 de diciembre, el ministro de Gobernación, Rico-Avello, anunciaba a los gobernadores civiles un inminente “movimiento extremista”. Esa misma noche se formaron grupos en la plaza de la Constitución (hoy de España) que fueron disueltos y algunos de sus participantes detenidos. El gobernador de Zaragoza, Elviro Ordiales, mostraba confianza y seguridad.
Al día siguiente se clausuraron centros de la CNT en las plazas de San Miguel (construcción) y de San Antón (madera y metalurgia) entre otros. La Federación Local de Sindicatos en la calle Argensola fue asimismo cerrada, al igual que el Ateneo Popular en la calle de la Virtud, hoy de Pilar Lorengar. En esta calle tendría lugar horas después un suceso que mostraría la verdadera dimensión de los acontecimientos.
A las cuatro de la tarde de ese 8 de diciembre se declaró un incendio en el número 3 de la calle Salillas (hoy de San Roque). Tras su extinción se encontraron varias armas. Al parecer los inquilinos habían huido al provocar fuego mientras manipulaban material inflamable.
Horas después, una patrulla de guardias de Asalto que peinaba el barrio de Hernán Cortés se vio emboscado por un ataque que se inició con una bomba de mano. Cruce de disparos, carreras. Las descargas llegaban desde el patio del número 4 de la calle de la Virtud que fue inmediatamente acordonado. Ocho personas fueron detenidas, aunque algunos tiradores lograron huir por los tejados. En su interior un nuevo hallazgo de armamento.
Al filo de la madrugada, hubo enfrentamientos entre guardias que patrullaban el paseo del Ebro (hoy de Echegaray y Caballero) y un grupo de anarquistas apostado en el entorno de San juan de los Panetes. Mismos combates se repitieron en el puente de América. Aquello iba en serio.
El día 9 comenzaron a circular volantes clandestinos: “Pueblo: la CNT y la FAI te llaman a la insurrección armada.” Una muchacha, Agustina Fernández, fue detenida en el paseo de la Independencia por su reparto. Hasta el centro de la ciudad llegaban los ecos de la revuelta.
La escalada se agudizó. En el barrio del Sepulcro se produjeron enfrentamientos desde Conde Alperche (inicio de la calle San Vicente de Paúl desde la ribera del Ebro) hasta la desaparecida plazuela del Reino (cuya entrada estaba en el cruce de San Vicente de Paúl con calle Palafox).
En dicha plaza tuvo lugar una dura pugna que se saldaría con varios heridos y un muerto. Los anarquistas disparaban desde el número 29 de la calle Palafox , logrando incluso tomar la torre de la Iglesia de la Magdalena (otras fuentes apuntan a la de San Nicolás) de la que serían desalojados por los guardias de Asalto.
En el barrio del Gancho, los cenetistas levantaron el adoquinado en las calles de Boggiero, Mayoral y plaza de la Libertad, sede entonces del Ayuntamiento. Según La Voz de Aragón “Grupos de hombres y mujeres apostados tras la barricada, entonaban la Internacional mientras hacían disparos sin interrupción” (12 diciembre 1933). Ningún distrito de la ciudad quedó libre de enfrentamientos: desde el paseo Ruiseñores hasta el Portillo.
No faltó tampoco la tradicional quema de edificios religiosos, o al menos el intento. La iglesia de San Carlos sufrió una explosión en su atrio y un conato de incendio en el altar mayor. Lo mismo sucedió con las de San Pablo y San Nicolas. En Torrero, el antiguo convento de los Capuchinos (inaugurado en 1929 y ubicado en la Avenida de América número 8) se salvó de las llamas por la rápida intervención de los bomberos.
A través de la radio, el Gobernador Civil minimizaba los acontecimientos: “¿Es que una ciudad como Zaragoza puede asustarse de cuatro mozalbetes inofensivos?” Mientras, el Gobierno Civil aceleraba la concesión de licencias de arma “a todas las personas solventes” (La Voz de Aragón, 14-12-1933)
Ante la magnitud de los acontecimientos, el gobierno central declaró el estado de alarma en toda España. Cómo se desarrollaron las jornadas siguientes lo veremos en el próximo artículo.
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